ENCERRADOS

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     Aparecimos atados a unas sillas de una habitación cerrada, algo aturdidos por lo que había pasado.Estábamos en el medio de la habitación de la estantería, con la ventana y puertas cerradas con una cadena. Verónica nos empezó a hablar desde una televisión que teníamos detrás, era necesario girar la cabeza para poder verla.

-¿Veis esa estantería no? Ya la conocéis. Le falta un libro.-Dijo Verónica de forma lenta.-A vosotros os falta la amiga.-Dijo riendo.

-¡Cállate zorra! ¿porque la habéis matado?¿qué cojones tiene ese libro?-Dijo Castro con lágrimas en los ojos.

-Era una venganza, en ese libro están todos los pasos que tengo que seguir con Valentín para acabar con el mundo. Si alguien lo descubre, se acababa nuestro plan, y nosotros queremos acabar con este mundo de mierda. Queremos acabar con toda la gente que se rió de nosotros cuando éramos pequeños, dejar solo a la gente que nos apoya y que nos ha ayudado, muy pocas personas.-Dijo Verónica.

-Estás como una cabra.-Contesté confundido.

-¿Y por qué Valentín nos ayudó a acabar con Diego?-Preguntó Castro.

-Sois demasiado inteligentes, queríamos probar a los fantasmas, pero nos equivocamos eligiéndoos a vosotros, me podíais descubrir en cualquier momento, era una forma de que no sospechaseis.-Dijo Verónica.

-¿Así que, todo esto no tiene que ver con Valentín?-Le pregunté.

-No, realmente no, pero Valentín siempre me ha ayudado.-Se quitó una parte del vestido.-¿Ves estas cicatrices?No eres consciente de lo que he pasado.

Tenía unas brutales cicatrices cosidas en la parte superior del pecho, que hacía casi posible ver su interior.

-¿Y a nosotros qué más nos da?¿porque nos has atado?-Dijo Castro enfadado.

-¿Tan pronto quieres acabar? Bueno, si es el caso no hace falta que os acerquéis a la puerta, os la acerco yo.-Dijo riendo.

Las paredes de la ventana y de la puerta, que estaban una enfrente de otra, empezaron a juntarse lentamente, haciendo que Castro y yo entrásemos en pánico.

-Buena suerte, espero que os lo paséis genial con vuestra amiga.-Dijeron Verónica y Valentín, que acababa de llegar.

-¡Hijos de puta!-Gritó Castro.

Castro y yo teníamos que idear un plan para poder soltarnos de la silla y entonces pensar en cómo salir de aquella tortura que nos iba a dejar como un folio de papel.

-Castro traeme tu pie.-Dije.

El me puso el pie en la zona trasera de la silla donde estaban mis manos atadas aunque no supiera para que lo quería, estábamos en situación de desesperación. Le quité el zapato como pude con las manos juntas, y después el calcetín. Quería ver si tenía uñas para poder afilarlas y cortar mi cuerda, pero Castro tenía las uñas cortadas, se cuidaba demasiado la puta piel.

El por su parte comenzó a moverse como podía con la silla pegada al cuerpo hacia la estantería. Había visto una púa de guitarra en la balda alta que hacía compañía a un folio blanco, que irónico, así nos íbamos a quedar mi amigo y yo. Cuando llegó se dio cuenta de que con las manos juntas no podía coger la púa para cortar la cuerda, lo que nos hizo quedarnos sin ideas y empezar a llorar mientras gritabamos angustiados.

Las paredes se habían encogido hasta el punto de que estábamos en un espacio de ocho metros cuadrados, las paredes habían alcanzado la estantería y comenzaban a moverla. Castro y yo nos pusimos en el medio para que las paredes nos triturasen lo más tarde posible. Le dije que gracias por todo, y que había sido un pilar importante en mi vida, mientras las paredes estaban a punto de tocar nuestros cuerpos.

Un golpe en el techo.

Otro golpe en el techo.

Un agujero en el techo.

Alguien había roto el suelo del segundo piso para conectar con nosotros y poder salvarnos. Aun así las paredes estaban muy cerca y ya era casi imposible por tiempo salvarnos. Un brazo salió por el agujero del techo, así que Castro se agarró a mi pie y yo salté para intentar llegar a ese brazo desesperadamente. El brazo comenzó a hacer un sobreesfuerzo para poder elevarnos hasta su posición, y cuando las paredes ya habían roto prácticamente la silla salimos por arriba los dos.

-Gracias, gracias, te quiero, no sé quien eres pero te quiero.-Dije aturdido en el suelo.

-De nada, vamos a quemar este puto sitio.-Dijo María.

-¿María?-Dijo Castro ilusionado.

-Luego nos damos las buenas noches, ahora os desato.-Dijo ella.

-De acuerdo.-Contestamos estresados, habíamos estado a punto de morir.

Después de quitarnos las cuerdas, María continuó.

-¿Habéis esparcido la gasolina por el laboratorio verdad?-Dijo.

-Exacto, tiramos una cerilla encendida y todo se prenderá.-Contesté yo.

-Pues vamos a ello.-Dijeron Castro y María.

Bajamos las escaleras de caracol que conectaban con la única habitación del piso de arriba para llegar al pasillo de la primera planta. En el pasillo estaban Valentín y Verónica riendo malvadamente, estaban realmente trastornados por su pasado.

-Hemos visto que planear no sirve para nada, vamos al plan cafre. Yo Valentín, tú Verónica y Jaime la cerilla.-Dijo Castro entregándome la caja de cerillas.

Antes de que pudiera decir mi opinión sobre su plan salieron disparados hacia sus objetivos, dándoles un puñetazo y dejando inmóviles a los dos malvados científicos en el medio del pasillo. Mientras tanto yo corría sin un objetivo claro, iba a tirar la cerilla a la gasolina y después ¿que? No lo sabía, simplemente actué y tiré la cerilla encendida para que el laboratorio comenzase a arder.

TRAZANDO LA ECUACIÓN DEL MIEDO [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora