XXVIII "El color de la sangre"

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"Calor en la mirada cual dulce café que corrompe los sueños, vivaces labios que provocan al mundo, a cada beso sublime que explota a placer, y la inmensa tierra que ferviente enamorada: nutre y atesora la desnudez de sus pies. Exaltados rizos su silueta inundan y sin mucho pensarlo, se confunden con la piel.
Agitada sonrisa, exhaustada alma tal como oculta su tez, sedas la visten, trenza holgada y densa mirada de celeste latir. Cabellera dorada que retiene el tiempo y inclina el mundo a su existir. Finos metales que alegres adornan su venir, y sus pasos firmes, que conmocionan hasta el más oscuro sentir.
Caballeros ruegan por sus labios besar, tal vez su mano tomar y tenerla en algún pedestal. ¿A cierta persona se busca ignorar? mas basta decir que todos los mozos corren a hincarse a su lento andar, y aunque a la señora olvidan con premura, está más que seguro que a la muerte huir le procuran.
¿Acaso las pieles dictan como todo debe ir? los colores, solo importan cuando la razón carece de un ínfimo pesar y un deforme percibir.
Lo que muchos no saben: "observar para aprender", que lo que el intelecto calla, por algo debe ser. Hoy se abrazan las hermanas, porque el rojo de la sangre, guarda más silencio que la piel, el corazón bombea más cordura que ingenio había en el ayer, el color de la sangre siempre será el mismo rojo aquel, el mismo que se necesita para poder ser".

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