Aprender duele

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Los años pasaban y aquel joven dragón de cabellos dorados iba creciendo, haciendo su cuerpo y sus alas cada vez más fuertes para defender a su pueblo en caso de ser necesario, sus piernas cada vez corrían más lejos, las alas lo levantaban por encima de las espesas nubes y su feroz aliento llegaba más y más lejos, cabe aclarar que unos pocos eran bendecidos por la madre tierra con aquella poderosa arma, no todos lo dragones del Este podían escupir fuego, la mayoría de ellos escupían un gas venenoso, claro que este grandioso guerrero tenía ambos alientos y podía altérnalos a voluntad, los padres de este joven estaban llenos de orgullo al ver que cada día que pasaba era un día más para tener al mejor rey que el clan habría visto, aunque algo afligía a su corazón, seguía esperando con paciencia (aunque cada vez menos) que el amor de su vida se diera cuenta de que él sería su destino.

No quería apresurar al tiempo, pero de verdad era difícil para él tener que fingir que no sentía nada por ese bello híbrido rojizo, el cual se iba volviendo más y más grande, sus alas, cuernos y cola siempre podían verse a diferencia de Bakugo, que era un metamorfo el cual se transformaba a placer, y darse cuenta de como otros llegaban a tocarlo era insoportable a la vista, a veces Bakugo observaba entrenar o volar a Kirishima con otros dragones y eso lo hacía enfadar -¿por qué mierda debo ver esa puta escena?- se preguntaba constantemente, su cabeza y corazón se estaban volviendo locos, no entendía porque, solo sabía que aquel sentimiento era insufrible.

Cada noche a la orilla del río pedía a la madre tierra que hiciera ver a Kirishima que él era su vínculo, aunque tal vez pedirle eso a la deidad del bosque era demasiado, de cualquier forma lo siguió haciendo durante años, con la ilusión de que un día fuera escuchado.

Los años como las estaciones pasaban sin mirar atrás, pronto esos pequeños niños que comían pescado y mojaban los pies en el río se iban volviendo adolescentes y ellos a su vez se hacían adultos, a los diecisiete años los dragones llegaban a la adultez. Bakugo perdía la esperanza en que la madre tierra le hubiera oído sollozar el dolor de un amor no correspondido, y que tal vez era eso, un amor no correspondido y no un vínculo.

Hasta que un día, mientras entrenaba con su padre en aquella verde pradera que desde hace nueve años había sido su área de entrenamiento y testigo de sus sentimientos, la alegría volvió a su corazón. 

Estaba ahora pintada de blanco por el cambio de estación, los árboles habían perdido sus hojas y el río se había congelado, en el cielo apareció una bola de fuego bajando en picada desde lo más alto de las nubes que oscurecían el día, Bakugo lo había olido hacía unos veinte metros pero a decir verdad, le parecía divertido y un tanto tierno seguir siendo embestido por su gran amor, solo preparó el cuerpo y esperó paciente el impacto.

-BLASTY!

Arremetió contra su cuerpo una bola enorme de fuego y pesadas escamas, diez veces más grande que el muchacho, su torso desnudo quedó en la fría nieve derretida por el fuego y el calor corporal de los chicos.

-Hola Eiji, te eche de menos- acariciaba la cara de su amigo mientras el fuego se disipaba.

-Algunas cosas no cambian, verdad?- Dijo Masaru al padre de Kirishima que apenas iba aterrizando. 

Bufidos bajos y tristes se escuchaban del dragón, el cual se veía bastante angustiado. Masaru entendía a la perfección esos bufidos, para ellos las palabras no siempre eran su medio de comunicación.  

Por otra parte los lametones no se hicieron esperar para Bakugo y Kirishima, aquel joven semidesnudo terminó escurriendo en saliva, con un olor a azufre aún más intenso que el que ya tenía, no le molestaba en lo más minimo, ahora Kirishima tendría que limpiarlo esa era la parte divertida.

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