Esas voces no auguraban que huyera del bosque sino del pueblo, y pronto lo entendió.
El corazón del nuevo oráculo latía con fuerza mientras observaba impotente cómo su amada aldea era saqueada y destruida por los soldados romanos. Las llamas devoraban las casas de adobe, y los gritos de los aldeanos se mezclaban con el estruendo de los objetos quebrándose.
El oráculo, apenas un niño, sabía que su destino estaba en juego.
—¡Vamos! —gritó Pedro, empujándolo hacia la espesura del bosque—. ¡Corre y no mires atrás!
Junto a él se encontraban Marta y Pedro que lo seguían de nuevo hacia el bosque. Los romanos les perseguían como lobos hambrientos.
El niño obedeció sin pensarlo. Sus pies descalzos se hundieron en la tierra húmeda, y las lágrimas se confundieron con el sudor en su rostro. El bosque, tan familiar en tiempos de juegos y exploración, se convertía ahora en un laberinto oscuro y hostil. Pero no había otra opción. Debía escapar.
Los pasos de los soldados resonaban detrás de él. Sus voces, ásperas y amenazantes, se mezclaban con el crujir de las ramas. El oráculo se adentró aún más en la maleza, sus pequeños pulmones ardiendo por el esfuerzo. ¿Por qué los romanos querían atraparlo? ¿Qué sabían ellos de un don? Él no tenía nada, era raro a veces pero no existía ningún motivo por el que le quisieran.
—¡Por aquí! —gritó uno de los soldados—. ¡No los dejemos escapar!
El oráculo, que corría junto a ellos, apretó los dientes. Sus piernas flacas se movían con desesperación, y el sudor le empapaba la frente. Pero no podían detenerse. El bosque se alzaba ante ellos como un refugio incierto.
Los pasos de los romanos resonaban detrás de ellos. Las voces de los soldados eran ásperas y amenazantes. Marta y Pedro se miraron, compartiendo un último gesto de determinación. No podían permitir que los atraparan.
Fue entonces cuando divisaron una cueva oculta detrás de una cascada. Las aguas cristalinas se precipitaban con fuerza, ocultando la entrada. El oráculo no lo pensó dos veces. Empujó a sus amigos hacia la cueva y se adentró en la oscuridad.
—¡Rápido! —susurró—. Aquí estaremos a salvo.
Marta y Pedro lo siguieron, jadeando. El murmullo del agua se convirtió en su única compañía. Los soldados pasaron de largo, convencidos de que los niños no habían logrado escapar.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Marta, mirando a su alrededor con asombro.
—No lo sé —respondió el oráculo—. Pero aquí estaremos a salvo. Y quizás, entre las sombras, encontraremos respuestas.
Las aguas cristalinas se precipitaban con fuerza, ocultando la entrada. Sin pensarlo dos veces, el niño se adentró en la cueva y se agachó en la oscuridad, sintiendo el frescor de las rocas húmedas bajo sus manos. Los sonidos de los soldados se desvanecieron gradualmente a medida que se alejaban, convencidos de que el niño no había logrado escapar.
—¡Aquí! —gritó uno de los soldados—. Lo hemos perdido de vista. Debe de haberse escondido en algún lugar.
—No podemos permitir que escape —respondió otro—. El oráculo es peligroso, aunque lo quieren vivo, debemos encontrarlo.
Alex permaneció en silencio al igual que Marta y Pedro, ocultos en la penumbra de la cueva. Los soldados se acercaban, sus voces cada vez más cerca. Pero entonces, alguien más habló:
—¿Qué hacemos aquí? —dijo una voz suave y femenina—. ¿Por qué perseguimos a un niño?
El oráculo parpadeó, sorprendido. Una figura se materializó junto a él, oculta por la cascada. Era una mujer, con ojos oscuros y cabello trenzado. Su mirada era compasiva.
—Ven conmigo —susurró ella—. Te ayudaré a escapar.
El oráculo no lo pensó dos veces. Siguió a la mujer detrás de la cascada, donde la luz se filtraba como estrellas en la noche. Allí, en la oscuridad y el rumor del agua, encontró refugio. ¿Quién era ella? ¿Y por qué le tendía la mano en medio de la persecución?
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El Legado de la Sangre
Historical Fiction-No necesito tu ayuda- -Nunca suelen pedírmela pero todos la necesitan- Tras la muerte del oráculo, un nuevo sucesor se deberá de levantar para combatir el mal. No sólo deberá de encontrar la fuerza para continuar y encontrar su destino, sino que de...