Capítulo 1

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Las luces de la noche en Yoshiwara iluminaban y coloreaban alegremente la noche. Los tonos cálidos de las linternas de papeles de colores, los faroles de la calle, y las bombillas de los establecimientos, a la par de las bellas mujeres vestidas en sus sedosos kimonos evocaban el recuerdo de los festivales.

Caminando por la calle, indiferente a los halagos que le dedicaban las trabajadoras del barrio, la distintiva cabellera platinada de Gintoki destacaba entre las demás, anunciando su llegada sin proponérselo. Quién lo vio primero y se apresuró a acercarse alegre hacia él fue el niño Seita.

- ¡Gin-san! ¡Qué bueno volver a verte! ¿Vienes por trabajo?

- No lo sé todavía, Hinowa me pidió que viniera.

- Hmm, no recuerdo que haya pasado nada malo por aquí en estas últimas semanas.

- Los niños no tienen por qué enterarse de esas cosas –Contestó Gin con un suspiro– Y Yoshiwara tiene a unas buenas guardianas aquí que se ocupan de que todo esté bien a diario.

- ¡Tsukuyo-nee es la mejor! ¿Verdad, Gin-san?

- Sí, sí... Vamos con tu madre de una vez.

Que Seita adoraba a Gin y lo tenía como un referente masculino era bien sabido, en su inocencia ignorando todas las demás cosas que los adultos podían criticarle. Sin embargo, era usual que la mera vista del samurái de cabello ondulado pusiera unas bonitas sonrisas en los rostros de sus conocidos en el barrio rojo. Las mujeres conocidas como el sol y la luna de Yoshiwara estaban entre esas personas, aunque la última, Tsukuyo, no gustaba de admitirlo y fingía un semblante indiferente. Lo cierto era que la ninja se había obligado a mantenerse estoica ante la presencia del samurái, guardando en lo más profundo de ella sus verdaderos sentimientos, ya que había aceptado que él no era el tipo de hombre que pudiera correspondérselos, y ella lo respetaba y lo dejaba a su aire. Hubiera sido más fácil el enterrarlos y hacer como si nada, pero su querida Hinowa siempre tenía algún comentario afilado y provocador para recordarle constantemente de la esperanza de animarse a estar algún día con el hombre que le gustaba, esa mujer era muy terca aún en sus mejores intenciones.

Justamente en darles un empujoncito había puesto su intención esa noche la bellísima cortesana de ojos aguamarina, al pedirle al peliplateado que fuera de visita. Quizás todavía no era tiempo para ninguno de pensar en algo romántico serio, dado que ambos tenían cosas que sanar en sus corazones primero, pero era innegable que la mutua compañía que se hacían les cambiaba el semblante, Tsukuyo viéndose más relajada, y Gintoki con un sutil brillo especial en sus siempre indiferentes ojos carmesí.

- Bienvenido, Gin-san. Siempre es un gusto verte.

- Hola, Hinowa. ¿Cómo van las cosas por aquí?

- Muy bien, por suerte. Gracias a la ayuda y el duro trabajo de muchas personas.

- Mejor así, es una molestia que haya problemas uno tras otro. ¿Y bien, para qué me llamaste? Si no hay trabajo, compensarás mi tiempo con darme algo de sake.

- Algo así era mi intención –Contestó la cortesana sonriendo– Una invitación de agradecimiento porque siempre estás cerca y ayudándonos, con los asuntos de Yoshiwara y con Seita también. Así que hoy es para que descanses y disfrutes la noche.

- Con que eso era. Bueno, suena bien, nunca se le dice que no al sake o a los juegos –Miró alrededor con disimulo– ¿Dónde está Tsukuyo? ¿De patrulla?

- No, le encargué unos preparativos. La verás en un momento.

Hinowa sonrió para sus adentros, encantada con que lo primero que notara Gintoki fuera la ausencia de la rubia, y no se contuviera de saber su paradero. Conversaron unos minutos entre ellos, de cómo iban las cosas en la vida de cada uno, cómo estaban Kagura, Shinpachi y Seita, y otros temas amenos, hasta que la mujer le dijo que ya debía de estar todo listo, y que podía ir a la habitación que habían preparado para él. Indicándole cuál era y dejándolo ir solo, ya que el samurái era un muy frecuente habitué de ese lugar, se despidieron por el momento.

El sake sabe mejor de los labios que de la copaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora