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El viento impactaba con violencia contra mi rostro mientras corría en mitad de la fría noche de finales de febrero.

Muchos no comprenderían lo que era correr para mí. Era dejar de pensar, dejar todos tus problemas apartados y simplemente correr sintiendo la fuerza de tu cuerpo y la brisa nocturna acariciando tu cuerpo. Era la forma de evadirme de todo lo horrible que veía en el trabajo. Bueno, al menos cuando tenía uno del que evadirse.

Desaceleré el ritmo al acercarme al edificio donde vivía, caminando hacia él con la respiración aún acelerada mientras un pequeño ratón se cruzaba en mi camino, atravesando la acera a una velocidad pasmosa. Me había mudado a un departamento cercano a la comisaría cuando me destinaron en la academia de policía.

No diré que he perdido las ganas de luchar por la justicia y por la seguridad de las personas, porque no las había perdido. Tampoco diré que me arrepiento de haber hecho lo que hice, volvería a enfrentarme al coronel como lo había hecho semanas atrás.

Porque ¿Qué policía haría la vista gorda mientras veía como su superior trapicheaba con el mayor traficante de cocaína de la ciudad? Os diré quien no iba a hacer la vista gorda, yo, la misma que fue expulsada del cuerpo de policía al día siguiente de dejarle claro al coronel que no me quedaría callada ante sus actos.

Y después de perder mi puesto, de tirar por la borda todos mis logros y mi carrera tenía que buscar trabajo y conformarme con puestos de camarera mal pagados porque nunca contratarían a una expolicía con una mala recomendación de su coronel, ya se aseguró de que nunca volviera a estar cerca de él o de que perdiera la credibilidad suficiente como para no poder desvelar todos sus secretos.

Me dejé caer con cansancio en el pequeño sofá de mi departamento sin molestarme siquiera en encender la luz. Sobre la mesita de madera había varios periódicos con ofertas de trabajo rodeadas con rotulador rojo.

Un sabor acido me subió por la garganta ante la rabia de verme en esta situación. Nunca pensé que mi vida terminaría así, a punto de acceder a un puesto de cualquier cosa con tal de poder llegar a fin de mes.

Me levanté con parsimonia y cogí los periódicos de la mesa para tirarlos a la basura de la cocina. Fue entonces cuando alguien tocó la puerta de mi departamento. Fui a la puerta, pero cuando la abrí el pasillo estaba vacío y lo único que se escuchó fue el pitido del ascensor al cerrarse y comenzar a bajar.

Al cerrar la puerta vi una tarjeta en el recibidor del departamento. La cogí con rapidez y fui hasta la ventana de mi departamento para ver si descubría quien la había colado bajo mi puerta.

Tras casi media hora observando por la ventana sin ver nada ni a nadie miré la tarjeta.

Era una tarjeta de visita de algún tipo de agencia, pero al darle la vuelta vio algo escrito gracias a la luz de la luna.

"Necesitamos gente como tú en Parabellum. Mañana a las 19:00h en la ubicación XXXXX"

Me pasé la noche y la mayor parte del día siguiente pensando si sería una broma pesada o si era alguna secta secreta que buscaba captar seguidores, pero no era de las personas que se quedaban con la duda. Iría y descubriría de que se trataba todo esto.

A las siete menos cuarto paré el coche en el puesto de seguridad de un recinto que se encontraba en medio de la nada. Había tenido que salir de la ciudad y conducir casi veinticinco kilómetros para llegar hasta la ubicación que habían escrito en la tarjeta.

El hombre del puesto la miró fijamente mientras bajaba la ventanilla del coche.

— Nombre — dijo el hombre.

— Samara Black — conteste casi como una pregunta.

El hombre tecleo un momento y luego asintió y pulsó el botón que hizo que la puerta se abriera mientras cogía el teléfono y hablaba con alguien.

Cuando paró el coche un hombre vestido de militar la esperaba en la entrada.

— Bienvenida a Parabellum, Samara. Sígame por aquí — dijo el hombre, que empezó a guiarme por el complejo hasta entra en un despacho mientras me hablaba de todo lo que hacían en la agencia secreta.

— ¿Por qué yo? — pregunté.

— Como sabes somos una agencia militar secreta que lucha contra la corrupción del sistema y, como le hemos dicho, la hemos observado y queremos que se una a nosotros, aunque deba pasar el entrenamiento inicial como todos ¿Qué me dice? — preguntó el hombre mientras me daba un vaso de agua.

Lo miré en silencio, pensando en cómo era todo esto posible, en como todo lo sucedido me había traído hasta aquí.

— Acepto — respondí con decisión.

Venganza silenciosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora