Prólogo

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Ambas bajaron del auto, era pasada la medianoche, volvían del trabajo, como siempre fue un día con muchos comensales y Pía se sentía feliz y realizada en todos los sentidos, porque podía compartir con Zoé su profesión, las horas laborales y el cansancio. Sobre todo, se alegraba de ver que su amante tuviera mejor semblante, había aumentado un poco de peso, aunque le quedaba claro que Zoé nunca subiría más de lo que ya lo había hecho.

― ¡Con que eres tú! ― la voz de Cristóbal que se escuchó en la oscuridad dejándolas heladas.

Buscaron con desesperación en todas direcciones, aun no podían verlo, pues en el jardín había varios arbustos y probablemente él se escondía en uno de ellos.

― ¡Sal de donde quieras que estés y deja de esconderte! ― exigió Pía tratando de ocultar su miedo.

―Me has cambiado por una maldita asesina lesbiana expresidiaria ― expreso saliendo de entre las sombras y dándole la cara.

― ¿Cómo entraste? Voy a llamar a la policía, tienes prohibido acercarte a mí.

―Ja, ¿tú crees que eso me importa? Esa orden de alejamiento me la paso por el arco del triunfo.

―Vete o llamare a la policía ― repitió Pía.

―Maldita perra, no vas a llamar a nadie.

Todo sucedió muy rápido, pero Zoé pudo ver en la oscuridad el odio que Cristóbal sentía por ellas, si estaba allí era porque quería hacer daño, todo él emanaba aborrecimiento y rechazo, sobre todo a ella, pero su sed de venganza y de destruir era dirigida totalmente a Pía. Por eso Zoé no perdio de vista ninguno de los movimientos de Cristóbal, sabía que se encontraba ahí para destruir, porque ella había experimentado ese odio y aunque ahora ya no lo sentía, lo podía ver y oler.

Cristóbal saco un arma y a punto a quemarropa a Pía, Zoé no dudo ni un segundo en interponerse, no permitiría que una persona querida para ella muriera. Dos detonaciones ensordecieron a Pía, Zoé se desplomo a sus pies y Cristóbal comenzó a huir al ver lo que había hecho.

Pía temblando se acercó a Zoé y la tomo entre sus brazos, saco el celular del bolso, llorosa y sin dejar de temblar marco el número de emergencias. Zoé la miraba y llevo una de sus manos a su rostro, estaba segura de que esta vez moriría, sabía que la felicidad no era para ella, pero se alegraba de haber probado un poco con ella a su lado.

―Ya viene la ambulancia, no cierres los ojos ― le pidió mientras trataba de detener la sangre que escapaba del vientre de Zoé, que cada vez se ponía más pálida y su respiración se volvía lenta ―. Quédate conmigo.

La mano de Zoé cayo, ya no pudo seguir en alto tocando el rostro de Pía y esta no pudo evitar que algo dentro de su pecho y de su alma se desgarrara, así como un quejido desgarrador se escapó de su garganta.
―No me dejes, si lo haces quien va a defenderme.

Pía miraba a todos lados y no había nada ni nadie quien pudiera ayudar, cada segundo que pasaba la desesperaba, Zoé continuaba perdiendo sangre y sus ojos cada vez más luchaban para mantenerse abiertos.

A pesar de la agonía, Zoé agradecio tener la compañía de Pía a su lado, al menos no moriría sola como un perro. De pronto y mientras la luz se volvía oscuridad, miro toda su vida pasar en un instante y de pronto, la recordó, rememoro a aquella niña de ojos color miel que una vez le gustara en la secundaria. Esa sonrisa, esa mirada llena de luz eran inigualables, solo había una persona sobre la tierra que poseía tales cualidades y estaba nuevamente a su lado, pero era demasiado tarde para hacérselo saber, para decirle que se acordaba de todo, que se acordaba de ella, esa esa linda y amable adolescente de la cual se enamoró por primera vez.

Zoé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora