Fuera del laberinto

Alfas

"Nueva escuela, nuevas amigas, nueva yo" se decía Mariana repetidas veces en el coche hacia Alfas. Y aunque pretendía no estar nerviosa, su madre podía verla de reojo como se mordía las uñas discretamente.
-No tienes nada de que preocuparte Mar, es más, escuche que varias de tus amigas del jardín de niños atienden esta escuela- le dijo su madre intentando hacer conversación.
-Mamá, estoy bien, tu eres la que no se debe de preocupar- dijo Mar, subiendo el volumen de la radio, haciéndole saber a su madre que no estaba interesada en hablarle.
-De acuerdo, sólo no quiero que regreses diciendo que almorzaste en el baño.

Se encontraba subiendo las escaleras y podía sentir como su respiración aumentaba. Cada paso que daba, significaba arriesgarse y mientras varios alumnos pasaban sobre ella en camino a los salones, Mariana se sentía invisible. Al llegar se encontró con su tutor y él le ayudo a encontrar su salón, lamentablemente para ella era en el otro edificio. Pensó, "genial, primer día y ya estoy llegando tarde".

Su corazón se aceleraba al entrar por la puerta de su clase, cuando escuchó a alguien llamar su nombre. Hacia varios años que no veía a su vieja amiga Carmen, pero en al segundo reconoció su voz.

-Carmen? Eres tú? - pregunto Mariana sacada de onda.
-Mar, Dios, hace años no te veo. ¿Como has estado?- pregunto Carmen con aquel acento Ucraniano. A sus 5 años de edad su familia se mudó y dejó Ucrania, pero su acento jamás la dejó.
-Me acabo de cambiar de escuela,- contesto Mariana, aliviada sabiendo que ya tendía una amiga-  que bueno que nos toco juntas.
-Si claro, júntate con nosotras en el recreo todas te amarán.

Y al sentarse junto a Carmen, se dio cuenta de lo fácil que sería encajar, hacer amigos, e incluso al ver el  pizarron que tenía escritos de química, se sintió confiada por el año escolar. Cuando alguien se acercó a su asiento.

-Ey, ahí voy yo. Sácate.