Capítulo 8. Estúpido (y otros sinónimos)

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|En el comedor, horas antes

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|En el comedor, horas antes...

"Dios Quackity, ¿por qué eres tan estúpido? Dame espacio".

Un nuevo silencio se produjo. O tal vez escuchó un resoplido molesto. No sabe.

Esas palabras atravesaron a Quackity como un cuchillo. Estúpido. Ahí estaba de nuevo, esa maldita palabra que lo seguía a donde quiera que fuera. Quackity y estúpido iban de la mano. Él era estúpido, y para todos, eso era todo. Eso es todo lo que era, excepto tal vez también era atractivo. Y cualquier otra palabra que significara estúpido. Él era todas esas cosas y nada más que esas cosas.

Estúpido. Estúpido. Estúpido. Estúpido. ESTÚPIDO.

No importaba que él supiera patinar. No importaba que él supiera las respuestas sobre el celo felino. No importaba que pudiera ser bueno con los animales bonitos, no importaba que pudiera hornear o decorar algo como si no fuera asunto de nadie. No importaba que fuera cariñoso y amable, que le gustara ayudar a la gente y que le gustara hacer sonreír a la gente. No importaba que fuera pelinegro, o que fuera bajo. Toda su identidad se basaba en esa única palabra.

Estúpido. Todo lo que Quackity era, era estúpido.

La primera vez que lo llamaron estúpido tenía cinco años. La última vez que lo llamaron estúpido fue hace apenas 5 minutos. Lo siguió como una burla, a veces provocada por otros y a veces en su propia mente, zumbando en sus oídos cada vez que daba un paso.

Estúpido. Estúpido. Estúpido.

Un sentimiento inquietante, casi doloroso, se alojó en su pecho y las lágrimas brotaron de sus ojos casi al instante. Luzu lo miró, en estado de shock por su propio arrebato, y Quackity le devolvió la mirada en silencio, inmóvil. Vegetta estaba inmóvil, mirando la escena; el resto parecía perdido en su mundo, lejos del drama de la pareja. Quackity tampoco hizo mucho ruido. Por unos momentos fugaces,  Quackity sintió que no podía respirar, su corazón latía con fuerza en su pecho, hasta que algo en su mente se rompió.

Su rostro se arrugó y pudo sentir que su rostro se ponía rojo. Si era la tristeza o la ira, él no lo sabía. Se sentía de una manera que no había sentido antes, una mezcla de ira y tristeza absoluta. Esto no se sentía como normalmente se siente ser llamado estúpido. Esto se sentía diferente. Era difícil describirlo de una manera que lo hiciera comprensible.

Pero entonces, supuso, ¿no estaba destinado a no saber nada de todos modos?

“Tú eras la única persona que nunca me había llamado así,” dijo, incapaz de contener las lágrimas en su voz. Giró sobre su cuerpo y se levantó de la silla, sin darle tiempo a Luzu para reaccionar, o que el resto supiera lo afectado que se encontraba y se echó a correr. No estaba seguro de adónde iba, ¿al baño? ¿Quizás a su habitación? ¿Tal vez incluso para sentarse en la oficina del buen señor que dice ser el gerente del hotel? Todo lo que sabía que necesitaba era alejarse, alejarse de Luzu y de todos los demás.

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