VIII. Contacto

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Cuando era tan sólo un niño de seis años tuvieron que explicarme por qué mamá no podía acompañarnos a las salidas en familia, por qué mi hermano y yo no teníamos la misma madre, la razón por la cual no vivía con papá, el motivo de que el hombre que ayudó a traerme a la vida apenas pasaba tiempo conmigo, por qué él dormía bajo el techo de una familia que no éramos mi mamá y yo. Y fue jodidamente difícil hacerle entender ese tipo de cosas a un testarudo Renjun de seis años con mejillas y manos rellenitas.

Yo me rehusaba a que mamá no pudiese acompañarme al cine cuando mi padre y la señora Huang me invitaban, me rehusaba a que papá no me diera las buenas noches y a Chenle sí. Así que por eso mismo, siempre intentaba con mucho esfuerzo hacer que las cosas cambiaran. Le decía a mamá que ese día mi padre había dicho que podía acompañarnos a almorzar y ella, tan educada como siempre había sido, se aparecía para almorzar con todos nosotros. Enseguida la señora Huang hacía que se marchara, yo hacía un berrinche y lloraba, les pedía que dejaran que se quedara. Al final sólo recibía regaños por parte de mi padre, por haber mentido de esa manera. Mamá era paciente conmigo y siempre entendía por qué hacía este tipo de cosas, así que jamás se enojaba conmigo. De entre tantas personas en el mundo, ella es alguien que vale la pena.

Papá no vale la pena. Porque todo este dolor que he guardado en mí, tan sólo para tener un padre en mi vida, no lo vale para mí. No vale la pena, porque él realmente no está aquí conmigo. No puedo sentirlo, no puedo sentir que le importe. Así que no vale la pena, y a veces sólo deseo jamás haberlo conocido.

Porque cuando dirigí mi mirada hacia Jaemin, encontrándolo ahí donde Chenle lo había dejado después de la aparente pelea, sentí que había un poco de mí en él. Sentí que éramos demasiado parecidos para mi bien. Lo supe al ver la manera en la que se mantenía tendido en la arena, doblado, abrazando sus piernas contra un árbol y estremeciéndose a cada sollozo. Na Jaemin estaba en ese punto de quiebre donde ni siquiera entiendes cómo puedes llegar a sentirte tan insignificante y sin valor. Lo sabía porque yo mismo había estado en ese oscuro lugar antes.

Caminé en su dirección intentando ser silencioso, acercándome despacio y con cuidado. No lo logré. En el camino, pisé una rama, lo que me hizo trastabillar un poco y como resultado, también llamar la atención de Jaemin.

Ambos nos asustamos por un instante, yo abrí mis ojos sorprendido cuando él dio un pequeño salto en su lugar al captar el sonido de alguien acercándose.

Supe que su corazón latía igual de furioso, enloquecido y descontrolado que el mío, cuando alzó el rostro de sus piernas y levantó la mirada hacia mí, así encontrándose con la mía.

Sus ojos estaban rojos, su nariz también lo estaba. Habían claros rastros de lágrimas en sus mejillas, y lucía demasiado triste como para ser Na Jaemin. Pero, más allá de la tristeza, en toda su cara también se reflejaba un devastador temor.

— ¿Renjun? — pronunció mi nombre y sus ojos brillaron. Sentí en su voz cierto alivio de verme que me reconstruyó el alma.

Claramente se puso de píe enseguida, tambaleándose un poco. Su labio inferior estaba temblando, sus ojos me rogaban algo que yo no entendía, pero sí podía saber que Na Jaemin se sentía roto.

— No me pasa nada. Sólo... Mal día. — tal vez percibió la preocupación en mi rostro, porque intentó negarlo todo —. Extraño un poco mi casa.

— Yo extraño a mi mamá. — le respondí en un hilo de voz, sintiendo mis ojos picar tanto que dolían.

— ¿Qué haces por aquí? Pensé que estarías almorzando. — de la nada, sus ojos empezaron a cristalizarse una vez más de sólo mirar directo a los míos.

If I was rose || JaemrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora