Francisco se había quedado devastado desde aquella mañana en la que Mario se había marchado de su casa. No podía creer que, después de una noche tan apasionante, Mariuco le hubiera dicho que todo había sido un error. ¿Cómo podía decir eso, cuando la idea de ir a su apartamento fue del propio Mariuco; cuando habían compartido tantas cosas en una sola noche? Estaba dolido, más dolido que nunca. Se sentía utilizado.
Pero Francisco, aunque tenía muy pocas luces, no era tonto (al menos, no tanto como muchas personas podían suponer); y él no pensaba ir en busca de Mariuco. Fran podía ser una persona pasiva, pero no era ningún arrastrado, y se propuso olvidarse de Mario por completo. Sabía que había muchos peces en el mar, y que llegaría una persona, tal vez tan sencilla como él, que lo amaría tal y como era. Mientras continuaba con su vida cotidiana, tan solo deseaba que Mariuco lo estuviera pasando mucho peor que él. Que se buscara a otro, porque él no pensaba volver a sus pies.
Y es que Francisco, en su apartamento, siempre estaba acompañado por sus bros, quien sin saberlo, lo ayudaban a distraerse de todo lo que había ocurrido mientras comían, hablaban de tías y de fútbol, y salían de fiesta de vez en cuando a emborracharse.
Sin embargo, Mariuco se sentía increíblemente solo. No creía que nadie pudiera comprender el dolor que sentía. Muchas veces envidiaba a su compañero Marco, que se reunía a menudo con su grupo de tías altas, tías buenas y maricones; no como él, que tenía a sus bros viviendo lejos y lo habían abandonado entre mujeres de bajo nivel y simps, tanto en los apartamentos como en clase.
La soledad lo perseguía incluso en los momentos más íntimos, cuando se liaba con las tías más guapas que le tiraban la ficha, pues ninguna de aquellas zorras básicas podía compararse con la persona tan intrigante y fascinante que era Francisco.
Incluso trató de socializar más con su compañero Marco, pero el maricón pelirrojo no ponía nada de su parte.
—¿Te lo puedes creer? —dijo Mariuco en una ocasión—. Estas tres tías me echan en cara que he estado liado con las tres a la vez. ¡Yo estoy soltero y puedo hacer lo que me salga de los huevos!
Mario pensó que aquella era una buena manera para acercarse a su compañero, pues le estaba consultando acerca de sus problemas. Sin embargo, Marco lo miró fijamente con sus ojos marrones durante unos segundos, con una expresión de atención inquebrantable en su rostro. Soltó aire por la nariz.
—¿Con tres a la vez? —repitió Marco, listo para macharse con sus amigas—. ¿Tanto ligas?
—Es que estoy buenísimo —sonrió Mariuco, haciendo un movimiento sexy con la cadera.
Pensó que aquello pondría nervioso a Marco, pues él era irresistible. Sin embargo, el marica pelirrojo lo miró de arriba abajo y soltó aire por la nariz.
—Pues hijo —dijo, encogiéndose de hombros—, es que eres un cerdo. Normal que se enfaden
Marco soltó una risa breve, y Mariuco se carcajeó. Pero en cuanto el maricón se marchó por la puerta, Mario sintió un peso en el pecho. Marco tenía razón; todas aquellas zorras, al ser incapaz de reconocer que eran inferiores a él, solo podían verlo como un cerdo. Y aquello no iba a llenar el vacío que el fascinante Francisco había dejado en su pecho.
¿Acaso aquella amargura iba a ser eterna? Francisco era el amor de la vida de Mariuco, y sin embargo, casi cada día, engañaba a su verdadero amor con cualquier zorra que pasara. Cada beso que les daba lo envenenaban un poco más. Pero había sido él quien decidió expulsar a Fran de su vida.
Mariuco solo podía desear que Francisco fuera feliz, pero ¿acaso él, que era el tipo más sexy, inteligente y talentoso de España, no merecía dejar atrás aquella melancolía? Parecía que no. Al parecer, Dios solo amparaba a las zorras, a los simps, a las brujas y a los maricones, y se había olvidado de sus hijos perfectos, de los sementales como él.
Sin embargo, un día, el ánimo de Mariuco tuvo la oportunidad de levantarse de nuevo.
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Nadie como tú (Marisco)
FanfictionDesde que llegó a los apartamentos de estudiantes, Mario, un chico fuerte, inteligente y atractivo, no ha podido dejar de pensar en Francisco, un muchacho sencillo y de hermosa sonrisa ausente. Tras una noche en la que por fin se encuentran, la pas...