1. La lluvia solo es un problema si no te quieres mojar.

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Misaki encontró un largo y fino pelo blanco encima de la almohada. Lo agarró con detención, mientras procuraba no partirlo. Era como un hilo de cocer, en realidad, Misaki por un segundo creyó que se trataba de una hilacha de ropa de cama, pero pronto desechó la idea al percatarse de la textura rígida y el brillo del mismo.

Akihiko ladeó la cabeza, para continuar sumido en el placer de un sueño extenso sin interrupciones. Le enseñó la nuca a Misaki, quien cayó en cuenta de que ese no era un simple cabello blanco, sino que se trataba de una de las tantas canas que le comenzaban a crecer en la cabeza de Akihiko.

Se mordió el labio y hundió los dedos en el pelo de Usami, quien emitió un gruñido molesto por haber sido despertado. El cabello de su pareja era gris de nacimiento, por lo que distinguir las canas era una tarea compleja, pero pronto descubrió varias de ellas cerca de la coronilla.

—¿Qué... ha... crees que... haces? —preguntó con voz ronca Usami. Misaki se sobresaltó al sentir como el hombre lo tomaba con fuerza y lo dejaba contra el colchón con el gesto sombrío—¿Acaso este fue tu intento de atacarme? Bastante penoso, a decir verdad.

—No... no es eso, Usagi-san—dijo Misaki, que pronto fue interrumpido por un beso húmedo. Uno de esos besos que lograba que las piernas le temblaran y que siempre le costaba finalizar—Ah... Usagi-san, no ahora... es muy temprano.

Akihiko hizo caso omiso y comenzó a repartir besos. Uno tras otro. Misaki por la costumbre y el tiempo, ya no pataleaba, pero siempre intentaba reducir ese tipo de jugueteos que siempre se alargaban demasiado. Se preguntaba, como rutina, el motivo del porqué Akihiko le gustaba demorarse cuando lo sostenía entre los brazos.

Por lo mismo agradeció a que la gata, Aki, subiera a la cama y se restregara entre ambos. Era la acción matutina que ejecutaba motivada por el hambre y la desesperación de no haber sido mimada durante toda la noche. Usami miró a la felina con rabia, antes de que la hermosa Aki se recostara sobre el pecho de Misaki, como si se burlara del otro hombre.

Sin decir nada más— porque no era necesario— Misaki se levantó y llevó a Aki al comedero para darle su desayuno. Akihiko chasqueó la lengua, pero a los pocos minutos, Misaki escuchó el sonido del calefón encendido.

Abrió las ventanas, para dejar que el aire encerrado de la noche fuera renovado; en pijama, con las manos limpias y un delantal puesto, comenzó a preparar el desayuno de ellos, mientras se reproducía en la radio cualquier canción actual.

En el momento en que Akihiko bajó, Misaki le dejó la sencilla tarea de vigilar las ollas por unos minutos y una vez transcurrido el tiempo, las apagara. Dejó el delantal encima de la mesada y corrió a meterse a la ducha.

En menos de diez minutos yacían uno frente al otro. Emanaban el mismo olor del Shampoo que compartían, el que se mezclaba con el desodorante de Misaki, el perfume de Usami y el aroma de la comida recién servida.

Ninguno de los dos prestaba atención a lo que fuera que dijera el hombre en la radio, ya que lo único bueno del programa era la música que colocaban, que terminaba por ser opacada por el tintineante cascabel de Aki y el cotidiano sonido de los platos al ser devorados.

Una tranquilidad que ya llevaba doce años encima.

—Usagi-san...

—¿Qué ocurre?

Misaki dejó el plato de arroz en la mesa—Estás más viejo.

No se refería (solo) a las marcas de edad que se formaban, de las cuales Akihiko comenzó a tomar en cuenta hace un par de meses, cuando notó que tras una larga noche en vela, poco a poco iba perdiendo esa capacidad regenerativa de la jovialidad. Cada vez se demoraba más en que las ojeras se esfumaran; si no que Misaki se refería a otra cosa: el ambiente en torno al hombre era distinto. Más maduro, o quizás más refinado.

Déjame recorrer esta vida contigo (Junjou Romantica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora