Había llegado el día, y Taemin estaba totalmente histérico. Cada vez que pensaba en que Minho estaría aguardando a que él entrase, que lo miraría con sus ojos penetrantes que tanto adoraba se ponía nervioso.
—Me voy a desmayar antes de llegar al altar —murmuró, esperando a que la doncella terminase de ponerle las horquillas al peinado junto con las pequeñas flores que adornaban su cabeza.
—Qué catastrofico eres, hijo. ¿No te he enseñado yo nada durante este mes? —lo regañó su papá.
—¿Qué le has enseñado? —preguntó Baekhyun mientras se colocaba bien el cabello semi recogido.
—A seducir —dijo Heechul, tal cual.
Taemin abrió los ojos horrorizado, pensando que su amigo empezaría a pensar lo peor. Pero se le olvidaba que era Byun Baekhyun.
—Me alegro de que alguien lo haya logrado. O al menos intentado.
—Todo el mundo va a darse cuenta de que estoy enamorado de él, y él de mí, no.
—Si lo dices por el paseo hasta el altar, te he traído la mantilla —alzó del bolso un esperpéntico trozo de tela bordado negro—. Así no se te verá la cara.
—Ni hablar, la gente pensará que me he desfigurado o algo parecido. No debo mirarlo a los ojos, eso es todo —determinó.
—Como tú veas. Tampoco sería tan terrible casarte enamorado y que la gente lo sepa. De hecho, creo que todos los invitados ya lo saben —resolvió Baekhyun.
—¿Tan mal disimulo?
—Disimulabas, querido —puntualizó su papá—. Ya estás listo.
Taemin se detuvo delante del espejo de cuerpo entero, sin llegar a creerse que el que se reflejaba en el espejo fuese él.
—Estás precioso, Taemin —le dijo Baekhyun, sonriendo.
—Una verdadera belleza.
Se encontraba hermoso; el traje rosado resaltaba su figura y el color de su piel pálida. Suspiró, sin llegar a creerse que fuese el día en que, por fin, iba a casarse. Siempre había soñado con eso, con llegar a la iglesia tomado del brazo de su padre, que él lo llevase hasta el altar y entregarlo al hombre de sus sueños.
Pero no sería su padre, sino su hermano quién lo haría. Si bien era cierto que iba a casarse con el hombre de sus sueños, él no lo quería. Pero no quiso desanimarse; se había pasado todo el tiempo en el que había estado prometido, deprimido por eso. Debía hacer algo al respecto, esperar a que la divina providencia impulsase a Minho a que se fijase en él era más inútil que esperar a que los cerdos volasen.
Así que subió al carruaje junto con Eunhyuk, y pusieron rumbo a la iglesia.