I

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Sus pieles estaban húmedas por el calor de la habitación, completamente impregnada del olor a sexo.
Aquella luna era testigo de ese acto lleno de lujuria, pero era nada más que eso. Al menos para aquel rubio.

— Mierda... Zoro.

Con sus manos aferradas a aquella cama, gemía con su pecho pegado a ella, mientras el cuerpo más grande del otro estaba sobre el suyo, embistiendolo sin piedad.
Aquella gran y áspera mano estaba aferrada a su cadera, mientras con la otra se sostenía en la cama, tirando de esas blancas sábanas.
Sus piernas estaban enredadas entre sí, ninguno quería que aquello se acabara. Era tan placentero que no ahogaban ningún gemido ni jadeo; les importaba poco que del otro lado de esas paredes los vecinos pudieran escucharlos.
Después de todo no era la primera vez; solía pasar muy seguido de hecho.

Tomó aquellos rubios cabellos entre sus dedos, haciendo que arquee esa espalda que amaba mordisquear. Ya tenía marcas viejas, así que debía hacer unas nuevas.
Con sus dientes mordía esa deliciosa piel, hasta marcar sus hambrientos comillos en ella.

— N-no dejes marcas! Es difícil que se vayan rápido! Ahh!

Cayó aquellas quejas con sus embestidas; más rápidas y más profundas. Golpeaba con su pelvis aquellos firmes y blancos glúteos, decorados con los finos bellos del rubio. Se movían suavemente como un cheesecake japonés, el pastel más delicioso que podía devorar jamás.

— Yo mando aquí. Tu solo dedícate a gritar mi nombre, cocinero de mierda.

Maldita sea, como amaba cuando era así de rudo y dominante.
El rubio temblaba bajo ese músculoso cuerpo, construido por los años que llevaba una rutina diaria en el gimnasio.
Esos grandes pechos que lo volvían loco como los de una mujer; ese abdomen marcado con pequeños cuadrados que amaba acariciar; esa musculosa espalda a la cual solía aferrarse cuando lo follaba.
Todo el lo enloquecía, pero una vez que acaban de tener sexo se olvidaba por completo de él.
Eso era lo más doloroso para aquel peliverde, que intentaba con todos sus esfuerzos ganarse su amor.

— Estoy por acabar... Puta madre.

H-hazlo dentro!

Aquel choque de pieles estaba acompañado de un obsceno sonido de chapoteo que se escuchaba con eco, deleitando sus oídos. Esa era la señal de que lamentablemente todo estaba por acabar.
Zoro siempre intentaba prolongar los minutos, para que se volvieran una o dos horas de intenso y delicioso sexo; pero lo disfrutaba tanto que no lograba aguantar las oleadas de placer que golpeaban su gran cuerpo.

Aquel rubio provocaba tantas cosas en el, pero el solo lograba hacerlo gritar.
Le gustaba claro, verlo retorcerse bajo su cuerpo y rogando por más le hacía perder la cordura; pero no es lo que buscaba conseguir. El quería que el otro sólo tuviera ojos para él, pero sabía perfectamente bien que eso era imposible.

— Mierda! Zoro!

— Sanji!

Así fue como liberó toda su esencia dentro suyo, llenando por completo aquel interior que se volvía loco por follar todo el tiempo.
Se arrodillo en aquella cama, limpiando el sudor de su frente; mientras observaba el otro cuerpo debajo suyo; aquella silueta que lo encendía tanto.
Tenía espasmos y temblaba, mientras dejaba escuchar su agitada respiración.

Q-quítalo. Tengo una cita con Pudding-chan y tengo que limpiar el desastre que me hiciste.

Ordenó el rubio debajo suyo, ya con su respiración más calmada, mirándolo por sobre su hombro. El otro sonrió, dando una embestida profunda a modo de juego y provocación.

— A-ah, Marimo idiota!

— No me des órdenes. Dónde quedó el “por favor”?

Dijo con una sonrisa burlona en su aún sonrojado rostro. El otro rechistando, lo quitó de su interior y lo apartó de encima suyo sin decir nada, mientras se levantaba de la cama yendo hacia el baño.
Dejó solo a aquel peliverde, mientras miraba la cama manchada con el semen del rubio, con un dolor punzante en su pecho.
Siempre era lo mismo. Cuando acababan de follar salía huyendo de esa habitación, sin darle importancia a sus más puros sentimientos por el.

— Algún día seré yo el dueño de tus pensamientos?

Preguntó para sí mismo, rascando su cuero cabelludo húmedo del sudor.
Sin nada que pudiera hacer, limpio y ordenó el desastre que habían causado en aquella habitación; era un baúl de sus más íntimos secretos, nadie de sus amigos y conocidos sabía que ellos de vez en cuando follaban.
El rubio nunca podría contarle a la gente algo así; el debía mantener su honor y su amor por las mujeres.
Nunca admitiría frente a otros que sentía atracción sexual por el peliverde.

Para Zoro era cada vez era más doloroso ignorar ese sentimiento reprimido en su pecho.

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Muy buenas mi gente, bienvenidos a ésta historia corta.
Es la primera vez que escribo una exclusivamente Zosan.
Espero que les guste ;3

Si así lo fue les invito a dejar su estrellita y comentar qué les pareció.

Gracias por leer, nos vemos pronto con más.

Adiós!

Un tonto enamorado | ZosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora