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Existieron muchas leyendas antes de los cambia formas. Los humanos compartían todo lo dicho por sus ancestros y enriquecían su mitología, traspasándolo de generación en generación.

Una de aquellas leyendas fue el romance entre los hijos del cielo: El Sol y La Luna.

El dios Sol fue el primero en nacer. Con una pequeña ráfaga de viento y el deseo inalcanzable del mundo por tener algo que lo aleje de la oscuridad, se inició la vida de la estrella más antigua de todas. Sus dones eran innatos, su hermosura y brillo lograban atraer la atención de todos, hasta de sus parientes dioses. Al ser el primogénito y más llamativo de los hijos, se le concedió un deseo. Éste al verse solo y aburrido de su monótona vida deseó tener una compañera que pudiese abrazarlo cuando se cansaba de resplandecer al lado de su padre y que pudiese quedarse a su lado a pesar de las circunstancias.

El universo simpatizaba gloriosamente con el sol y, entonces, creó a la diosa Luna. Su belleza exorbitante y atractiva terminaron por hipnotizar al sol. A pesar de que su brillo era mínimo y necesitaba de la luz del sol para sobrevivir, éste le brindó todo lo que ella necesitaba para mantenerse a su lado. Sus encuentros fueron maravillosos, ambos se amaban a pesar de las circunstancias. Sin embargo, el cielo no vio aquella relación como algo bueno para el mundo, si ellos seguían uniéndose la oscuridad y la luz se mezclarían y desatarían el caos. Como castigo a sus arrebatadores encuentros, el cielo decidió que vivieran separados el uno al otro toda una eternidad.

El sol tomó la responsabilidad de resplandecer solo en el día, dando sus rayos y purificando las tierras bajo el cielo. La luna fue condenada a vivir en la penumbra de la noche, reflejando el brillo de su amado y cuidando a los aldeanos de la oscuridad que alcanzaba al mundo cuando el Sol se retiraba a sus aposentos. Milenios siguieron y ellos no volvieron a encontrarse en mucho tiempo, solo se encontraban cuando el cielo se apiadaba del dolor de ambos amantes y permitían que se unieran en un encuentro llamado: "Eclipse".

Ambos adoptaron nombres que utilizarían los humanos milenios después.

El dios Sol fue catalogado como el alfa, el inicio del día, el comienzo de una nueva oportunidad de vivir y el más vanagloriado por los pobladores del mundo. La diosa Luna fue representada como la omega, el final del día y el término de una oportunidad de vida. No existía nada antes de la luz del sol en el horizonte, ni tampoco nada después del último resplandor de la luna. Ambos eran uno solo, se complementaban y seguían el uno al otro. No existía nadie que pudiese reemplazar al otro, ni siquiera las divinidades que estaban en contra suya.

Alfa y omega.

Sol y Luna.

Inicio y Fin.

Los nombres tenían representaciones propias, significados que sirvieron siglos después para calificar la jerarquía entre lobos y cambia formas. Y aunque nadie supo de donde salió realmente aquello, sabían que lo que existía detrás era algo muy significativo y maravilloso.






𝒥𝓊𝓈𝓉 𝓌𝓇𝒶𝓅 𝒾𝓃 𝓎𝑜𝓊𝓇 𝒶𝓇𝓂𝓈

Las manos del príncipe temblaban cada vez más, el nerviosismo se podía reflejar en cualquiera de sus gestos, en la manera en que apartaba la mirada y como sus dedos vacilaban contra los del más alto. El castaño se dio cuenta de aquello, pero no sabía qué hacer exactamente. Habían paseado por el bosque casi media hora con el silencio invadiéndolos y dejando que los sonidos del bosque reemplazaran sus palabras.

Can you hold me? ; kookmin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora