Sol artíficial.

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Una pesadilla me ha hecho despertar de un salto que me ha costado un fuerte dolor en la columna. De inmediato, una maldición a medias se me escapa de los labios. Con un poco de esfuerzo y otro poco de molestia, estiro mi brazo en el que se me ha puesto el catéter que conecta a la bolsa de solución que cuelga de un gancho gris (con el que por cierto planeo golpear al próximo que se atreva a pincharme en el brazo). Tiro de una menuda jareta que me permite encender una lámpara de la que emana muy poca luz amarilla. El acto me deja exhausta.

Vuelvo a acomodarme en la cama, con un movimiento brusco que hace que la punzada de dolor se extienda hasta el cuello. A pesar de que me encuentro completamente sola en la habitación, me siento observada. Comienzo a entrar en pánico. De algún modo, distingo una pequeñísima mancha roja que comienza a formarse en la manguera que conecta el catéter a la bolsa de solución. El pavor aumenta. Presiono una y otra vez el botón magenta que se supone debería llamar a una enfermera. Para este momento, el miedo me devora.

La habitación se enciende con un clic que marca la diferencia entre la luz artificial que ahora inunda el espacio, y la oscuridad que me torturaba.

Entra entonces la mujer del tiempo con aires de heroína, seguida de ella, viene una joven de baja estatura y mejillas regordetas y rosadas, cuyo paso se aprecia apresurado y torpe. La mujer del tiempo la llama Gina. Para entonces ya es muy tarde. El pánico me ha consumido. Mi cuerpo comienza a temblar sin que logre controlarlo. Escucho las voces cortadas, como un eco y un sollozo al unísono en la lejanía. Gina se nota nerviosa ahora. La mujer del tiempo prepara una jeringa, de punta delgada y filosa, toma mi brazo y me pincha sin detenerse a observar mi piel que ahora tiene apariencia de queso chédar. Mi cuerpo comienza a adormecer poco a poco, así que no creo poder alcanzar el gancho con el que he de golpear a la mujer de los rizos castaños cuya obsesión por el tiempo es de las pocas cosas que me impresionan en este lugar.

Mi panorama se achica. Las luces se vuelven tenues y mis ojos se cierran. Ya no distingo nada, solo una voz que flota en el aire y me susurra "calma".

Luego, pierdo la noción.

Me lo dijo un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora