4. Declaración de guerra

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MARATÓN 4 de 4

Dios:

Mi existencia, a partir de ahí, dejó de ser monótona, aburrida. Tenía un propósito de vida y me encantaba; solo había un pequeño detalle… Yo también quería bajar a la Tierra. Sin embargo, sabía que no era posible.

Mi poder era demasiado; descender, podría acabar con el mundo y eso era lo último que quería, así que no me quedó más remedio que resignarme y disfrutar de ellos desde lo lejos.

En cierto momento, noté que el número de pecadores aumentaba, pero no le presté demasiada atención. Supuse que se trataba de la línea de descendientes de Adán y Eva y que la proliferación del mundo les daba más oportunidades para elegir el mal.

Guiarme por mis suposiciones fue un grave error. Si hubiese investigado, me habría percatado de que Lucifer, mientras lideraba a los Grigori en su supuesta protección de los humanos, se estaba ganando un mini ejército de ángeles al mismo tiempo que corrompía aún más a los humanos. Yo estaba ciega, ahora lo sé.

Ese auge de maldad hizo que cada vez fuera mayor el número de almas a las que se les rechazaba la entrada al Cielo y noté que necesitaba un balance. Si no podían entrar al Paraíso, tenían que ir a algún lado, pues vagar en la Tierra no era una opción.

Mi primera solución fue enviarlas a la Nada, pues no me interesaba que esas almas reencarnaran; sin embargo, antes de disponer todo para que fueran enviadas allá, tuve una revelación.

Alguien debía encargarse del Reino de la Muerte, alguien lo suficientemente poderoso como para mantener a raya a todos esos espíritus. Alguien como yo… sin embargo, no daba abasto con las tareas que ya tenía. La idea de dividirme fue casi instantánea y me encantó tanto como me asustó.

Tenía sus contras, por supuesto. Dividirme, implicaba que me debilitaría y no lo podía permitir. Sin embargo, precisamente esa debilidad era la solución a mis ansias de bajar a la Tierra. Podría mezclarme en el mundo de los humanos y aunque era una idea descabellada, incluso peligrosa, no me lo pensé demasiado. Es decir, en caso de que hubiese algún problema, algo que no creía posible, siempre podía volverme a unir y regresar a ser el Dios todo poderos.

¿Qué podía salir mal?

Me habría gustado haberme detenido a darle respuesta a esa pregunta… Las posibilidades eran infinitas.

En esa ocasión no conté con los Arcángeles, pues sabía que se negarían; aun así, no me importaba. Era mi vida y yo mandaba en ella y en la de todos; podía hacer lo que me diera la gana sin tener que rendirle cuentas a nadie. Solo me quedaba un pequeño problema.

¿Qué cuerpo adoptaría?

¿Hombre?

¿Mujer?

Estuve varios días debatiendo las posibilidades, pero no me decidía. Cualquiera de los dos me parecía una buena opción, así que sin otra cosa que hacer, decidí poner a prueba a los dos géneros.

Ganaron las mujeres por unos milisegundos.

Y me dividí… Así nacieron Vitae y Mors. La Vida y la Muerte.

No habían pasado ni dos minutos cuando los Arcángeles, confundidos, aparecieron en el Cielo. Ya tenían forma humana y debo decir que los cuatro eran hermosos.

Sus ojos se abrieron anonadados al ver a su Dios dividido en dos seres tan iguales, pero tan diferentes al mismo tiempo.

Hagamos una pequeña pausa aclaratoria. A partir de aquí, me pondré nuevamente en la coraza de Vitae y les hablaré como ella misma, pues, aunque ahora he vuelto a ser Dios, digamos que me identifico un poco más con ella que con Mors.

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