Abrí los ojos a la mañana siguiente con mucho esfuerzo, tratando de acostumbrarme a la luz que atravesaba la ventana y caía justo sobre mi rostro. No pude evitar maldecir el momento en el que no se me ocurrió cerrar las cortinas durante la noche. Ya era parte de mi rutina nocturna hacerlo, pero por lo visto ayer había ignorado todos los pasos. Tampoco había cumplido el número uno: ponerme mi pijama.
Suspiré contra las almohadas volviendo a hundir mi cara entre ellas, esperando así volver a reconciliar el sueño sin que el sol siguiera estorbándome. Sin embargo, unos segundos más tarde, no era la luz la única culpable de mi incapacidad de pegar ojo, sino los gritos de mi mejor amiga -a los que ella solía llamar "canto"- que no se hicieron de esperar, junto al ruido de algunos vasos y cubiertos chocando entre sí.
Después de varios intentos fallidos tratando de ignorarla, el dolor de cabeza que iba en aumento me impidió seguir intentándolo. Decidí rendirme y luchar contra las fuerzas invisibles que me ataban a la cama. Mi cabeza no paraba de latir y yo sentía que en cualquier momento me iba a explotar.
Me incorporé con torpeza y me quedé unos segundos quieta, intentando que mi cuerpo se asentara a la nueva posición. Una vez mis ojos dejaron de ver estrellas parpadeantes, giré hacia la cómoda al lado de mi cama para verme al espejo. Unos ojos enrojecidos y cansados me devolvieron la mirada. Aguanté el gemido que buscó escaparse de entre mis labios ante la imagen tan deplorable que me devolvía el reflejo, y con mucha pesadez caminé hacia el baño con pasos pesados marcando mi camino. Una vez frente al lavabo y sin siquiera volver a levantar la vista hacia el espejo, lavé mi rostro para despejarme un poco y que mis ojos terminaran de abrirse por completo. Solté mi cabello de la cola mal hecha y lo até en un moño alto descuidado del que se escapaban algunos mechones. A pesar de ello, ahora estaba un poco más decente. Digo un poco porque tampoco podía hacer nada contra las ojeras que destacaban sobre mi piel blanca.
Salí de la habitación arrastrando los pies en dirección a la cocina, donde la voz de Lily no paraba de chillar y hacerme querer estrellar la cabeza contra los muebles. Necesitaba tomar algo, estaba sedienta y eso era en lo único que mi cabeza podía pensar, incluso si eso significaba permitir que me sangraran los oídos al sentir la voz de mi amiga cada vez más cerca.
Esquivé algunos vasos y más trastos que estaban regados por el suelo. No quería fijarme mucho en cómo estaba la sala por el bien de mi salud mental, pero aún así me sorprendió no ver tanto desorden como hubiera sido de esperar de camino a mi destino.
—Hola— fue lo primero que escuché apenas entré a la cocina. Estaba revolviendo unos huevos delante del sartén. Por lo menos la cocina estaba decentemente arreglada. Seguro Lily llevaba un rato ya levantada y se había encargado de ello.
—Bueno días— traté de sonar igual de entusiasmada que ella, pero sonó tan falso que Lily me dirigió una sonrisa burlona mientras seguía revolviendo. Al menos había dejado de cantar y ahora solo tarareaba por lo bajo. Me dirigí al fregadero para buscar un vaso limpio y poder llenarlo de agua. Mi voz sonaba hasta rasposa de lo deshidratada que estaba.
—¿Te desperté?—Me encogí de hombros restándole importancia mientras volvía a llenar el vaso de agua y me sentaba en una de las sillas del comedor.—¿Te duele la cabeza?—sonó más a una afirmación que a una pregunta, por lo que no me esforcé en gastar saliva para contestarle, mi cara lo decía todo.—Ten—. Me tendió una pastilla para el dolor de cabeza junto a una taza de café con leche. Joder, como la amo. Le sonreí agradecida y ella me devolvió un guiño antes de volver a enfocarse en la comida.
—Huele delicioso— no pude evitar comentar al sentir mi estómago rugir.—¿Pero no es como mucha comida?— Debía admitir que tenía un hambre de los cojones, pero tampoco tanta como para comer todo lo que estaba sobre el sartén, y eso sin contar la montaña de tostadas que estaban apiladas a mi lado.
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Te la dedico
RomanceTodos recordamos fragmentos de nuestra infancia. Es algo normal guardar recuerdos de cosas que nos marcaron en el pasado y que ahora nos acompañan hasta adultos. Estos pueden ir desde recuerdos buenos, hasta recuerdos tristes. Lamentablemente no som...