Sara Jiménez.

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Y así, más o menos, es mi día a día en el instituto. Digamos que oír comentarios estúpidos sobre mí ya es parte de mi rutina. Cabe decir, que la mayoría de ellos pierde el tiempo. Más años de la cuenta aguantándolo me han hecho acostumbrarme a ello, y ya casi nada me afecta. Sólo Nayara conoce cada uno de mis puntos débiles... y da la casualidad de que ella misma es uno de ellos.

Pero hoy, hoy en concreto, tengo un motivo por el que aguantar seis horas en un pupitre rodeada de gente que disfruta viéndome como a una víctima: ¡hoy voy a comprar el nuevo libro de Sara Jiménez! ¡¡BIEN!!

¡Estoy demasiado impaciente! Otra de sus mezclas de misterio, suspense, intriga y fantasía, presiento que cuando abra el libro me envolveré en sus páginas y me enredaré en sus palabras, y que no despegaré la vista hasta que mi madre me separe a la fuerza de él, como siempre me pasa con sus novelas...

Sí, me pasa eso, ¿algún problema? Soy una bailarina casada con su deporte, una lectora obsesiva enamorada de su escritora favorita, y a la vez, una adolescente antisocial sin amigos, y sin necesidad de ellos. No quiero volver a tener amigos. Los tuve, sí. Si a eso se le pudo llamar "amistad". No quiero que vuelvan a jugar con mis emociones. Por tanto, nadie tiene acceso a ellas. Sólo mi familia, mis libros y mi amado ballet, están dentro de lo que serían "mis sentimientos".

Bueno, estoy pensando todo esto, porque tengo mejores cosas que hacer en clase que observar cómo el profesor discute con Nayara por quinta vez en un mismo día:

-¡Le repito que me entregue su móvil!

-¡No me da la gana! ¿Qué pasa, usted no tiene uno?

-¡Le aconsejo que no me levante la voz de ese modo! ¡Baje ahora mismo a por un parte!

-Buff, un parte, cuidado, lo llevaré en mi conciencia de por vida...

En fin, que prefiero fantasear con el libro de Jiménez antes que contemplar uno de los tantos pollos de Nayara y el profesor.

¡Y por fin, suena el timbre!

Guardo mis cosas rápidamente, me cuelgo la mochila y salgo al pasillo, intentando avanzar hacia la salida de este infierno, entre toda una marea de personas con el mismo deseo que yo.

Fuera, mi madre está esperándome. Llego a su lado y me da un beso y un abrazo, como siempre. Pero no se los devuelvo. Nadie se gana nunca abrazos míos, y menos besos. Me pregunto si a mi madre le dolerá. Espero haber podido demostrarle por otros medios lo agradecida que le estoy por todo.

-¿Qué tal el día?

-Pues, lo de siempre, ya sabes -sonrío levemente y la miro a los ojos. Me gustan los ojos de mi madre. Son verde oliva, un poco tirando a marrón. A diferencia de los míos, que son marrón oscuro.

Mi madre suspira, nerviosa.

-Oye, Diana... no debes escuchar a esas personas. Sólo quieren hacerte daño, no les hagas...

-Pero, mamá -río-. ¿Desde cuando me ha afectado a mi la opinión de una banda de simplones?

-Pues desde los ocho años, cuando te dijeron...

-Basta.

Entro en el coche sin mirarla a la cara. Ha estado a punto de mencionar ese curso, no, eso no...

Entra y se sienta en el asiento del conductor, al lado mío.

-¿Diana? Hija, lo siento...

-No importa mamá -le sonrío, restándole importancia-. Además... ¿hoy no íbamos a ningún sitio? -la miro emocionada. ¡Dios, qué nervios!

-Ah, sí, lo de la librería, esto...

Me quedo de piedra. Lo de la librería, ¡¿qué?!

-¡Mamá, me lo prometiste! -digo dolida.

Mi madre parece pensarse la respuesta.

-Bueno, está bien. Pero que sea una cosa rápida, ¿vale? Tenemos que ir a casa de abuela. Sí, a casa de abuela, ¡no pongas esa cara! Van a estar tus tíos, y tu prima Nicole.

En fin... tenía unas ganas locas de ponerme a leer, pero no puedo rechazar una oportunidad de estar con mi prima. Es lo más parecido a una amiga que tengo.

Tras salir de la librería con el libro entre mis brazos (como si fuera un bebé, porque es MI bebé) ponemos rumbo a casa de la abuela.

Ella misma nos recibe. Nos abre la puerta en delantal, y nos envuelve a las dos en un cálido abrazo. Sí, a las dos a la vez... mi abuela es muy cariñosa.

-Qué alegría verlas... pasen, pasen, por favor... ¿Quieres un té antes de la comida, Victoria? ¿Cómo te van las clases, Diana? Se pueden sentar por aquí...

Saludo a toda la familia, y entonces veo a Nicole. Le sonrío abiertamente, cuando ella viene y me da un abrazo. A modo de respuesta, le acaricio un poco el hombro.

-¿Qué tal, prima?

-Bueno -sonrío tímidamente-. No me va mal. ¿Y a ti?

Nicole pone los ojos en blanco.

-¿Qué es esa respuesta? ¿Siguen tratándote mal?

-¿Acaso me importa...?

-¡Si a ti no te importa, a mí sí, Diana! ¡No te vas a quedar sola toda tu vida!

-Si la única clase de persona que existe es la que yo conozco, mejor sola que mal acompañada...

-¡No, Diana, no!

-¡Vale, vale, tranquila! -río.

Ella no puede evitar reírse también.

-Me preocupas, prima.

-Pero ¿por qué?

-Pues porque... no me gusta verte sola. Necesitas a alguien a quien querer, a alguien con quien te diviertas, a alguien en quien confiar.

-Te tengo a ti, Nico...

-Pero ¿cada cuánto tiempo nos vemos? ¿Una vez al mes? No, no, no. Tú necesitas a alguien. Necesitas hacer amigos. Y si no los haces tú... te los haré yo.

FríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora