Capítulo 2

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Gintoki consideró que era hora de quitarse los pantalones, sintiendo de inmediato al hacerlo el alivio de aligerar la presión en su entrepierna. Tenía unas ganas tremendas de tocarse para calmar su necesidad, o mejor aún, que ella lo hiciera por él si se animaba, pero podía esperar un poco más. Sin dejar de mirarla a los ojos, se acomodó nuevamente entre las piernas de Tsukuyo, inclinándose sobre ella para volver a hacer un sendero de besos desde el abdomen, sumando también las caricias de una mano para tantear la reacción de la rubia al primer toque directo sobre su sexo. Sintió cómo la suave piel de la zona reaccionó con un ligero estremecimiento, mientras que la cortesana había cerrado los ojos y girado la cabeza a un costado, seguramente tratando de controlarse para no removerse como pez fuera del agua. Aprovechando aquello, acercó su boca para empezar a complacerla de esa forma, pero en cuanto sus labios se apoyaron sobre la intimidad de su amante, tuvo que detenerse con un quejido, ya que un par de piernas fuertes como tenazas se habían cerrado a los costados de su cabeza.

- ¡¿Q-Qué crees que estás haciendo?! –Exclamó la cortesana, echando humo por las orejas.

- Estaba por probar la dulce honey de mi honey. ¿Te criaste en el barrio rojo y no te haces una idea de lo que estaba por hacer?

- ¡Claro que sí, por eso te detuve! –Bajó la voz a un murmullo, haciendo la mirada a un lado– Sólo pensé que me ibas a tocar, tonto...

- La tonta eres tú, o todavía eres demasiado pura –Suspiró, y venció la fuerza de las piernas para liberar su cabeza, sonriendo con descaro– Déjame hacer, Tsukki, ya verás que te gustará. Agradecería que no volvieras a aplastar mi cabeza, la necesito para hacerte sentir bien.

Tsukuyo no replicó a eso, y se tomó unos segundos en los que lidió con su vergüenza, para relajarse. Lo que Gintoki no entendía era que todo eso estaba siendo demasiado para ella, y no ayudaba ver las expresiones tan sensuales de ese demonio blanco, lo tenía bien puesto el apodo, tanto para sus habilidades de guerra como las que estaba demostrando como amante. Cuando logró calmar un poco su alterado corazón, se recostó y cerró los ojos, al menos así iba a ser más fácil. Sonrojada a más no poder, abrió un poco sus piernas, dándole a entender que no iba a resistirse más.

Satisfecho, el samurái decidió primero anticiparla a la sensación de hacer contacto con su intimidad, por lo que usó su dedo pulgar para acariciarle muy ligeramente el sexo, desde los labios exteriores a los interiores. Tsukuyo se estremeció y venció por poco su impulso de hacerse a un lado. Cuando consideró que era suficiente, además que apenas podía resistirse a continuar, viéndola así y entregada a él, no dejó pasar más tiempo y hundió la cabeza en la entrepierna de la cortesana, plantando un beso con lengua que la hizo gemir lo más fuerte que le había oído nunca. La rubia se tapó la boca, preocupada de que la hubieran oído, pero Gintoki interrumpió lo que estaba haciendo y se subió rápidamente encima de ella para quitarle la mano de allí, y llevar ambas manos de ella contra el tatami, presionándola de forma sensualmente amenazante con su cuerpo.

- Dije que no te contengas, Tsukuyo.

- Pero... Me oirán desde fuera... –Gimoteó en respuesta, no tanto por debilidad sino por lidiar con lo pasada de excitación que se estaba poniendo al verlo a él así, además de todas las extáticas sensaciones que le estaba provocando.

- Este es el barrio del placer, es lo más normal –Replicó el peliplateado, y se acercó para susurrarle al oído con voz ronca– Así que olvídate de todo, y mírame a mí, sólo a mí.

Tsukuyo ahogó otro gemido, conocer ese lado demandante y tan sexy de Gintoki la estaba haciendo sentir borracha de deseo, si algo como eso podía existir. Que él la deseara y la reclamara tanto la hacía sentir terriblemente bien, ni siquiera en sus fantasías se había imaginado que sería así. Juntando todo su valor y tratando de dejar atrás su bochorno, lo miró a los ojos fijamente durante varios segundos, a lo que él sonrió con confianza y asintió, para luego volver a serpentear hacia abajo sin dejar de mirarla, hasta aterrizar nuevamente en su intimidad. Verlo sacar la lengua con expresión atrevida para depositar una larga lamida en su entrepierna la estremeció una vez más de pies a cabeza, ese maldito demonio la estaba volviendo loca, lo había hecho adrede.

El sake sabe mejor de los labios que de la copaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora