ACTO I

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En la mansión habitada por los Omegas Moriarty, había también un joven Beta azabache. Fred Porlock, alguien muy habilidoso con el cuchillo y las artes marciales, era fuerte y un poco inocente quien adoraba a los hermanos Albert, William y Louis Moriarty.

Conocer a los Moriarty fue lo mejor que le podía pasar, eso pensaba Fred. Al ser huérfano y beta, ver el vínculo que unía a William, Albert y Louis le parecía muy valioso que debía proteger, así que siempre hacía lo que podía por ayudarlos, cuidaba el jardín para que siempre hubiera rosas Rojas, narcisos y lirios pues eran las flores favoritas de los hermanos. Aunque a veces Fred mismo consideraba que era poco lo que hacía por ellos. Al no ser un alfa como él Coronel Moran o Bonde no podía ayudarlos cuando se trataba de usar la fuerza bruta o imponerse ante los demás y al no ser un Omega no podía detectar cuando los demás estaban incómodos. Solo era capaz de ayudar durante las misiones pero no en la cotidiana vida de los demás. O al menos eso pensaba Fred, pues realmente no se daba cuenta de lo valioso que era como beta para los hermanos Moriarty.

Una noche en la que salía del invernadero, entro a la casa en silencio para no importunar a nadie. Pasaba frente a la habitación de Albert cuando lo escuchó quejarse. Preocupado, Fred abrió la puerta y encontró al conde quejándose y murmurando en sueños parecía sufrir. Miró en el pasillo un reloj de pie que marcaban las 23:30. Ya era tarde y el Sr Mycroft no había llegado a visitar a Albert como solía hacerlo. Fred imagino al mayor de los Holmes atrapado en alguna reunión del gobierno. Decidió entrar a la habitación, se acercó a Albert y tocó su hombro.

— Albert, Albert — lo llamaba para que despertara. Poco a poco los ojos esmeralda del mayor se abrieron y lo miraron agitado.

— Está muy... Esta muy oscuro — se quejó Albert sentándose de golpe y apretando sus manos contra el pecho — Está muy oscuro... Esta muy oscuro...— no dejaba de repetir.

— Abriré las cortinas — dijo Fred acercándose a las cortinas para abrirlas y dejar ver las estrellas del cielo nocturno en una noche sin luna. El azabache volteó a ver a Albert, abrir las cortinas no había funcionado, Albert aún estaba temblando, soltaba pequeños jadeos, sudaba y a ojos de Fred parecía asustado y no entendía porqué hasta que las siguientes palabras salieron de los labios de Albert.

— Está muy oscuro... Está muy pequeña... La torre —

La mirada del beta azabache se llenó de tristeza y comprensión. La mente de Albert no estaba ahí en la habitación, estaba en la torre donde se había encerrado y estas eran las consecuencias. Con cuidado Fred se acercó a la cama y tomó las manos de Albert acariciandolas con ternura para calmarlo.

— ¿Quieres salir de aquí, Albert?— pregunto Fred buscando la mirada esmeralda.

El de ojos esmeralda asintió sin decir nada.

— Bien — dijo Fred y aún tomando de las manos a Albert lo ayudó a salir de la cama. Algo que parecía ser un gran esfuerzo para el mayor — Apóyate en mi — sugirió Fred pero las piernas del más alto fallaron después de unos pasos fuera de la cama.

— Lo siento... No puedo... No puedo mover mis piernas — dijo con un ligero sonrojo apenado Albert.

— Está bien — dijo Fred y cargo a Albert entre sus brazos — Te llevaré así —

— Siempre olvidó lo fuerte que eres — comentó Albert.

— El Coronel lo es aún más — dice Fred saliendo de la habitación y dirigiéndose a su lugar favorito: el invernadero. Esperaba que el aire fresco, mezclado con el aroma de las rosas lograra calmar a Albert.

Una vez en el invernadero, Fred colocó con cuidado a Albert debajo de uno de los árboles que había.

Albert se apoyó sobre el tronco de este, alzó la cabeza cerró los ojos e inhaló y exhaló. Sin duda el aire fresco y el aroma de las flores le calmaban un poco.

Él Beta de la Mansión Moriarty Donde viven las historias. Descúbrelo ahora