Gina, la pecosa.

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Despierto por culpa de la luz natural que se ha filtrado sin mi permiso en la habitación. Gina entra, risueña y soñolienta. Me mira y dice:

-¡Buen susto nos has pegado en la madrugada!

Su voz de niña-mujer desentona al final de la oración como si su reproche fuese soneto.

- ¿Qué ha pasado?

Un breve silencio contesta por ella.

-Pues me has hecho pensar, que en mi primera noche de guardia en un hospital, iba a presenciar una autentico deceso.

-Lo lamento.

La mirada de Gina se torna maternal.

-Descuida. Supongo que tengo que acostumbrarme. Quedan muchas más noches como la de ayer, y no creo que se me permita entrar en pánico cada que suceda.

Compartimos una pequeñísima risa, de esas que salen de la garganta para camuflar un silencio incordio.

- Y bueno... -Gina dice, finalmente - Cuéntame, ¿de dónde eres?

-Yo... No he logrado recordar nada aún -respondo -ni siquiera mi nombre.

Observo a Gina tomar una tablita gris como la de la mujer del tiempo, la examina, paseando su dedo índice sobre la hoja, como haciéndole una caricia, luego, sonríe.

-Creo que te llamas Eliza. -Sus mejillas regordetas se ensanchan en una sonrisa sincera. Acerca la tablita gris hacia mí y señala una línea con su uña bien corta y sin gota alguna de esmalte -Al menos eso dice aquí.

-¿Eliza? -Pregunto, quejosa.

-Si -La voz de la enfermera lo confirma.

Gina baja una ceja y entrecierra un poco los ojos

-¿No te gusta? Porque a mí me parece muy bello.

-No es eso...

-¿Qué es, entonces?

Me quedo en silencio un momento, conteniendo un vacío en mi garganta que no me permite hablar.

-Que aquí no dice cuál es mi apellido. ¿Cómo sabré que contactarán a mi familia?

-Bueno pues, supongo que tendremos que esperar...

-¿Cuánto tiempo? -Le pregunto con la pesada aflixion que no puedo esconder tras una voz sutil y despreocupada, sonando cual eco.

La enfermera de las mejillas rosadas me mira consternada.

-El que sea necesario...

-Precisamente eso es lo que me preocupa, ¿sabes?

-¿Por qué? No entiendo.

Gina entrecierra sus pequeños ojos marrones, que contrastan en una piel pálida y pecosa. Sostengo su mirada por unos segundos, luego, mis ojos se tornan hacia la ventana, donde un par de misteriosos ojos grises que adornaban un bello rostro pálido, captan mi atención casi de inmediato. Del otro lado de la ventana de la habitación, un joven me mira suspicaz y desafiante. Su mirada podría hacer a cualquiera flaquear, así que trato de disimular un nerviosismo evidente. Miro a Gina a los ojos, segundos después vuelvo a mirar hacía la ventana. Ya no hay nadie.

-Porque he decidido que quiero morir mañana -digo. Los ojos de Gina se abren al tope, revelando angustia. -Y necesito que me ayudes...


Me lo dijo un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora