III

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55. Cínicos e hipócritas. Nadie cree en la doctrina externa de una secta. Demostrar su falsedad, por lo tanto, es superfluo. El adepto ya sabe que es falsa. La diferencia entre los adeptos del grupo directivo y los restantes, es que estos creen en la doctrina interna, aquellos no. El adepto de relleno es un hipócrita, el adepto directivo es un cínico. Su cinismo consiste en que el adepto de rango superior desprecia por completo a la secta y a sus adeptos, pero desprecia todavía mucho más a los no-adeptos. Yo le llamo a esto la visión del mundo como un apocalipsis zombi. No importan qué tan malo sea el grupo ni todos los problemas que haya entre los sobrevivientes: a nadie se le cruza por la cabeza que estaría mejor siendo zombi. Esta es la verdadera razón por la que el adepto de rango superior no abandona el grupo. Sexo, poder o dinero, son en realidad consecuencias de su corrupción moral, no su interés primario. Ahora bien; este mismo perfil psicológico de cinismo y la visión del mundo como un apocalipsis zombi, propio del grupo directivo, lo encontramos también en otro espécimen típico: el ex adepto. El ex adepto ha escapado del control material del grupo directivo, por no de su visión del mundo. Vemos esto, por ejemplo, en los fundamentalistas ateos; quienes son mayormente ex fundamentalistas evangélicos. Su idea de lo que es un "ateo" no procede de ninguna experiencia real conversando con personas que no creen en la existencia de Dios, sino de los años que pasaron leyendo o escribiendo ellos mismos propaganda anti-atea. Se "convierten", entonces, en la caricatura del ateísmo que ellos mismos inventaron. Y uno podría suponer que esto es sólo una fase pasajera: una mayor experiencia en la vida les hará abandonar esa visión distorsionada de la realidad. Y algunas veces, en efecto, este es el caso. Pero el problema es que, por regla general, el ex adepto no adquiere ninguna experiencia real. Conserva de su pasado sectario un desprecio absoluto por los no-adeptos que lo lleva a relacionarse únicamente con otros ex adeptos. De creerse seres de luz viviendo en un mundo de cerdos, han pasado a creerse cerdos luminosos.

56. La paradoja de la tolerancia. Hay un problema de fondo en el liberalismo, cuya expresión más transparente es la "paradoja de la tolerancia" de Popper: "Si extendemos la tolerancia ilimitada incluso a aquellos que son intolerantes, si no estamos preparados para defender una sociedad tolerante contra los embates de los intolerantes, entonces los tolerantes serán destruidos y con ellos la tolerancia. Por lo tanto, debemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes" – Karl Popper, "La sociedad abierta y sus enemigos". El subrayado es mío – Las instituciones de la "sociedad abierta", basada en el respeto a los derechos y las libertades del individuo, son vistas como un lujo bello, pero prescindible; algo a lo que se puede y se debe renunciar en caso de necesidad. Al liberal no le agradan las instituciones ni los métodos del totalitarismo, pero está totalmente convencido de su eficiencia superior. El amante de la libertad y la tolerancia, por lo tanto, debe estar "preparado para defenderla" con métodos totalitarios, porque sólo estos métodos son considerados eficientes. Las aplicaciones prácticas de esta filosofía podemos verla en la política de las democracias de Occidente en los últimos 80 años, que llevaron finalmente a su ruina.

57. Decir que las dictaduras son antipáticas es como decir que el agua moja: Todo el mundo lo sabe y nadie lo discute. Lo que se debe atacar es la creencia errónea, ampliamente extendida, de que son eficientes.

1) Un régimen despótico no tiene los mismos fines que una democracia. Comparar una dictadura a una democracia es como comparar un martillo a un destornillador: El debate acerca de qué es más eficiente sólo tiene sentido cuando se comparan dos medios que tienen un mismo fin.

2) Un régimen despótico, por su misma naturaleza, es incapaz de admitir un error y de discutir cuales fueron las causas del error. El fracaso de su medida se explica entonces por el sabotaje, la corrupción o la escasez de recursos. Por lo tanto, lo que hace falta es destinar muchos más recursos todavía a una medida que ya ha demostrado su inutilidad. El resultado final normal, salvo raras excepciones, es que las medidas de la dictadura para combatir un problema cualquiera X terminen causando mucho más daño que el problema que buscaban combatir en primer lugar.

La filosofía relajadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora