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En casa, Minho se sorprendió un poco cuando Jeongin tomó su mano, sin decirle nada, tomó un par de toallas del estante, dejándolas sobre el pecho del rubio para que las sosteniera.

— ¿Qué? ¿Para qué-? — Minho dejó de hablar cuando notó que Jeongin se dirigía hacia el baño.

De repente, la idea de lo que su chico quería apareció en su mente, y quiso irse y a la vez no.

Jeongin lo hizo pasar al baño, cerrando la puerta detrás de él.

— ¿Jeongin? ¿Q-Quieres que n-nos...?

Jeongin rió ante lo ruborizado que estaba Minho, quien había apretando las toallas con fuerza sin darse cuenta, todo gracias a lo nervioso que estaba.

El pelinegro tomó ambas toallas para colgarlas en los ganchos de la pared. Se acercó a Minho para dejar un pequeño beso sobre sus labios, miró los gatunos ojos del chico nervioso frente a él.

Baño de novios — respondió simplemente.

— ¿Tú... En serio quieres...? — Minho no podía creer a su lindo chico, aquel tímido que lo obligaba a voltearse para cambiarse y que era muy protector sobre su intimidad hacer algo así.

Jeongin comprendió la sorpresa de su novio por lo que estaba haciendo, él no era de hacer esas cosas.

Soltó un pequeño suspiro, no quería decirlo, pero se sentía muy nervioso desde que había tenido su ataque de pánico, y la presencia de Minho lo calmaba.

No quería separarse de él por miedo a sentirse tan asustado como lo había estado, pero también se sentía sucio, quería borrar los recuerdos con una ducha, como si pudiera quitárselos así de fácil, necesitaba un baño.

Sonriendo de forma tímida, volvió a alzar la vista hacia Minho

Quiero... Estar contigo — dijo, bajo—. Y también quiero bañar-me... —añadió, sin querer decir más.

Minho respiró profundamente, intentando bajar sus pulsaciones.

— Está bien si así lo quieres, Jeongin— dijo, acarició un poco el cabello del chico—. Sólo me puse nervioso porque creí que querías... Hacer algo.

Jeongin tardó un momento en entender a lo que se refería, y Minho rió con ternura hacia su inocente novio.

Al comprender, Jeongin abrió los ojos como si se hubiera asustado, se ruborizó hasta las orejas y escondió el rostro en el pecho de Minho, quien lo abrazó con algo de gracia.

— Está bien, bebé, no haremos nada, no te preocupes— dijo el rubio, frotando la espalda de Jeongin.

Soy inocente — lo escuchó murmurar en su pecho.

— Claro que lo eres, amor.

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