Viejas costumbres

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-A ver... déjame ver si entendí. ¿Quieres organizar una operación militar para encontrar y capturar a este nuevo grupo de neonazis? -cuestionó un hombre del otro lado de la llamada.

-Sí, algo más o menos así. Escucha John, entiendo que esto puede parecer muy apresurado y hasta algo exagerado pero créeme, esta gente es más peligrosa de lo que aparenta. -respondió Diane.

El hombre con el que estaba hablando era John Horowitz, que recientemente había ganado las elecciones para gobernador de California. John era el mismo fiscal que años antes había participado en el juicio contra Jason Ferguson.

-Lo sé Diane, yo mismo conozco bien a estas personas. Pero lo que no estoy de acuerdo es que mandemos a un convoy de la milicia para resolver este problema, eso no haría quedar bien ni a tu gobierno ni al mío. La policía y las fuerzas locales ya se están encargando de encontrarlos y hacerlos pagar por sus crímenes.

Un poco frustrada, Diane apretó los dientes y gruñó ligeramente.

-No será tan sencillo John. Nadie pudo detener a Thomas ni a sus secuaces hasta que yo ordené el ataque con el helicóptero. ¿Lo recuerdas? No creo que con estas personas sea muy diferente.

-Entiendo eso, pero vuelvo y repito; no quiero más militares en California. Los detectives y los policías son perfectamente capaces de resolverlo por sí mismos.

-John por favor... ¿No podrías al menos reconsiderarlo? ¿Por un momento?

-Claro que no Diane. Tú eres la presidenta, pero no eres la líder de este estado, porque ese soy yo. Con todo respeto, si eso era lo único por lo que me llamaste, me decepciona mucho.

Entonces John colgó la llamada.

-¡Mierda! -exclamó Diane mientras dejaba caer el teléfono sobre su escritorio.

El Secretario de la Defensa, un hombre mayor uniformado que estaba sentado en uno de los sofás de la oficina oval, se puso de pie y caminó hacia donde estaba su presidente.

-¿Qué fue lo que dijo? -preguntó el secretario.

-No literalmente, me dijo que los policías de California ya lo tienen controlado y que yo no lo esté molestando. No quiere nuestra ayuda.

-Bueno; no es por nada Señorita Presidenta pero ya lo veía venir. -comentó el Secretario.

-¿Ya lo veías venir? ¿A qué te refieres?

-Me refiero a que... No es tan fácil ordenar un ataque militar así como así. Usted es la Presidenta de este país, lo que implica que usted es la máxima regente de nuestras fuerzas armadas; pero eso no le da la capacidad de usar al ejército para cualquier cosa que usted quiera, menos si el propio gobernador de California no está de acuerdo. Las únicas situaciones en las que usted podría tener la autoridad de hacer eso, serían solo si Estados Unidos, la OTAN o alguno de nuestros aliados entre en estado de guerra; o si este grupo en cuestión es designado como "terrorista". Pero para eso tendría que...

-Para eso tendría que convencer a la mayoría del Congreso, sí ya lo sé. -interrumpió Diane.

-¿Y entonces?

-¿Y entonces qué?

-¿Va a proponer marcarlos como terroristas? -preguntó el secretario.

Diane no pudo responder esa pregunta, pues se dio cuenta por un segundo que no lo había pensado bien.

-Yo ah... Creo que... Creo que mejor no. -respondió Diane.

-¿No? ¿Entonces qué procede? -cuestionó el secretario.

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