Destrozó la puerta del guardarropas viejo, manchado y repleto de humedad. Le dio una patada brusca y, al romper la madera, tomó los trozos de escombro y finalmente abrió las puertas de un solo movimiento.
Alastor estaba cubierto con apenas un abrigo de invierno sencillo y de colores opacos, sus ojos rojizos se enfocaron en el pequeño cuerpo acurrucado dentro de ese Placard y amplió sus ojos con algo de sorpresa al notar la identidad del chico. Claro, tal vez para ese adolescente su apariencia era intimidante. Debajo de su chaqueta, más precisamente en su cinturón, cargaba varias armas, municiones y un par de bombas de gas.
—Con que aquí estás... —pronunció el castaño de ojos rojos— Oh... Mierda... Eres un niñato.
Anthony, el hijo de una familia rica y quién no estaba acostumbrado a un contexto tan hostil y de guerra post apocalíptica como aquel, subió la mirada con total de desconfianza ante el desconocido. Sabía que alguien vendría a ayudarlo, no se esperaba que fuera alguien como ese hombre de mirada oscura y penetrante.
—Tengo veinte, pedazo de mierda. —respondió a pesar de que su voz temblaba por el miedo de su situación— ¿Y quién se supone que eres tú?
—Alastor. —se presentó el susodicho con un tono serio— Y vengo a llevarte a casa. Tu padre pagó bastante para que sea tu guardaespaldas —luego miró a su alrededor, muy atento al tratar de escuchar ruidos extraños o de amenazas próximas. — Aunque ni todo el dinero del mundo hubiera valido esto.
Ambos, en un pueblo de España totalmente alejados de una civilización normal, habían atravesado demasiado por separado. Una ola de campesinos zombies los habían atacado, también monstruos de distintos tamaños y fuerzas. El clima era muy frío, el cielo estaba nublado y casi era totalmente negro por la espesura de la humedad. La podredumbre de los cadáveres y la descomposición se olía a sus alrededores. Era una situación terrible, cualquiera estaría repleto de miedo.
Sin embargo, Alastor ya había estado en una situación parecida hacía años atrás y poseía la experiencia necesaria para poder proteger a Anthony.
—¿Ya te encontraste con alguno? Veo que si, tiemblas como un cachorro asustado —le tendió la mano a Anthony, quien a pesar de que se sentía dudoso, la tomó a pesar de su ansiedad.
Alastor fue enviado por su padre, sabía que vendría. Aún así, confiar en cualquier persona en esa clase de entorno le daba tanto miedo. Había estado huyendo, no estaba armado y no tenía ninguna forma de defenderse de los pueblerinos violentos que al parecer querían hacerle daño a toda costa.
—Tú puedes defenderte con ese puto revolver —se levantó y se quedó a su lado observando las armas que cargaba Alastor en su cinturón—. No tengo nada y he estado huyendo de esos monstruos sin parar. Cuando te atrapan... Te hacen cosas que ni siquiera quiero recordar.
Anthony se abrazó a si mismo y le desvió la mirada. ¿Qué tan seguro podía estar en ese lugar, con quién fuera? Se mordió los labios, aún temblando por el terror al recordar como esas temibles personas aparentemente contagiadas por alguna enfermedad que los hacía violentos, destrozaban y mutilaban a toda persona que no fuera uno de ellos.
Alastor detectó todo ese miedo. Se compadeció... Le recordaba a él cuando era más joven y tuvo que encarar una situación parecida en alguna ciudad lejana de Estados Unidos.
—Vamos, voy a protegerte —volvió a tomar su mano, lo acercó a él y lo miró a los ojos como si estuviera haciendo una promesa silenciosa—. Quédate a mi lado y no te separes de mi.
Anthony apretó su mano por instinto. Un manto de seguridad y de piedad era lo único que necesitaba en ese crítico momento y en ese pueblo donde todo parecía ser una amenaza.