El Páramo olía a petricor y cenizas, producto de las temperaturas frías, precipitaciones recurrentes y el incienso que los monjes encendían desde el Bastión de las Cenizas para sus cánticos religiosos. Podía olerse desde el Bosque de los Susurros hasta las faldas de las blancas Montañas Escarpadas, donde se encumbraba la Ciudad Azul: capital del reino de Eldaroth.
Aún al anochecer, la ciudad no descansaba. Los mercaderes en el Mercado del Ascenso extendían sus turnos hasta la medianoche, las velas de la Biblioteca de los Maestros del Saber iluminaban las calles desde el interior y los navíos aparcados en el puerto se preparaban para zarpar a altamar.
A través de la ventana, el omega podía ver de soslayo la llovizna caer sobre los tejados de las casonas y establecimientos; gotas acompañadas por la luna, ya cerca de su cenit. Los muros de ladrillos de piedra tallados del Palacio Azul —la edificación más llamativa de la ciudad— eran lo suficientemente gruesos para protegerle de la ventisca que depuraba el aire y hacía picar la nariz.
—Hace mucho tiempo atrás, mucho más del que crees... las criaturas mágicas del bosque de Revenir invitaron a todos a un baile nocturno. Los árboles parlantes, los unicornios y las damas del bosque estaban ahí, también el sabio búho, que somnoliento descansaba en las ramas de un árbol, y los gnomos que preparaban los más deliciosos aperitivos.
—¿Y las hadas? —inquirió con ilusión una diminuta y dulce voz emitida por ese cuerpo que se acurrucaba a su costado en la cama.
El omega, de finas hebras rubias y ojos color coral, sonrió hacia la pequeña de cuatro años, a quien, gracias a las velas de la mesa auxiliar, podía distinguirla observarlo a través de aquellos ojos oscuros y largas pestañas.
—Sí, las hadas también fueron invitadas —afirmó él, acariciándole el cabello castaño, lacio y corto—. Hadas del bosque, de los ríos y de las montañas. Todas danzaban al son de la animada melodía que las chicharras y los grillos tocaban. Sin embargo, de entre todos los invitados de la fiesta, las hadas de los vientos eran las más hermosas. Con atuendos vaporosos de algodón, suaves y esponjosos como ningún otro. Y las hadas del bosque, que vestían de bellotas, ramas y barro, comenzaron a sentir una terrible envidia. "Quiero un atuendo tan bonito como el de las hadas de los vientos" dijo una de ellas. "Deberíamos buscar unos algodones aún más suaves para opacar los suyos", sugirió otra. Todas pensaron que era una gran idea, así que, mientras las demás criaturas disfrutaban de la fiesta, se escabulleron por las copas de los árboles en busca de arbustos de algodón.
—¿Y los encontraron? —intervino ella, con ojos brillosos de expectación.
—¡Sí! Encontraron un gran cultivo a las orillas de una comarca humana. Estaban tan ensañadas en conseguirlo que, a hurtadillas, tomaron unas cuantas motas de algodón y se vistieron con ellas. Para cuando volvieron, fueron la sensación. Llenas de soberbia, recibieron halagos de todos los invitados. "¡Sus algodones son hermosos! ¿Dónde los han conseguido?" preguntó una de las hadas de los vientos, genuinamente curiosa, y las hadas del bosque, inconscientes, respondieron: "Son los algodones más hermosos de todo el lugar, cultivados por manos humanas al norte de aquí". Entonces, las chicharras y los grillos dejaron de entonar, los gnomos comer y el resto de las criaturas dejaron de bailar.
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El monarca y el vasallo de la bruma © Taekook
FanfictionLa monarquía de Eldaroth es sacudida cuando el supremo monarca fallece; los pueblerinos entonan exaltaciones, los nobles gozan de mudez y los cuatro reinos vecinos vislumbran una oportunidad de poderío. JungKook corre peligro como rey consorte inclu...