Prólogo

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La historia cuenta que hace mucho tiempo, la humanidad sufría tiempos difíciles,  los ríos guardaban silencio negándose a fluir y la tierra dormía dejando los campos desolados bajo el implacable sol, dando paso al miedo y la angustia que se extendía y acrecentaba con cada amanecer.

En medio de la noche, como última esperanza, los sobrevivientes se arrodillaron bajo las eternas guardianas del firmamento y suplicaron a las estrellas por un milagro.

Entonces, en mitad de la abrumadora oscuridad, la primera constelación comenzó a dibujarse en el cielo. Su fulgor era tan intenso que la noche se transformó en día.

Así, la primera deidad descendió de los cielos y se presentó ante la gente. Con su llegada, inició una nueva era de enseñanzas y prosperidad, sellando un pacto eterno con la humanidad.

Aquella deidad compartió con ellos los secretos esenciales para vivir: el arte de cultivar la tierra, las habilidades necesarias para cazar para proveerse de sustento,  el conocimiento de las estrellas como guía en la inmensidad de la noche. Con estas enseñanzas, la humanidad no solo sobrevivió, sino que también prosperó, recuperando la esperanza perdida.

Sin embargo, la deidad al darse cuenta de que su presencia ya no era necesaria, decidió regresar al firmamento. Antes de partir, entregó un mensaje a los sabios, un legado destinado a las generaciones futuras:

“Cuando los tiempos difíciles regresen y la oscuridad amenace con nublar su camino, no olviden alzar sus esperanzas a los cielos. Allí, entre las estrellas, encontrarán la guía y el refugio que necesitan para levantarse nuevamente.”

。・:*˚:✧。

—Desde entonces, los sabios son los encargados de llamar a las deidades cuando se presenta un problema, por eso existen las familias, es nuestra forma de mostrar gratitud —explicó Nana, con una dulce sonrisa que acentuaba las arrugas marcadas por el paso de los años. 

Bahir alzó la mirada hacia su instructora, sus ojos brillando con curiosidad. Sus dedos se enredaban en los pliegues de su falda mientras buscaba las palabras adecuadas para expresar sus dudas.

—Entonces... Los Doce, ¿están aquí porque se preocupan por la gente de la isla?

La mayor detuvo su labor un instante para contemplar a su aprendiz. Sabía que la pequeña, de cabellos castaños, era sumamente curiosa y que lo mejor era responder cada duda con paciencia.

—En efecto y con sus habilidades nos ayudan en nuestro día a día. Por ejemplo, la señorita Phoenix, con la creación de sus medicamentos.

—¿Y nuestro señor? —preguntó Bahir, llevando un dedo índice cerca de sus labios. Siempre lo veía de un lado a otro, pero nunca se había detenido a pensar cuál era su deber.

—Él… —empezó Nana, pero se interrumpió al notar una presencia más en la sala.

—¡Nana! ¡Volví! —exclamó una voz alegre y vibrante desde el pasillo.

Bahir giró rápidamente hacia la dirección de la voz, y Nana dejó escapar un suspiro antes de alzar la vista, le alegraba saber que su señor de encontraba bien.

En la entrada, un ser de aspecto inusual se erguía con majestuosidad. Mitad humano y mitad serpiente, su cabello gris caía en mechones irregulares hasta ser trenzado sobre su hombro derecho y su piel clara estaba en su mayoría decorada con escamas perladas que reflejaban la tenue luz del día. El aire parecía volverse más denso a su alrededor, mientras de su espada sus dos cabezas secundarias, Aruz y Beal, se movían con curiosidad, como si examinaran el entorno.

—Es terrible estar lejos de casa tanto tiempo ¿Me preparas algo de comer? Las comidas en el puerto del continente son realmente malas, nadie puede compararse a tus habilidades culinarias —dijo el recién llegado, con tristeza exagerada mientras hacía un lindo rostro suplicante.

Nana sacudió la cabeza, aunque su sonrisa delataba el afecto que sentía por él. A pesar de su longevidad, para ella seguía siendo un niño por su actitud despreocupada.

—Mi señor, disculpe que no lo recibiera como es debido ,le estaba enseñando a Bahir un poco de historia, enseguida le preparo algo… Pero antes, Bahir, ¿cómo se debe saludar a nuestro señor?

Bahir, levemente se inclinó como le habían enseñado, se reincorporó con nerviosismo. Sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas, y su voz tembló al responder.

—¿Eh? ¡Mis disculpas! Bienvenido... ah... ¿Señor Hydrus?

Hydrus soltó una pequeña carcajada mientras observaba a la pequeña frente a él. Por la diferencia de altura, tuvo que inclinarse un poco para mirarla con comodidad.

—No hay necesidad de tanta formalidad, puedes llamarme Hydrus simplemente.

—Hydrus… —repitió Bahir en voz baja, como si probara el peso del nombre en sus labios.

Nana negó con la cabeza, como si esta escena ya hubiera ocurrido demasiadas veces en el pasado.

—Nada de eso, mi señor, simples familiares como nosotras no tenemos el derecho a semejante trato.

Hydrus se encogió de hombros, su sonrisa se volvió un tanto nerviosa. No deseaba recibir otro sermón de Nana.

—Pero... "Joven" en vez de "Señor" está bien, que me digas, señor me hace sentir viejo, y te aseguro que no le llego ni a la mitad de la edad a Horologium.

—Jeje, además usted no da miedo como el señor Horologium —comentó Bahir, tratando de contener la risa.

—¡Bahir! —exclamó Nana, frunciendo el ceño— No debes hablar mal de ninguno de los doce, ahora ve a repasar las reglas del templo, debo atender a nuestro señor.

—Está bien... con su permiso, joven Hydrus, me retiro —dijo Bahir, haciendo una torpe reverencia antes de salir corriendo por el pasillo que bordeaba el lago donde se encontraba el templo.

Hydrus siguió con la mirada a la pequeña hasta que desapareció de su vista. Sabía lo distinta que era la percepción del tiempo para los humanos, pero no podía evitar sentir que este transcurría demasiado rápido incluso para él.

—Y pensar que parece que fue ayer cuando le di su nombre —comentó Hydrus, cruzando la mirada con su cabeza secundaria izquierda, Beal. Aunque no hablaran directamente, parecían compartir un pensamiento.

Nana dejó escapar un suspiro, sin borrar la sonrisa de su rostro. También sentía que todo había ocurrido demasiado rápido, pero sabía que lo más importante ahora era cumplir con lo que su señor necesitaba.

—Y a usted le falta aprender a avisar cuando viene, mi señor, de haberlo sabido con antelación, le habría preparado su platillo favorito, ahora, por favor, sígame a la cocina.

Lie Of The GodsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora