Mejor no me hables

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—Esto es como el típico cliché y no me gusta —alerté, mirándolo a los ojos.

Él se encogió de hombros.

Se siguió rascando la espalda y le tomé el brazo.

—Ya basta. Eres un hombre grande, compórtate como tal.

Me miró a los ojos, se sonrojó por un instante y se alejó.

—Sí... —susurró con tranquilidad, dirigiéndose a la cocina.

¿Fui demasiado cruel con él? No tenía idea, pero me estaba cansado su actitud de niño. Me gustaba de cierto modo, pero me hartaba de otros.

Me acerqué a la cocina y lo miré desde mi lugar. No entendía lo que estaba haciendo en la casa de él a esas horas de la madrugada y sin conocimiento de absolutamente nada. Me sentía una estúpida.

Me senté en la mesada y observé la cocina con una pequeña sonrisa sobre mis labios, recorrí el lugar, encontrándome con muebles blancos y vidriosos. La isla, la mesada y algunos muebles eran lo único oscuro en aquella habitación. Las cortinas eran de un color verdoso que combinaba con los azulejos que separaban los dos colores de la pared (blanca y verde oscuro) había también una pared de color negro con un par de cuadros familiares.

Salté de la mesada y me fui a fijar las fotos, sonreí leve hasta que lo sentí y giré para verlo.

—¿Qué haces? —me preguntó.

Señalé las fotos con mi dedo índice y me puse a su lado. No me gustaba que estuviera detrás de mí, ¿o me incomodaba? No lo sabía, pero definitivamente sentía algo extraño.

—Solo veo —respondí obvia.

—¿De verdad crees que esto es como un cliché? —Alzó una ceja.

Asentí.

—Lo es. Ahora, cuando vayas a acostarte me dirás... —Hice una pausa para pensar—. Ve tú, yo puedo dormir en el sofá. A demás, hay un cuarto de invitados, puedes quedarte en uno. Pero no podrás ayudarme si en la madrugada me pica demasiado y no puedo respirar.

Reí leve haciendo su acento estadounidense y negué rotundamente.

—No. No diré nada de eso.

Lo miré sorprendida.

—¿Y qué dirás?

Dio una paso hacia mí, tomó una de mis manos y la llevó a su pecho. Sentí su corazón palpitar. Era relajante, aunque no del todo. Por alguna razón, en vez de relajarme —como dicen las revistas— me sentía nerviosa. ¿La razón? ¿Cómo iba a saber la estúpida razón? No, no tenía idea.

—¿Escuchas eso?

Asentí.

—Sigo vivo —volvió a hablar y sonrió—. No quiero dormir en un sillón ni que te vayas a una habitación de invitados.

Hice que me soltará y me volví a alejar. No me agradaba nada de esto, pero ahí estaba: poniendo el pecho a la bala ¿o la bala al pecho? Bueno, como sea, a eso me refería.

—Da igual. ¿Entonces? —pregunté—. ¿Quieres que me vaya? No tengo problema, pediré un auto.

Comencé a caminar rumbo a mi bolso que estaba en el living, me senté en uno de los sillones y agarré mi celular. Fui a la aplicación, pero me quitaron el teléfono de las manos, así que me puse de pie.

—¡Dame eso! —chillé, tratando de quitárselo.

Era mucho más alto que yo, así que era complicado. Estiró su brazo en lo alto, me crucé de brazos y lo miré con seriedad.

—Dame, Joe, por favor —pedí amablemente.

Él soltó una carcajada y rodé los ojos.

—Muy divertido, pero hablo del teléfono. Dame mi celular, ahora. —Me alejé un poco y fui a buscar una silla.

La puse cerca de él y tomé su brazo.

—¿Necesitas una silla? —cuestionó llevando su brazo libre por mi cintura para acercarme.

Negué.

—Mmm... ¿No? —Dudé por un instante.

La silla se movió, casi cayó, pero me mantuve de pie porque me sostenía y además no era tan baja. 1'64 no era tan... Olvídalo, evidentemente, soy un Minion. Me aferré y luego salté para alejarme.

—Eres un sinvergüenza.

Él sonrió amplio.

—No, no lo soy. —Fue lo único que salió de sus labios.

Alcé una ceja y agarré el celular cuando lo dejó en el sillón. Noté que subió una selfie de él mismo a mi perfil de Instagram y le pegué en el pecho.

—¿Sos idiota o te haces? —pregunté en español.

Su rostro se desconfiguró como la última vez que me escuchó chillar en mi idioma natal.

—¿Qué?

—So. —Solté una carcajada y negué—. Perdón, tenía que hacerlo. ¿Cómo vas a subir una foto tuya a mi Instagram? Todo el mundo, todos... ¡Mis padres!

Me llevé la mano a la cabeza, imaginando un montón de escenarios, pero en todos, sin duda, era yo la que terminaba mal.

—¿Tus padres?

—Sí, tienen Instagram. Saben qué hora es acá, también que mi casa no luce así y que, definitivamente —lo señalé con el dedo—, ese no es mi rostro.

—¿No puedes estar en casa de un amigo?

—¿Y los fans? ¿Y las revistas? —Lo miré.

—No entiendo. —Su ceño se frunció.

Negué más de una vez.

—Ya entiendo porqué no tenes redes sociales. De esta publicación, se pueden hacer millones de teorías, llamadas Fake news, y de eso... —Me quedé callada por un instante—. De eso, sale de todo y se hace una gran bola de nieve. Serás centro de atención del mundo entero.

Me miró y asintió.

—Mjm...

Me sentí un poco extraña por un momento, realmente era demasiado complicado.

—¿Mjm? ¿Sigues sin entender?

Me miró a los ojos.

—Lo entiendo, pero está en favoritos. Solo tus favoritos pueden verlo.

Solté una risita divertida y me senté.

—Mejor ni me hables. —Me crucé de brazos.

Se sentó a mi lado y apoyó su cabeza en mi regazo. Lo miré por un instante y luego a la televisión que prendió.

—No me gusta enfermar —me contó.

—A nadie.

—Te hablé y me respondiste. —Se puso boca arriba, me miró y sonrió.

Seguí mirando la tele y me hice la tonta, aunque él tenía razón. Me frustraba aquello, pero era cierto. No dije más nada, sentí que mis ojos pesaban y solo me quedé completamente dormida.

Fake news [Joe Keery]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora