XII. Paz

129 16 0
                                    

Era la primera vez que corría lejos de mi padre y su familia. Siempre había querido hacerlo, pues siempre había sido mi mayor deseo. Soñaba con un día gritarles todo lo que pensaba y simplemente correr sin intención de detenerme pronto, alejarme de ellos sin saber a dónde me llevaban mis pies. Finalmente liberarme, ir por un camino sin rumbo alguno. Hacerles saber que sufría y que les odiaba. Siempre quise hacerlo, maldita sea. Soltar en sus caras todo lo que venía guardando. Y finalmente lo había hecho. Estaba hecho. Me había liberado, lo había soltado todo. Cada palabra con mi voz inyectada en resentimiento y rabia, cada lágrima. La verdad de todo, cada raíz de amargura. Todo estaba fuera y ahora yo me sentía... Aliviado. Aquel peso en mis hombros ya no estaba, pues ellos ya lo sabían. Que era un maldito infeliz que los odiaba con todo su ser.

La cosa del odio es que es un puto nudo en el estómago que sigue y sigue creciendo, haciéndose cada vez más apretado y tenso. Un nudo en el estómago que no te deja respirar con normalidad, que no te deja tener un momento de paz. Un nudo que te recuerda constantemente que tu odio está ahí, viviendo en tu corazón. Que la persona que te hizo daño también está ahí, en el mundo, sonriendo. Y yo no podría desatar ese nudo sin quitar mi máscara ante mi padre y su familia, sin enfrentar la situación de una buena vez. Que a veces lo consciente que estaba de su existencia no me dejaba tomar un respiro de mi odio, que no podía dar un suspiro sin que fuese doloroso... Porque mi amigo el odio estaba presente en todo momento.

¿Para qué iba a mentir? Estaba cansado de poner sonrisas forzadas y fingir que la preferencia de mi padre hacia Chenle no era nada para mí. Estaba cansado de hacer ver como que las veces que claramente me hacían menos en su "familia feliz" no habían dolido, pues sí que habían dolido. Había tenido que vivir aquella amarga sensación de ser insignificante y pequeño junto a ellos desde que era tan sólo un niño. Estaba cansado de sentirme tan sin valor, poco querido y destruido.

Claro que no pude escapar infinitamente de todo, pues en cuanto llevaba unos minutos alejándome del auto de mi padre, sentí cómo los pasos de alguien seguían los míos.

Y pude sentir en mi nariz su olor. La fragancia de su colonia golpeó mi sentido del olfato cruelmente. Era Jaemin y se estaba alejando conmigo. Estaba escapando conmigo. Estaba siguiéndome.

¿Por qué lo hacía? Yo no tenía idea de eso. Pero mientras me alejaba, no me sentía tan solo al sentir cómo me seguía de cerca, cuidadosamente como si quisiera ir conmigo, pero sin atreverse a invadir mi espacio ni hacer algo fuera de lugar. Parecía saber que no me encontraba en mi mejor momento y querer darme mi espacio, todo eso sin apartarse de mi lado en ningún momento. Y de alguna manera fue reconfortante. Fue de gran consuelo para mí.

De verdad sentí como que en ese momento estaba bien no hablarle, pues el silencio entre nosotros no se sentía incómodo.

Así que simplemente avanzamos por la calle sumergidos en silencio total, concentrados en el camino.

Cuando llegamos a la siguiente gasolinera, me acerqué a una solitaria banca de madera que ya había visualizado a lo lejos, con la intención de tomar un pequeñito descanso en ella antes de seguir caminando. Me negaba a llamar a mi padre.

Jaemin aún no me dirigía la palabra, por lo que no me notificó cuando desapareció en la tiendita junto a la gasolinera.

Supuse que compraría algo de beber, pero cuando volvió, tenía dos paletas de helado en cada mano.

Mis mejillas se sonrojaron de la vergüenza de saber que él me había escuchado decir todas esas cosas, por lo que me costó alzar la mirada para verlo a los ojos.

Fue difícil, pero finalmente me decidí por hacerlo. Alcé mis ojos y encontré directamente los suyos, observando hacia los míos.

Nuestras miradas conectaron de manera atenta, fija y sin pausa.

If I was rose || JaemrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora