Capítulo 2

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Cuando era más pequeña, Haenet creía que maquinar planes para salirse con la suya era algo normal. Eos, su madre, insistió severamente en que tenía razón, de hecho, le había acomodado el corpiño mientras murmuraba que todos los niños querían salirse con la suya.

–Siempre son escurridizos. –Había mascullado.

Sin embargo, con el paso del tiempo, Holly comprendió que, pese a que todos los niños se salían con la suya (o querían) los Dareen tenían una manera particular de hacerlo.

Kaede se colaba en las cocinas, escondiendo joyas en los bolsillos de los sirvientes, y acusándolos cuando fingía haberlas perdido. Luego, con el rostro enrojecido con una fingida ira refunfuñaba que se guardaría el secreto a cambio de fidelidad. Las sirvientes le servían más galletas, le escondían dulce bajo las almohadas, o le escribían las lecciones que ella quisiese.

Cuando su madre se enteró le había acariciando la cabeza entre risas, la había llamado astuta, y luego le había dicho que los que se mueven con miedo no eran leales.

–Cambia tu táctica, querida. –

Andrómeda, en su lugar, la mayor, la más sensata, nunca parecía que se saliese con la suya. Era su más grande ventaja, parecía ver. Nunca hacía las cosas, o se movía por hacerla. Siempre había alguien que lo hiciese por ella.

Haenet recordaba a su hermana en la sala de estar, con los tobillos cruzados y un hermoso pero pomposo vestido negro con detalles dorados. Su primera fiesta de té, y alguien se había encargado de que nadie llegase. Eos parecía devastada, pero Andrómeda se reía en voz baja como si la situación le hiciese gracia.

–No debes de mofarte de estas cosas Meda. –Su madre le había reñido. –Cuantas más personas se acerquen a ti, más piezas valiosas obtienes. –

Andrómeda, con el rostro sereno y una brisa incauta había sacudido la cabeza.

–Lo sé madre. Lo sé. – y siguió riéndose en silencio, como si alguien le estuviese susurrando al oído cosas graciosas.

Poco después de que el sol comenzase a ocultarse una sirviente había venido por el señor de la casa, murmurando una plaga en jóvenes, su piel se estaba manchando, sus labios rompiendo y sus uñas ennegreciendo. Jesse Bennet, médico y padre se había alarmado, había salido disparado para brindar su conocimiento.

Holly en su lugar visitó a su hermana, quien tarareaba mientras se cepillaba el cabello. Meda no dijo nada, solo murmuró sobre cómo sabía que nadie vendría.

–Fue Cassia, Holly. Ella les dijo tantas mentiras que no dudaron en creer. – Confesó en voz baja, mientras se acomodaba las mechas negras. –Era un ser horripilante. Mentirosa ¡MENTIROSA! – Su hermana parecía empeñada en seguir murmurando maldiciones. Aun cuando Haenet dejó la habitación, podía escucharla maldecir con la puerta cerrada

– ¿Cómo? –Inquirió Eos a la mañana siguiente, con su padre evidentemente ausente.

Andrómeda había sonreído, picoteado su desayuno y sorbido su té antes de contestar.

–Solo hice un intercambio pequeñito, madre. –

Nadie pregunto más de eso.

Pero sí, todos se salían con la suya.

Incluso Haenet, quien ansiaba moverse en silencio bajo desordenes exteriores.

Caos silencioso.

–Son venenosas. –Kaede se sentó a su lado, apretando las faldas de su vestido con ambas manos. Parecía cansada. Probablemente lo estaba.

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⏰ Última actualización: May 14, 2023 ⏰

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