Salgo del instituto mirando la pantallita del móvil. La página web de Sara Jiménez es tan cruel que me manda un mensaje cada vez que hay novedades. Y yo soy tan tonta que los abro y voy a mirar la página. Aún sabiendo que casi todas las novedades son de la firma de libros de junio, a la que no podré ir.
"Viva y muerta", ese es el título de la nueva novela. Hará la presentación y luego firmará autógrafos a sus fans. Envidia pura y dura, eso es lo que siento por todos esos lectores que la tendrán tan cerca ese día.
Lo que daría yo por conocerla. Gracias a ella yo soy otra. Gracias a sus mundos, me olvido del mío. Gracias a sus personajes, me olvido de las personas a las que no quiero ni ver. Gracias a sus ideas, nacen las mías. Gracias a sus palabras, soporto mi mundo. Ella ha cambiado tanto mi vida, me ha hecho tan feliz... y ni siquiera sabe que existo, ni lo va a saber.
Respiro hondo intentando apartar esos pensamientos de mi mente. No vale la pena hundirme a mí misma. Empiezo a caminar hacia mi casa, aún mirando al móvil; cuando choco con otra persona, que da un respingo y deja caer sus libros al suelo. Alarmada, levanto la cabeza para ver a quién he atropellado. Noto cómo se me va la sangre de la cara al ver que es Cristina. ¡¿Alguna vez dejaré de cagarla con ella?!
La chica evita mi mirada y se apresura a recoger sus libros. Yo permanezco inmóvil, sin saber qué decir. Sólo reacciono cuando Cristina, libros en mano, comienza a alejarse con paso apresurado. Esta vez no.
-¡Espera!
No sé si es real o una impresión, pero me parece verla detenerse un segundo antes de reanudar la marcha. No me rindo y salgo tras ella.
-Cristina... ¡Cris! -exclamo, agarrándola del brazo para que me mire a la cara.
Ella encuentra mis ojos en un instante, pero los retira en seguida, bajando la mirada.
-Dime.
Su tono no es enfadado, ni dolido. No tiene ni una pizca de expresión en su voz, que suena totalmente monótona. Ese hecho me afecta de manera extraña, pero muy dolorosa.
Cojo aire. Empieza la fiesta.
-¿Por qué estás así conmigo?
-Así, ¿cómo? -pregunta, indiferente.
Hago un esfuerzo por no dedicarle una de mis miradas asesinas. No es el mejor método para hacer las paces.
-Pues exactamente así. Tan distante, tan callada. Como si no nos hubiéramos conocido nunca.
-Bueno, técnicamente he estado así desde siempre -eleva la voz hasta sonar casi agresiva-. Callada y distante, no de ti, sino de todo el mundo. Sentada en una esquina con mis libros, aislada del mundo, sin darme a conocer a absolutamente nadie. Y nadie, nunca me ha preguntado por qué estoy así con ellos. Tú tampoco. Sólo se adaptan a mí, y hacen como si no existiera, igual que hago yo con ellos. No veo por qué tiene que ser diferente para ti, y ahora.
Trago saliva y parpadeo varias veces.
-Lo sabes perfectamente, Cris. No finjas que no sabes de lo que estoy hablando. Yo conocí otra parte de ti. Una parte alocada, divertida y loca. Una parte que la mitad de las personas que te conocen, o que creen conocerte, jamás se esperarían; pero que amarían desde el primer momento en que la descubriesen. Cris -calmo la voz y la miro a los ojos-, incluso me rebelaste algo de ti que nadie más sabe. Me hablaste de tu fichaje...
-Sí, y ¿qué gané con ello? -me interrumpe-. Efectivamente, te mostré la mejor parte de mí. Me solté contigo. Para qué negarlo, contigo me sentía bien. Cómoda. Libre. Y, sí, te hablé de mi... ¿fichaje, lo has llamado? Y ese fue quizás el peor error que pude cometer. No es ya el hecho de contárselo, sino de contártelo a ti. -Su voz empieza a sonar pastosa, como si se esforzara por retener las lágrimas-. Apuesto a que... todo fue con intención... Por eso insistías tanto en que te hablara del tema, de él. De mis sentimientos. Porque sabías de quién hablaba, ¡¿no es así?! -grita-. ¿Sabes? El error no fue contártelo. El error fue, directamente, enamorarme de alguien de quien no sabía nada. Tal vez si lo olvido, y si me cierro a los demás, y si nunca más vuelvo a enamorarme, todo me irá mejor.
-No, esa no siempre es la mejor opción, créeme -es la respuesta que me sale automática. Esas últimas frases que ha pronunciado la pelirroja me han recordado tanto a mi antiguo yo, que de alguna manera aún considero mi verdadero yo; que no quiero que Cristina vaya también por ese camino.
-Entonces, ¿eso es todo lo que tienes que decir? -un asomo de decepción aparece en su cara, pero la rabia se apresura a disimularlo-. Vale, entonces. Adiós.
Da media vuelta, haciendo volar su lisa melena pelirroja, y se aleja con paso decidido.
-No, Cris... ¡Cristina! ¡CRISTINA!
-¡Déjame ya en paz!
-¡NO! ¡CRIS!
Corro tras ella hasta alcanzarla. Ella no detiene el paso, pero sigo caminando junto a ella, casi corriendo.
-Tía, ¡¿quieres escucharme de una vez?!
-No, no quiero.
-Cris... por favor.
-¡Que n...!
En ese momento, somos embestidas por un muchacho que corría en nuestra dirección. Yo caigo al suelo. Cristina está a punto de hacerlo, pero el muchacho la agarra por la cintura para evitarlo. Levanto la cabeza para mirar al chico. No sé si siento más sorpresa, gratitud, esperanzas o terror al comprobar que se trata de Pablo.
Mi mejor amigo mira en mi dirección, abochornado.
-¿Estás b...? -Entonces me reconoce-. ¡Diana!
-Hola -contesto, más seria de lo que me gustaría.
Entonces el se gira a ver a quién está agarrando. Los ojos parecen salírsele de las órbitas. Sus mejillas se encienden y una linda sonrisa bobalicona aparece en su rostro.
-¡Tú! -exclama, emocionado.
Entonces yo pienso que, tal vez, todo vaya a salir bien. Que Cristina y yo podremos olvidar todo esto y empezar de cero, al igual que ellos, que podrán comenzar su propia historia.
Son bonitos pensamientos, desde luego; hasta que llega la realidad. Cristina lo mira fijamente a los ojos. Por un momento parece haberse ablandado, pero antes de poder pensar en ello, aparece en su mirada una dureza que yo jamás había visto. Se separa bruscamente de él, sin dejar de mirarlo a los ojos.
-Tú -dice, con una voz tan gélida como su mirada. Y, antes de poder darnos cuenta, ya se aleja a paso ligero por la acera.
Soy yo la primera que reacciona. Me levanto del suelo, agarro por los hombros a mi mejor amigo y lo sacudo.
-¡¿A qué esperas?! ¿Tanto tiempo esperando a hablar con ella, para dejarla ir otra vez? ¡Corre, tonto!
Como si le hubiera dado una cachetada, Pablo sacude la cabeza y corre tras la pelirroja. Al alcanzarla, se pone delante de ella, de tal manera que Cristina tenga que mirarlo a la cara. Escucho la conversación sin perderme un detalle.
-Oye, ¿de verdad que no te acuerdas de mí? -dice mi amigo.
-Ajá. Tengo prisa.
-Pero... por favor, solo quiero hablar contigo.
-No tenemos nada de qué hablar, psicópata. Tú y yo no nos conocemos de nada.
-Bueno, visto así... Pero, por favor, déjame conocerte más. He esperado esto mucho tiempo.
-¡¿Y te crees que yo no?! -Cristina acelera el paso.
-Espera, ¡tu sí te acuerdas de mí! -una fugaz sonrisa pasa por el rostro de Pablo, desapareciendo tan pronto como apareció-. Pero, entonces, ¿por qué estás así? No parecías ser...
-¡Porque no quiero tener nada que ver contigo! ¡Vete con la rubia!
Pablo se queda en el sitio, sin saber qué hacer. Cristina no tarda en dejarlo atrás. Lentamente, me acerco a él.
-Es castaño claro, no rubio -murmuro. Desde pequeña me ha fastidiado mucho que me digan rubia.
Agarro a mi mejor amigo del brazo.
-Ven, hay cosas que tengo que explicarte.
ESTÁS LEYENDO
Fría
Teen FictionBallet, ballet, ballet. Es prácticamente la vida de Diana Romero. Esta joven de 14 años ha sufrido más decepciones y depresiones de la cuenta para su edad, por lo que ha aprendido a no ilusionarse, a no encariñarse, a no enamorarse. Ha aprendido a s...