El espía insolente.

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Con todo el esfuerzo del mundo y hasta donde mi cuerpo lo permite, he puesto en marcha un plan de auxilio a mi proyecto de abandonar este lugar. Gina me ha dicho que no puede ayudarme con ello, pero la he hecho prometer que, bajo ninguna circunstancia, peligro, desastre natural, o estallido de una bomba nuclear, dirá una sola palabra. Nuestro pacto fue consumado en una fea y triste habitación de un hospital cuyo nombre aun desconozco, pero he de asegurar que la promesa ha sido una cosa muy seria, pues, la mismísima Gina me lo ha jurado en nombre de su tortuga Gigi (que recibió como obsequio de navidad a los nueve años, o al menos eso es lo que me ha contado). El acto sagrado de juramento, consistió en un simple enlazar de nuestros dedos meñiques de la mano derecha, y recitar una frase más o menos corta.

Esta mañana he desconectado el catéter. La tarea no ha sido nada fácil, y me he provocado un moretón bien marcado justo en la parte del brazo donde se conecta. Incluso para ello tuve un plan. Ayer por la tarde, pedí a Gina que acomodara la finísima aguja que se hallaba conectada a mi brazo, por debajo de la piel. Observé con sumo cuidado como la desconectó y volvió a conectar, así he tratado de aplicarlo yo misma hoy. Me ha dado un poco de pena aprovecharme de su ingenuidad, pero mi mala acción me ha sido de mucha ayuda, y de un momento a otro, se me ha pasado el arrepentimiento.

Bajo de la cama y camino hasta la vitrina junto a la puerta. Me hago de varios frascos de medicamentos de diferentes tamaños y tonalidades de gris y azul. Los escondo bajo mi cama. Esta noche, cuando las luces del hospital mueran, me atiborraré de pastillas y grageas hasta quedarme profundamente dormida, y todo terminará pronto.

Vuelvo a acomodarme en la cama, hago un esfuerzo por conectar bien el catéter, y me tapo bien con la sabana, áspera y fría. Inmediatamente, pongo mi mejor cara de mosca muerta, y solo aguardo a que el tiempo transcurra.

Me percato que alguien observa desde la ventana. Tras unos segundos de analizarlo cuidadosamente, me doy cuenta de que es el mismísimo joven que vislumbré ayer. Me observa con sus profundos y desafiantes ojos grises, que resultan bastante difíciles de descifrar, pues en este punto me pregunto si ha de asesinarme o solo acosarme.

Una vez más, desconecto el catéter de mi brazo y me levanto. Tengo que ejercer gran esfuerzo sobre mis rodillas para lograr ponerme de pie y caminar hasta donde está el. Su rostro denota hastía y desgano.

— ¿Qué planeas hacer con todo eso? —Pregunta, haciendo resonar una voz gruesa y seria.

— ¿Quién eres? —Exijo.

El muchacho apenas vuelve los ojos para mirarme, pero sin articular ni una sola palabra

—Te he hecho una pregunta, ¿no me has escuchado? —Ahora le alzo la voz y le devuelvo una mirada fría y penetrante.

—Y yo te he hecho una pregunta antes. Dime, ¿Qué piensas hacer con todos esos frascos de pastillas?

— ¿A caso has estado espiando?

—Mejor vuelve a la cama —ordena sin sutileza.

—No —Digo, e incluso yo me sobresalto. —quiero saber quién eres y porque has estado espiando —espeto con firmeza en una voz débil y hueca.

—Baja la voz —Dice —O todos creerán que te has vuelto loca.

—Dime quien eres

Observo al muchacho soltar un suspiro largo y poner los ojos en blanco.

—Necesitaré explicarte algunas cuestiones.

—Continúa entonces.

—Hay seis cosas que antes necesitas saber... Uno. —Dice, y alza el dedo índice con firmeza —Mi nombre es Elemiah. Dos: soy el ciervo más cercano al rey Jacobo, soberano de Azmerkia.

— ¿Azmerkia? —Me bufo con incuestionable cinismo — ¿Acaso estás jugando conmigo?

—Tres: Me ha sido encomendado tu cuidado y protección. En cuanto mejores, nos marcharemos de aquí. Cuatro: El rey de Azmerkia te quiere a salvo. No puedo dejar que nada te pase.

Tres de sus dedos se alzan frente a mi rostro. Elemiah no dice nada más, permanece en silencio. Baja los dedos y me da la espalda.

— ¿Cuáles son las otras dos cosas que necesito saber?

—No puedo decírtelo aún, lo lamento.

­— ¿Estás jugando?

—Escucha —exclama exaltado —No aceptaré más preguntas, así que mejor hazme caso. Cuando necesites saberlo, te lo diré.

— ¡Vaya! creo que tienes un severo caso de complejo de espía insolente.

—Si quieres verlo de ese modo... —Dice exasperado. Mientras tanto, yo lo escudriño de pies a cabeza.

Los ojos del muchacho brillan en cuanto se da cuenta de mi inquietud por su aspecto. Luce bastante lúgrubre, intrigante, misterioso. Un joven cuya apariencia es la de alguien de unos de 23 años de edad, alto y de pálida piel, que además, sostiene un maletín viejo contra su regazo.

En cuanto se pone de pie y me da la espalda, me doy cuenta de que no tiene la intención de hacer amigos. Los ojos de Elemiah me provocan pavor.

Regreso a la cama, molesta por la insolencia de un joven imprudente que apenas conozco. Conecto el catéter con torpeza y me cubro bien con la sabana enredada.

Entonces pienso que, si pudiese hacerlo, con gusto le plantaría una bofetada.


Me lo dijo un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora