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7 de mayo del 2017

  La hora en la que Jeongin se subió al autobús casi nadie vagaba por los distritos o edificios de la organización. Es más, Jeongin iba solo en aquel autobús con un terrible dolor de cabeza y un montón de estímulos que erizaban su piel.

  Lo único que escuchaba era el micrófono del vehículo pronunciar las paradas que recorrían, al igual que las pantallas virtuales en el vidrio que le repetían una y otra vez la vida rutinaria que tenía que seguir. Cierto, también escuchaba el sonido del motor y hasta el sonido de su propia respiración. Le costaba creer que aún podía respirar.

  «¡Recuerda comer tus tres comidas diarias! Desayuno, almuerzo, cena» repetían las pantallas. «¡Recuerda asistir a todas tus clases de aprendizaje! Lenguaje, matemáticas, ciencias, historia» Los mismos recordatorios una y otra vez.

  Jeongin estaba sentado apoyado en la ventana pensando en lo que ocurrió el último día que tuvo "libertad". Ese día que estuvo a punto de ser expulsado de la organización y, ahora, actuaba como un zombie sin sentimientos. Si era sincero, sus lagunas mentales no le dejaban en claro la situación, ni sabía cuánto tiempo pasó desde marzo que fue el día que lo mandaron a rehabilitación, pero sabía por qué lo mandaron ahí. Lo peligroso que era pensar por sí mismo en una organización sistemática como esta.

  Porque Jeongin había roto la regla primordial de pertenencia al centro del sistema. El permitirse un pensamiento individual e ir en contra de los superiores y prototipos.

  Hasta el momento, Jeongin había vivido una vida relativamente normal. Se levantaba, se colocaba su ropa blanca (la que todos usaban), asistía a clases, iba a almorzar, asistía a otras clases, cenaba, iba a su habitación, se dormía para despertar temprano y volvía a hacer los quehaceres mencionados. ¿Cómo la gente no se cansaba de hacer eso tantos años? Jeongin al menos sí se cansó.

  Lo único que cambiaba eran las horas de almuerzo, ya que encontró otra gente que parecía estar en la misma parada suya de aburrimiento. Así se consiguió unos amigos que le revelaron sus nombres dejando de tratarse con códigos numéricos. A veces compartían pesares sobre la monotonía del lugar, pero Jeongin sobrepasó el límite y terminó expresando sus singularidades frente a los superiores.

  ¿Cuánto tiempo pasó desde que tuvo esa crisis? ¿Horas? ¿Días? ¿Meses? Lo recordaba como si fuera hace tres minutos, pero como fue en la hora de almuerzo y ahora era de noche, debieron pasar horas. Ir a rehabilitación le hizo perder la noción del tiempo.

  Al menos los pensamientos de aburrimiento y búsqueda de identidad ya no lo abrumaban. Quería seguir en la monotonía de su vida ojalá hasta su muerte, así para evitar entrar a ese infierno de individualismo.

  —La última parada es en el Distrito 3. Por favor, se pide bajar del autobús.

  El vehículo se detuvo y Jeongin demoró en levantarse. En el distrito 3 estaba su edificio de residencia y, si bien extrañaba la comodidad de una cama, el asiento del autobús también era bastante cómodo. Se sentía tan cansado que dormiría en ese mismo vehículo.

  —La última parada es en el Distrito 3. Por favor, se pide bajar del autobús.

  Eran insistentes, y eso que solo era un micrófono que repetía lo mismo todos los días. Ni siquiera sabía si el conductor era humano ahora que lo razonaba.

  Siguió pegado en esos hologramas en el vidrio y suspiró casi ido de la realidad. Se suponía que ya se había sanado del pensamiento individual. ¿Por qué aún sentía que estaba prohibido estar ahí existiendo? Quizá la razón de su cansancio se debía a que consideraba pecaminoso ir a su habitación y despertar al día siguiente. No debería tener más cuestionamientos a este paso.

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