No debían ser más de las diez cuando Taemin vio entrar en casa a su madre de una forma apresurada. Iba algo desaliñado, nada propio de él, y parecía tener mucho cuidado de no ser visto. Por suerte él estaba arriba del todo de las escaleras, donde no podía visualizarlo.
Lee Heechul, Kim de soltero, siempre había sido un doncel práctico, impulsivo y demasiado temerario en la opinión de su hijo. Virtudes que, sin duda, su hermano había heredado. Las opiniones de ambos distaban mucho y solían discutir por todo. Pese a todo, era una persona con suerte, a diferencia de Taemin, o eso pensaba él. Se había casado con un comerciante pobre que tenía muchos planes y sueños, pero poco capital, hasta que un lord había creído en sus proyectos, lo había financiado y había hecho una gran fortuna. Lee Heechul era de carácter decidido; decía conocer perfectamente el carácter de los hombres y que no eran un misterio para él, pero lo que sí era un misterio para Taemin era de dónde había salido su madre, y con eso se refería a quién era su familia y dónde vivía antes de casarse con su padre.
Era algo que nunca le había revelado y sospechaba que sus orígenes no eran demasiado convencionales, si no más bien turbios e inmorales. No se podía decir de él que era una persona hermosa, pero tampoco que no lo fuese. Quizás se debía al hecho de que tenía atractivo, parecía más joven de lo que realmente era y poseía un magnetismo propio de las personas que confían en sí mismo.
Sentía debilidad por su hijo mayor, Eunhyuk. Era la luz de sus ojos y, para Heechul, era perfecto. Eso era lo que más nervioso ponía a Taemin, que no se daba cuenta de los errores que Eunhyuk cometía y no se los corregía. Había sido la historia de su vida, incluso cuando su padre vivía había sido así. Sus otros dos hermanos habían emigrado a América para hacer fortuna allí y lo habían logrado con creces. ¿Y él? Desearía haber podido irse, no tener que depender de las desidias y aleatorios deseos de su hermano ni de la pasividad de su papá Heechul ante tales circunstancias.
No era que no quisiera a Heechul, lo hacía y sabía que a él también lo quería, pero a veces era incapaz de entender cómo podía comerle el coco su hermano con tanta facilidad.
—No creo que quiera saber qué haces entrando en casa a estas horas —dijo Taemin cuando empezó a subir las escaleras.
Con una sonrisa pícara, lo ignoró a propósito y fue hasta su habitación. Increíble, su papá, por si no habían caído ya suficientemente en desgracia, tenía un amante. Empezó a pensar en quien podía ser: si sería alguien con quien se relacionaba a menudo o, por el contrario, alguien totalmente ajeno.
Daba lo mismo; intentaría disuadirlo de que lo dejase, y él, haciendo eco de su tozudez, se negaría. Alegaría que había encontrado algo por lo que vivir después de la muerte de su padre, que su vida estaba sumida en una eterna oscuridad y que lo necesitaba igual que el respirar. Nada nuevo, por supuesto. Era la misma excusa que había puesto para viajar a Bath unas semanas y la que siempre ponía para hacer lo que le venía en gana.
Más que su papá, a veces se comportaba como su hijo. Queriendo olvidar el episodio que había presenciado, volvió a su alcoba.
Buscó en su armario algo decente que ponerse para esa noche, pero no encontraba nada. Eran demasiado anodinos, demasiado iguales a todos los que las demás llevaban. Frustrado, acabó tomando uno amarillo claro y pidiendo que lo dejasen a punto.
Buscó en uno de los cajones a Maquiavelo, casi lo había terminado, pero había tanta información que quería releerlo de nuevo. Se sentó en el sillón y lo abrió.
—No te tenía a ti por un catastrofista, Minnie.
Alzó la vista para encontrarse con los espléndidos y grandes ojos azules que tenía su hermano mayor.