Siempre hay algo que lo cambia todo

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Era un jueves algo lluvioso y había tanta niebla que apenas se podía ver a dos palmos de la cara de uno mismo.
Una larga limusina de color verde lima entro por las puertas del patio del instituto.
Todos como cada mañana se sorprendían con aquella limusina, al fin y al cabo era un color bastante peculiar, pero era necesario respetar los lujos del señorito Leo Hills; hijo de un famoso doctor conocido en medio mundo, solo en medio mundo porque el otro medio no quería enterarse, ya que este doctor era condenadamente bueno en su trabajo, pero también cobraba unos precios altísimos, y no demasiada gente se lo podía permitir.

Leo estaba acostumbrado a que lo trataran como un rey, todo el instituto le abría paso en los pasillos y la comida de su menú era especial. Su silla en la clase no era corriente ni mucho menos, era un pequeño sofá que ocupaba la parte trasera del aula, en el que tenia todo tipo de lujos.

Parecía que Leo, no podía necesitar nada más, o tal vez si... Amor. Con todas las chicas con las que había salido hasta el momento, simplemente lo habían querido por su dinero o por su belleza, y al fin y al cabo eso no era suficiente.
Aunque cada noche Leo pensaba que aquel iba a ser su destino, y tenía un claro ejemplo en sus padres: Su madre simplemente se caso con el señor Hills por sus grandes riquezas, es algo muy usual entre gente poderosa con dinero.

Leo bajo de su limusina, y al los tres segundos ya estaba rodeado de su séquito, piropeando su nuevo corte de pelo (aunque seguía igual que antes) o sus lujosas ropas de marca.
Leo ya ni los oía, eran los mismos sermones cada día, y nunca tenían nada interesante que decir, lo único que hacían era hacerle la pelota Leo o como todos le llamaban, señorito Hills.

Entro por las grandes puertas que le abrían ambos conserjes con una sonrisa algo fingida, y subió a su clase, solo eran las 07:45 y sus clases comenzaban a las 08:00, pero Leo no soportaba la gran estampida de animales salvajes que ocurría cada mañana por las escaleras y pasillos, así que suplico a su padre que hiciera algo, y como no, ese fue el espléndido resultado que obtuvo.

Leo se sentó en su cómodo sofá, y cerró los ojos durante varios segundos, después se acomodo, saco su teléfono y entro a Instagram, no había nada, nada nuevo, simplemente varios nuevos seguidores que apenas conocía; después miro su WhatsApp y solo tenia varios mensajes de algunos parientes lejanos, mensajes de hace bastante tiempo, que Leo se negaba a abrir por alguna razón.
Vio que solo le quedaba un 4% de batería y lo puso a cargar junto a su sofá, algo que está prohibido para todos los alumnos, menos para Leo.
Justo en el momento que Leo consiguió encajar costosamente su cargador en el enchufe, el timbre sonó y dio paso al comienzo de su primera clase de un día que seria algo largo.

Cuándo todos los alumnos se habían sentado, la profesora de alemán entro canturreando algunas palabras que Leo trato, pero no consiguió entender.
Era una mujer de unos 60 y pico años muy repeinada con un moño bien alto, solía vestir elegante, a Leo le solía recordar a sus numerosas criadas que trabajaban para el y su familia.

Leo no era necesariamente un mal estudiante, tal vez porque tenia varios profesores particulares de los que normalmente pasaba olímpicamente durante la mayoría de tardes o porque alguna que otra vez había conseguido sobornar a los profesores.
Pero el señorito Hills tenía especial tirria a la profesora de alemán, ella nunca aceptaba sus sobornos, y como Leo no prestaba atención en clase, ya que se le permitía hacer lo que el gustase, siempre suspendía los habituales exámenes de alemán.

Cuando la profesora de alemán termino de surcar la puerta, todo el mundo, menos Leo, que estaba aislado en su portátil, se dieron cuenta de que ella no venia sola, una joven la acompañaba. Aquella chica, se presento a si misma, y aunque su voz sonó algo desganada, llamó la atención de Leo.

Atrapado por CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora