II. Cárpago, la isla de los piratas

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JungKook exhaló, irritado

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JungKook exhaló, irritado. Los piratas eran terriblemente ruidosos. No era su primera comida en el barco, pero le seguían incomodando que esos alfas no dejaran de golpear la mesa del comedor con la base de sus jarras a rebosar de cerveza, que acababa cayendo y manchando la superficie e incluso el suelo; comían como animales, se gritaban entre sí y reían en voz alta.

Aun arrimado en una esquina, comía con lentitud lo poco que su estómago le permitía ya que algo le apretaba la boca del estómago, y no precisamente por el entorno —que tampoco ayudaba—, sino por el constante vaivén del barco sobre las olas.

El par de días que había pasado en ese bergantín no eran suficiente para acostumbrarse. En lo absoluto. Era tremendamente diferente a lo que era vivir en un castillo con lujos y sirvientes a su disposición a toda hora del día. Ahora ni siquiera contaba con un libro que leer. Era aburrido. Aburrido y rutinario. Y quizá estaba más familiarizado con la rutina que cualquier otro habitante de Eldaroth por su antiguo puesto como rey consorte, pero esos piratas eran otro nivel. El ambiente y la organización a bordo era muy buena, sorprendentemente efectiva. Se movían de un lado a otro, jamás desocupaban sus cabezas y siempre tenían algo que hacer, como el mantenimiento del barco, trabajo en la cocina, trapear la cubierta, izar las banderas, soltar las cuerdas, navegar, vigilar... No comprendía cómo era que tenían tanto que hacer en un espacio tan reducido como lo era un bergantín, que, si bien no era precisamente pequeño, jamás se compararía con estar en tierra firme.

Era extraño ver a todos esos piratas entusiasmados por estar en altamar, con las mentes sanas e incluso rejuvenecidas; pues conocía a más de un noble que enloquecía si pasaba más de una semana en un barco. Suponía que era por costumbre o amor a lo que hacían. No tenía certeza de cuántas veces habían hecho exactamente lo mismo que en esos momentos, ni cuanto tiempo habían estado en el mar.

Una persona se sentó a su lado con un tazón de guiso en mano, sacándolo de su burbuja. Con la espalda tan rígida como una tabla por la proximidad desconocida, se giró hacia la persona en cuestión. Era el mismo alfa que se le acercó con una sopa que acabó tirando. No recordaba su nombre...

—Hola —saludó el alfa, colocando el tazón sobre la mesa y sirviéndose algo de cerveza en su jarra de madera vacía.

JungKook se arrimó un poco más lejos de él con disimulo; estaba demasiado cerca para su gusto.

—Espero que haya espacio para mí aquí —rio él, sin percatarse de aquello. El alfa de cabello marrón miró a los demás mientras se metía una cucharada de guiso en la boca—. Son muy ruidosos, ¿no? Yo todavía no me acostumbro y llevo más de dos años aquí.

El alfa miró a JungKook, que comía con la cabeza gacha, por lo que sus mechones rubios le tapaban los ojos.

—Creo que no me he presentado adecuadamente —expresó el pirata y estiró la mano a su campo de visión.

JungKook le devolvió la mirada y se lo pensó por un instante antes de aceptar el gesto y estrecharle la mano. Lento y cauteloso. La reacción que recibió a cambio fue inesperada para él, pues, a pesar de su clara cautela, el alfa le sonrió.

El monarca y el vasallo de la bruma © TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora