1. Recuerdos en el polvo

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-Aquella noche, vimos como las estrellas bajaban a la tierra. Nunca vi algo tan hermoso, hasta que nos dimos cuenta de que no eran estrellas, ni nada que se les pareciese. El cielo se abrió, como si fuera un puzzle enorme imposible de formar.

-Por la televisión contaron que las reservas nucleares de muchos países estaban listas, aunque no las utilizarían por si venían buscando amigos. Pero los monstruos solo querían hacernos daño- anunció una segunda persona, de voz tan inocente e infantil como la primera.

-¿Sabéis por qué nunca pudimos utilizar armas nucleares contra ellos?- inquirió otra voz, distinta a todas las demás que hasta entonces habían hablado. En sus palabras se escondía un tono maternal y carioñoso, que hubiera tranquilizado a cualquiera en aquella situación.

-Antes de que empezaran a atacar un lugar aparecía una tormenta, pero las nubes eran raras. No había lluvia, ni truenos, ni siquiera nubes... solo relámpagos que apagaban las luces y paraban los coches. Los aviones se caían del cielo y no podíamos ver qué pasaba por la tele, porque casi todas las cadenas aparecían sin señal, si la luz no se había ido todavía.

-Entonces, los líderes políticos desaparecieron. Unos dicen que los asesinaron...

-Otros que huyeron y nos abandonaron a nuestra suerte. Incluso el presidente de los EEUU, ese hombre con traje que tantas veces había visto en la televisión, tan seguro de sí mismo, prometiendo a su país y al mundo que vendrían tiempos mejores y siempre velaría por nuestro bienestar.

-Después- continuó con tristeza otro más- bombardearon las ciudades más grandes y las capitales.

-Nueva York, en Estados Unidos.

-Madrid... Barcelona...

-Sidney en Australia.

-Los militares y la policía estaban por todas partes. Evacuaron las ciudades tan pronto como pudieron, y aun así cientos de personas murieron en los primeros ataques.

-Lo que le decían a todo el mundo era que pronto se acabaría todo, que estaríamos a salvo y que podríamos volver a nuestras casas.

-Mintieron- sentenció otro, de aspecto más maduro.

-No pudieron luchar contra los alienígenas. Ellos eran más fuertes. Sus armas lo destruían todo, y nuestros tanques no eran capaces de pararlos lo suficiente. Los extraterrestres tenían máquinas gigantes y naves con las que surcar el cielo, con las que buscaban a la gente y destruían ciudades.

-Cuando los militares no pudieron pararlos, empezaron a llevarse a la gente. Si raptaban a los niños y a los adolescentes y los adultos que intentaban pararlos, no se lo pensaban dos veces...

-Yo vi cómo entraban por la noche y se llevaban a mi hermano. Cuando mi papá quiso salvarle...

-Suficiente chicos- le cortó la voz femenina que hacía las preguntas- lo habéis hecho muy bien. Mañana a la misma hora seguiremos. Ahora id a descansar; ya es tarde.

Con aquellas palabras, aquella docena de niños se incorporó, dejando sobre las mesas dibujos y cartas que reflejaban lo que, a tan temprana edad, tenían que haber afrontado sin remedio alguno. En grupo, abandonaron la sombría habitación, iluminada a penas por candelabros y velas que amenazaban con apagarse en breve.

La doctora Sandra Hernández observó cómo avanzaban a tropezones hasta quedarse sola. Años antes había decidido estudiar medicina con tal de ser pediatra, por el único motivo de que le encantaban los niños, deseosa de ser madre tan pronto como pudiera.

Ahora sin embargo, cada vez que aquellos jóvenes se reunían con ella sentía miedo por lo que en aquellas pequeñas mentes pudiera estar ocurriendo.

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⏰ Última actualización: May 31, 2015 ⏰

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