II

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— Adiós mi linda Pudding-chan! Te amo!

Aquel rubio se despedía de la castaña con su mano, con un rostro enamorado y unas mejillas sonrojadas.
Se sentía muy afortunado de tener una novia tan bonita como ella. Era un ángel, aunque a veces tenía una personalidad un poco bipolar; era muy celosa y no quería que nadie se acerque a el.
Si tan solo supiera que a la hora de tener sexo prefería hacerlo con el peliverde, antes que con ella.

Entró en aquella casa, en la cual vivía con él.
Ambos se conocían hace varios años. No recordaban cuándo comenzaron a tener esos encuentros íntimos; pero ambos sabían que lo disfrutaban mucho.

— Marimo, ya comiste?

Se encontró con el nombrado en el sofá, viendo las noticias en la televisión y bebiendo una botella de sake. Estaba casi vacía, signo de que había estado bebiendo hacía un tiempo ya.

— No.

Su voz se escuchaba un poco ronca, así que supo que no estaba del todo sobrio.
Inmediatamente fue a la cocina, arremangando su camisa dispuesto a cocinarle algo a su amante.
El otro estaba sumido en sus pensamientos, mirando a la nada sin poder olvidar las palabras que el rubio gritó antes de entrar a la casa que compartían.

“Te amo”.

Sonrió triste, imaginando que esas palabras estaban dedicadas exclusivamente a el.
En su mente todo tenía más sentido, el alcohol lo ayudaba a fantasear con ése tipo de cosas. Pero cuando volvía a la cruel realidad, solo se encontraba con su corazón roto.

— Te haré onigiris, te parece bien?

— Si...

No estaba de ánimos, se sentía más deprimido que nunca.
Sabía que también había follado con aquella castaña. Cuando sintió su presencia cerca, también notó el aroma del perfume que aquella mujer solía llevar impregnado en el.
La odiaba, la odiaba con toda su alma.
Cada vez que venía a visitar al rubio le dedicaba una mirada de furia; en su interior deseaba gritarle en la cara que su lindo novio amaba que se lo follara.

— Estás bien?

Mientras cocinaba el arroz, el rubio se secaba las manos con un trapo de cocina, mirándolo atento desde el portal que dividía ambas salas.
Ya lo conocía de sobra. Sabía cuando algo le sucedía y como era tan amable siempre quería ayudarlo.
Odiaba eso, porque lo enamoraba más.
Era tan dulce con el que dolía, ya que solo lo veía como un amigo muy especial. Nada más que eso.

— No te incumbe.

Expresó entre dientes, levantándose molesto de aquel sofá mientras gruñía y lanzaba la botella de sake vacía contra la pared. Eso hizo que el rubio rodeara los ojos, odiaba cuando se ponía con aquella actitud violenta.

Antes de que pudiera decirle algo, este ya se había ido por la puerta principal, cerrandola de un portazo.

— Ahora qué rayos le sucede?

Solía tener ese comportamiento cada vez que volvía a casa, no sabía que era lo que lo hacía molestar de ésa forma. Nunca podía entender lo que pasaba por la mente de ese peliverde.
Sin más remedio, se puso a limpiar los vidrios rotos esparcidos por el suelo.

Afuera estaba haciendo mucho frío, pero eso no le importó. Veía como aquella nieve caía del cielo hasta tocar su rostro.
Estaban en pleno invierno, el frío azotaba los techos de las casas y las pocas hojas que aún quedaban en los árboles caían.
Nadie salía a esa hora de la noche, ni una sola alma caminaba por esa desolada calle.

— Te vas a enfermar.

Escuchó esa voz familiar detrás suyo, mientras sentía como suavemente caía una tela en su desnuda espalda. Solo llevaba pantalones y calcetines cubriendo sus fríos pies. Para el rubio era un loco por salir así afuera, aunque siempre se sorprendía porque nunca se enfermaba.
Tenía unos genes muy fuertes.

El peliverde lo miró por unos segundos, aquel rubio miraba el cielo cubierto por nubes cargadas de nieve, mientras dejaba escapar el humo de su cigarro encendido entre sus labios.
Esos labios que ansiaba besar con pasión todo el tiempo.

— Ya ponte el abrigo, idiota.

Suspiró haciéndole caso, metiendo sus brazos en aquel abrigo de lana. Luego cerró los botones que tenía para mantener caliente su cuerpo.

— Ven, ya casi está tu cena.

Después de que Sanji volviera a la cocina para comenzar a armar el platillo preferido de Zoro, éste suspiró para seguirlo y abrir el refrigerador que estaba en la cocina, tomando una lata de cerveza.

— Vas a seguir bebiendo? Te va a dar cirrosis, idiota.

— Cállate.

Se sentó en la mesa que estaba junto a la cocina, abriendo aquella lata tomó un gran sorbo de un trago. Luego dejó escapar un suspiro de satisfacción.

— Listo, buen provecho.

Dejó aquel plato blanco rectangular al frente suyo, con tres bolas de arroz triangulares rellenas de salmón y un trozo de alga nori debajo.

— Gracias.

Sin esperar mucho tomó el primero, para comenzar a comerlo. Cómo siempre tenía un sabor increíble, aquel rubio era el mejor cocinero que conocía.
Tenía tantas cualidades que lo volvían loco. Desearía que sólo el fuera el privilegiado de comer sus platillos.

— Está rico?

Aquel rubio observaba a su amigo con su rostro apoyado en su mano, mientras comía con tranquilidad y en silencio.

— Ya sabes que sí.

Habló con la boca llena, para tragar y darle otro sorbo a la cerveza.
El rubio sonrió, cocinarle a la gente de su alrededor y verlos disfrutar de su comida era lo que le hacía más feliz.

Aquel peliverde observó esa hermosa sonrisa en sus labios.
Ojalá él fuera el motivo de ella.

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Muy buenas.
Bienvenidos a un nuevo capítulo, espero que les haya gustado.
Pobre Zoro :(
Se siente cada vez más triste.

Ven que yo te doy amor mi rey ❤️‍🩹

Nos vemos pronto con uno nuevo, solo aviso que son muy pocos.
Así que disfrútenla :)
La estoy redactando lo mejor posible, disculpen los errores.

Dejen su estrellita y comenten que les parecio.

Adiós.

Un tonto enamorado | ZosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora