1. Divorciado

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Senku: 4 - Tsukasa: 6 años


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A su alrededor todo es risa y movimiento. Niños correteando de extremo a extremo mientras persiguen una pelota. Madres que se llaman de esquina a esquina para preguntarse por sus hijos. Uno de ellos se ajusta un conito azul sobre la cabeza y simula estar concentrado en una cuenta regresiva, quizá hasta el último número que conoce, mientras dos pequeñas rubias corren a esconderse detrás de la caja mágica.

Sólo este niño permanece impasible, a su lado. Los pasadores sin atar y las manos ocupadas en quién sabe qué, seguramente abrió uno de los regalos del cumpleañero sin que nadie se inmute por ello. Y no deja de girar y analizar piezas entre los dedos, indiferente al ajetreo de la fiesta infantil. Ni siquiera ha probado de los dulces que extendieron ante ellos, y a decir verdad, a Tsukasa le gusta que sea así, le llama muchísimo la atención. Lleva buen rato observándolo desde que se sentó a su lado, preguntándose qué piensa y qué planea, escuchando sus murmullos entre dientes y sin que el otro le haya dirigido la palabra. Su alta concentración lo desconcierta. ¿Por qué no fue a jugar con los demás?

Oh, está sonriendo. Conecta piezas entre sí, y parece disfrutar de lo que está formando. Su pequeña nariz se arruga con satisfacción y Tsukasa le oye decir que Por fin, obligándolo a hacer el esfuerzo por dejar de mirarlo a él y admirar lo que sea que ha construido y ahora descansa a sus pies. Puede oír la voz de su vecino llamándolos mientras se acerca.

—¡Tsukasa! ¡Senku!

Senku, entonces así se llama.

—Él es mi vecino, vino porque su papá y su mamá estaban rompiendo cosas. Senku, ¿te traigo pastel?

—¿Por qué tus papás estaban rompiendo cosas?

Tsukasa se endereza sobre el suelo, preguntándose si acaso este pequeño momento de paz ha llegado a su fin. No le gusta hablar de ello, no le gusta explicar lo que ni siquiera él puede entender, le frustra ser tan pequeño y débil, por eso decidió venir con el niño que vive a espaldas de su casa, hacerle caso. Quizá debería ir por pastel.

Entonces varias voces llaman por él y se olvida de Tsukasa y Senku. Estalla en risas fuertísimas antes de salir corriendo, dejándolos nuevamente solos, sin conexión alguna.

Senku parece haber olvidado que hizo una pregunta. Estudia las imágenes en la caja, muchos redondos y muchos palitos, algunas estrellas, dos niños con ropa blanca. Mientras tanto Tsukasa permanece a su lado, las rodillas pegadas a su pecho y el cabello cayéndole sobre la frente, deseoso de poder decirle Los redondos son rojos como las manzanas, porque Tsukasa lleva pintando manzanas toda la semana, así que está seguro de que ha aprendido algo que nadie más conoce.

Senku gira la caja entre sus manos y desliza un índice sobre el cuadro de instrucciones.

—¿Vas a usar los rojos? —Suelta Tsukasa. Su voz es frágil, como él, y se odia todavía más. Sin embargo logra atraer el interés de Senku, sorprendiéndole la intensidad de ese extraño brillo que no ha visto en los ojos de nadie más:

—¿Estos son rojos?

Tsukasa asiente, ligeramente más convencido de su presencia ahí. Toma una de las manzanas, y Senku le muestra dónde tiene que encajarla. Por un segundo, a Tsukasa casi se le escapa un sonido de sorpresa, acaba de ser testigo del nacimiento de la sonrisa más amplia que vio en su vida.

Prestarle atención podría convertirse en uno de sus hobbies favoritos. Ve a Senku fruncir el ceño, hacer un puchero, tanteando cada par de segundos las piezas rojas y otras negras, comparándolas con la imagen en la caja. Tsukasa se siente en otro mundo, tanto, que no se percata de que llega un horrible payaso a romper con su burbuja de calma.

—¡¿Y tú?! —pregunta la voz extremadamente fuerte, el rostro perturbadoramente cerca, tan lleno de manchas y una enorme manzana roja en el centro de la cara— ¿Cómo te llamas?

Tsukasa no expresa su momento de duda. Mucho menos del miedo que tiene al aparato en las manos de ese ser y el ruido que los envuelve como si decenas de músicos estuvieran escondidos entre sus ropas tan brillantes. Aún así, nota de reojo que este payaso de brillante melena ondulada también capta el interés de Senku. Es él quien se acerca al micrófono, rozándolo con el índice hasta que se hace un eco extraño que penetra sus oídos, antes de amplificar su voz:

—Senku.

Tsukasa no sabe de quién es la mamá que sostiene la filmadora y le sonríe con atrevimiento mientras los enfoca. Duda de que esté dirigida a él, a Tsukasa los adultos no le hablan, y él prefiere no hablar mucho con ningún adulto. O quizá, ese gesto es su modo de decirle que no están ahí por él, sino por Senku, o porque así son las fiestas de cumpleaños. El payaso retrocede un par de centímetros y Tsukasa puede adivinar que no se irá pronto, a juzgar por la carcajada infernal dirigida a nadie. Algunos metros más allá, el resto de niños se congrega alrededor de una mesa llena de dulces, ninguno de ellos está interesado en ese ruidoso señor de cara pintada.

—¡Y dime Senku! ¿Cuántos años tienes?

—Cuatro.

—¡Cuatro añitos! ¿Y eres casado, soltero, viudo o divorciado?

Tsukasa apenas conoce el significado de alguna de todas esas palabras. Aunque tiene la sospecha de que todas tienen que ver con dolor, con lágrimas, con rostros apenados a contraluz en la sala de casa. Y la impresión de que no hay alternativa correcta, de que es una pregunta con trampa. Mira con detenimiento a Senku, expectante de su reacción, esperando maravillarse con su respuesta. Senku sonríe como si hubiera desayunado un diccionario esa mañana y pudiera barajar párrafos enteros con esas palabras tan avanzadas. Le devuelve la mirada al payaso y se inclina nuevamente ante el micrófono, repitiendo lo último que escuchó.

—Divorciado.

Infinidad de risas se dejan oír alrededor de Tsukasa, extendiéndose como una avalancha de murmullos adultos que se elevan sobre ellos, sobre la estatura de dos niños enfurruñados en el suelo, situados junto a una caja de esferas de colores y letras pintadas en blanco. Senku vuelve a lo suyo, ignorando al mundo y enfocado nuevamente en conectar los redondos rojos y otros oscuros, elevándolos para observarlos mejor. Al parecer, eso al payaso ya no le divierte tanto; les da la espalda y le dice algo a la cámara. Tsukasa continúa en silencio, pensando en lo abrupto de todo, en cómo las personas grandes rompen siempre con esos breves instantes de normalidad, las suyas, las de todos. Como si por ser grandes pudieran hacerlo sin necesidad de una razón. Como si a él, a Senku, a su vecino o sus amigos, sólo les quedara aceptar lo que sea que ellos digan.

Tsukasa decide que no le gustan los payasos porque interrumpieron a Senku, pero abre los ojos con mucha sorpresa cuando lo oye reír entre dientes, Kukuku, cuando de pronto lo ve con el regazo repleto de todo un conjunto de esferas conectadas entre sí.

—¡Ja! ¡Los grandes siempre se asustan cuando dices eso! ¡Ahora ya no van a molestarnos! ¿Quieres ver cómo se juntan los átomos y forman moréculas, 'Kasa? ¡Vamos!

Y extiende una mano hacia él, guiándolo hacia donde un sólo momento creará el enlace entre ellos.




Afortunadamente para Tsukasa, no será la última vez que siga a Senku.






La gravedad no tiene la culpa de que la gente se enamore [Tsukasa x Senku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora