Capítulo 2: Alianza

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Joseph y el imponente demonio Arioc estaban frente a frente a solo unos pocos centímetros, el ambiente se hizo aún más pesado en ese momento, ni una sola brisa acariciaba las hojas, no se escuchaba ni el palpitar del penitente. Arioc se mantenía con la mirada fija en la de Joseph y aunque era un demonio astuto no pudo contener la ambición al escuchar aquella cifra de almas que aquel penitente le prometía.

-Y bien, estoy esperando a escuchar tu ridícula idea de las mil almas- dijo la bestia Arioc.

-Los millones de almas que estan en el cielo estan retenidas a una sentencia, no sé cuanto tiempo durará y por eso necesito llegar a mi alma antes de que sea tarde, sé por fuente confiable un lugar al que puedo ir donde conseguiré los contactos directos y necesarios para llegar al cielo, pero necesito de tu ayuda en este plano para traer mi alma y las mil que te prometí- dijo Joseph, temía que su fuente confiable le fallara pero por el momento no tenía más opción.

-¿Y que pretendes hacer luego de recuperar tu alma y volver aquí?, tal vez puedas entrar al cielo pero salir de allí con tu alma y mil más... lo veo imposible- le contestó Arioc.

-Si consigo volver con mi alma intacta, no podrán hacerme nada aquí, no tienen la jurisdicción para tomar el control en este plano. Así asegurare mi estadía en este lugar- le respondió Joseph esperando convencer al demonio Arioc.
Al principio solo quería salir del purgatorio pero tener asegurada su estadía allí después de obtener las mil almas sería un alivio, así no habría quien podría juzgar su alma en el purgatorio.

-Ya veo, para haber sido un humano tienes algo especial pero, ¿que pasaría si no consigues llegar al cielo a tiempo y tu alma sea juzgada?- preguntó Arioc.

-Simple, hay una probabilidad muy grande de que sea enviado al infierno, allí te servire por toda la eternidad y harás de mi lo que se te plazca. Pero si funciona, ¿te imaginas lo que harías si regresas al infierno con mil almas, almas que podrían estar destinadas al cielo y aparte aquellos mil cuerpos que sufrirán por el resto de la eternidad? Seguramente serías ascendido y reinarias sobre legiones más grandes de las que puedas imaginar- dijo Joseph.

Al escuchar esto Arioc sintió un escalofrío muy confortable recorriendo su cuerpo, la idea de ser uno de los demonios más poderosos del infierno le agradaba. Tendría potestad y privilegios que no todos tienen, aún más por ser almas que seguramente estarían destinadas al paraíso. Dio unos cuantos pasos hacía atrás queriendo reposar su cuerpo en el suelo, se estremeció el lugar al instante haciendo salir de su escondite en los árboles a varios pájaros, al menos así le parecieron a Joseph. Arioc cerrando sus ojos se imagino atrevezando las puertas del infierno con aquél tesoro entre sus garras, un aroma exquisito de carne quemada sedujo a su olfato.

-¿Cuál es mi trabajo en todo esto?- le contestó el demonio Arioc.

-Soy nuevo aquí, así que lo primero sería obtener cierto poder en este mundo, ni ángeles ni demonios pueden tomar control pero ¿que hay de los penitentes? No hay ninguna ley que impida eso, ¿o si?, concedeme parte de tu conocimiento sobre todo lo que se ve en este mundo, la habilidad para engañar a mis enemigos- dijo Joseph completamente confiado de su astucia, sabía que tenía a ese demonio justo donde quería.

Arioc no lo quiso demostrar pero estaba fascinado por la mente de ese penitente que tenía en frente, ¿realmente era solo un humano común?, antes sus ojos parecía ser así, claro era alto, y sus facciones algo toscas pero aún así con simetría elegante, sus ojos completamente fijos en los de él demostraban una osadía digna de admirar, tan profundos e intensos, había secretos oscuros en su mirada que le provocaba una curiosidad abrumadora, con una barba tupida decoraba su rostro y sus cabellos enredados y sucios caían rozando sus mejillas, sus labios completamente secos pedían a gritos agua, tenía una apariencia ruda pero al mismo tiempo una fragilidad emocional que no coincidía con las palabras que él pronunciaba. Se tambaleaba un poco, sus manos temblaban y sudaba mucho. Nada inusual que no haya visto o despedazado como tantas veces hizo con muchos penitentes.
Simplemente una curiosidad llenaba sus pensamientos sobre aquélla mente con esas ideas tan perversas.

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