El Amuleto

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Nací en un hogar donde no me querían, me veían más como una carga que como un integrante mas de la familia. Era un huérfano con hogar. Todavía puedo sentir, de vez en cuando, aquél vacío que me tenía cautivo. 

Sin embargo era especial, había nacido con el don supremo de la magia. Corría en mis venas un poder que nadie podía comprender, mi fuerza solo se comparaba con la de los dioses, pero había un problema siempre hay una nube que arruina un perfecto cielo azul, y mi nubarrón era que si mi magia no era protegida por el amor se volvía caótica, completamente oscura.

Y eso me estaba pasando.

Yo era un buen chico, siempre pensaba en los demás, siempre anteponía al otro en vez de mi bienestar, me consideraba la persona más dulce y cariñosa del mundo.

Nadie parecía notarlo. Nadie me amaba y mi magia cada vez me arrastraba a la oscuridad más profunda.

Lo sentía, cada día podía sentirlo, me llevaba y me perdía. Cada vez era más difícil aferrarse a la humanidad, la oscuridad y mi instinto me devoraban.

 La impotencia de no poder hacer nada y la culpa de saber  todo el daño que causaría, aumentaban más el proceso.

Yo no tenía la culpa, sin embargo me sentía culpable.

Llevaba una cadena en mi cuello, me la había regalado mi maestra y protectora, era una simple cadenita donde colgaba una roca de cuarzo rosa. A medida que el cuarzo se oscurecía, mi humanidad moría. Estaba aterrado.

Entonces apareció él.

El amor puede parecer fácil pero es caótico, su magia es fuerte, la más fuerte de todas las magias.

 Eso lo hace tan peligroso.

 Amar siempre va al revés de la lógica. Primero es fácil y luego se vuelve difícil.  Eso me pasó a mí, usé la lógica natural para amar.

Un grave error.

Él apareció en mi vida a mediados de julio, para ese entonces mi amuleto casi se volvía negro. Cuando lo ví por primera vez no me pareció la gran cosa, era un chico apuesto, tenía un buen cuerpo, pero en estos tiempos todos tienen el cuerpo trabajado. Cuando sonrió,  la cosa cambió,  recordar su sonrisa me roba otra. Simplemente iluminó mi vida con solo mostrar los dientes.

Sin entenderlo y sin saberlo ya no existía mundo si no estaba él.

Me volví dependiente de su amor, de su esencia, de sus caricias y de sus besos. La dependencia mata.

Aferrarse a las personas es un grave error, porque las personas no son perfectas, cometen errores.

Los primeros meses todo fue perfecto. Él y yo estábamos inmersos en un mundo dónde solo existimos nosotros. No había tiempo, lo medíamos a besos y no existían los días, solo los momentos que  estábamos juntos. Éramos perfectos. Él con su Fiat 600, su aroma a menta y su estilo de media estación, y yo, a su lado, con mi cabello largo y mi estilo fresa. La pareja gay perfecta, aún sonrió al oír esas palabras.

Mi  amuleto estaba iluminado. Su amor me protegía, porque era el más fuerte y el más brillante que existía.

Yo estaba enlazado a mi chico, podía sentir sus emociones, su verde cuando estaba bien, su azul cuando estaba triste y su violeta, casi negro, cuando estaba furioso. Conmigo siempre era rojo: amor.

Pasamos tres años, saltando de sueño en sueño, nada parecía real. Todo era positivo. perfecto.

Eso es precisamente lo que odio del amor. Te aleja de la realidad, y esta  se hace presente cuando menos te lo esperas. ¿Cuál es la única forma de saber que no estás soñando? La respuesta es simple: el dolor. Precisamente es así como la realidad te trae de vuelta;  te lanza kilos y kilos de dolor.

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