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Al terminar de cenar, Charles recogió los trastos y los dejó en remojo en la mesada de la cocina. Tú fuiste al sofá para terminar de calentar tus pies frente a la chimenea.

En silencio se acercó a ti.

—Puedes usar el cuarto, yo me quedaré despierto.

—¿Estás seguro? ¿No necesitas descansar?

—Debo terminar con eso. —Señaló la mesa de trabajo—. Viajaré a Saint Denis en unos días.

Agradeciste para tus adentros que se abriera y te contara sobre sus planes futuros.

Tu corazón latía con intensidad, la necesidad de calor de tu cuerpo ya no sólo anhelaba el calor de la chimenea, sino el de la piel de alguien más.

—Yo debo llegar a Blackwater —dijiste poniéndote de pie—, parece que después de hoy jamás volveremos a cruzarnos.

Te acercaste más a él, hasta detenerte a pocos centímetros; por un momento esperaste a que se apartara o que buscara crear distancia entre ustedes, pero no hizo nada de eso. Charles se quedó observándote de cerca.

—Quizás nos crucemos nuevamente, pero...

—Pero, mejor aprovechar esta oportunidad —pronunciaste en voz baja acercando tu boca a la suya.

Te pusiste en puntas de pie para alcanzarlo mejor, pero él terminó por agacharse hacia ti, tomando tu cintura con ambas manos mientras que besaba tus labios con lentitud.

Exploraste su boca con tu lengua con bastante curiosidad, haciendo que tus manos se movieran por su amplia espalda. Necesitabas sentir su piel bajo tu tacto, querías que él te tocara y te diera el afecto que tanto anhelabas.

Por como te recibió en sus brazos, supiste que él también necesitaba el calor de alguien, por ello fue que tomaste sus manos y lo miraste a los ojos una vez que cortaron el beso.

—¿Estás segura de esto? —preguntó sin quitarte la mirada de encima.

—Estoy más que segura —respondiste y apretaste sus manos.

Ambos caminaron hacia la habitación, donde una cama con algunas frazadas se hallaba solitaria junto a una pequeña mesita de noche, el calor de la casa se encerraba allí, mientras que afuera oscurecía.

De nuevo volviste a besarlo con pasión, pasando tus manos por su rostro y cabello, querías saber más de él, pero también querías sentir más de él, por eso corriste su camisa dándole a entender que querías que se la quitara.

Por suerte entendió y se comenzó a desvestirse frente a ti y tú hiciste lo mismo, quitándote toda esa ropa que llevabas encima.

Su cuerpo era fornido y musculoso, tenía varias cicatrices sobre su piel, pero no dejaba de verse atractivo. Lo admiraste por un momento, mientras terminabas de desnudarte para él.

Queriendo sentir su calor te acercaste a besarlo nuevamente, permitiendo que sus manos se posaran en tu cintura y luego se movieran por sobre tu piel explorando tu cuerpo.

Tus manos se quedaron en su amplio pecho y tu pelvis se acercó cada vez más a la suya, sintiendo el gran bulto de sus pantalones.

Alejaste tu boca unos centímetros de la suya, te relamiste y dijiste:

—¿Vas a quitarte los pantalones también?

Sentiste más calor en tus mejillas por ser tan descarada. Pero sabías que lo ameritaba, porque lo querías dentro de ti.

—¿Eso es lo que quieres, T/N?

—Sí —respondiste con seguridad bajando tu mano desde su pecho hasta su erección cubierta por la prenda.

Lo acariciaste, provocando que él se estremeciera y te mirara con ojos de depredador. Te mordiste el labio y retrocediste un par de pasos, hasta llegar a la cama donde te recostaste y terminaste de desvestirte. Quedando, tal como viniste al mundo.

Él te observó y su respiración se agitó y sin poder aguantar más se quitó los molestos pantalones, dejando libre su pene erecto.

Sentiste un cosquilleo a la vez que te sorprendiste ante su tamaño.

—Vamos, hazme tuya —dijiste abriendo tus piernas para él.

Con hambre en sus ojos se acercó hacia ti, tocando con sus dedos la humedad de tu vagina, provocándote un suspiro de placer ante su tacto y luego subió a la cama sobre ti.

—Si necesitas que me detenga sólo dilo, por favor.

—Ya hazme tuya, por favor —rogaste.

Él asintió y para complacerte tomó tus piernas, abriéndolas aún más para introducirse con lentitud en tu interior.

Suspiraste mirando al techo al sentir como de a poco iba avanzando su pene dentro de ti, hasta terminar de meterlo por completo.

Se quedaron un momento adaptándose hasta que él comenzó a moverse con lentitud.

—Oh —dijiste bajando la mirada para verlo.

Se veía tan sensual, hincado en la cama sobre ti con las piernas semiabiertas y su pelvis pegada a la tuya, veías sus músculos y la tensión de sus brazos al estar sosteniendo tus piernas.

Estabas tan excitada que también comenzaste a moverte, ayudándolo a darte placer y a darse placer a él mismo.

Y lo que comenzó con lentos movimientos fue aumentando, hasta que los dos agitados y erráticos se movían, haciendo que sus cuerpos hicieran ruido al chocar.

La habitación era una revolución de gemidos y aplausos, donde ambos estaban a punto de explotar de placer.

Su pene entraba y salía de tu lubricado interior, los gemidos pasaron a ser gritos de gozo y el sudor de sus cuerpos se mezclaba con cada roce.

Llegó el momento en que tantos estimulantes choques te hicieron llegar hasta la cúspide del placer y para terminar, te retorciste gritando ante él que observaba tu orgasmo sintiendo las contracciones de tu vagina sobre él.

Continuó sus embestidas erráticas hasta que salió de tu interior y volcó su orgasmo sobre tu abdomen.

El mismo fue intenso y cargado, de tantos meses de abstinencia.

Ambos estaban satisfechos, cansados y sudorosos.

Había sido uno de los mejores encuentros que habías tenido. 

 

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Tormenta de nieve [Charles Smith y tú] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora