Prólogo

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ADVERTENCIAS:

Primer, les agradezco por el interés en Una corona de huesos, y espero que disfruten su lectura.

Vengo a dejarles un conjunto de advertencias que puede que muchos de ustedes ignoren, pero de igual modo, yo tengo que decirles. Este libro contiene violencia física y verbal, suicidio, amenazas de suicidio, secuestro, abuso mental (no habrá abuso sexual), gaslighting, muerte, tortura, machismo, pensamientos radicales y demás; leer bajo su propia precaución. Aclaro que las posturas de mis personajes no representan las mías y no me adjudico como propia su forma de pensar ni considero correctas, positivas, o sanas sus formas de actuar y relacionarse.

También aclarar que en esta historia me enfocaré en la mafia italiana, para lo cual realicé una investigación, pero puede que en muchos aspectos no sea muy precisa o me tome varias libertades creativas, por lo cual, si se consideran expertos y les molesta la falta de exactitud, les recomiendo no leer este libro.


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Si amas a alguien déjalo libre. Si regresa es tuyo, si no, nunca lo fue.

Las cosas pudieron haber sido distintas si no existieran tantas roturas en su interior. Las cosas pudieron ser distintas si no hubiera sido destrozada más allá de lo imaginable un centenar de veces.

Algunos podrían ser felices en una prisión si esta era de oro y marfil, como la suya, pero ella, que había abrazado su libertad con tanta intensidad desde mucho tiempo antes, jamás podría vivir de esa forma.

Su mano temblorosa se aferró con toda la fuerza que su cuerpo pudo reunir al instrumento en su mano, prefería llamarle instrumento, quizá porque mentirse a sí misma era la única forma de mantener su alma intacta un tiempo más.

Su triste sueño de la infancia había sido la libertad, y cada lazo que la ataba ya fuera con objetos, lugares o incluso personas, había sido destrozado sin piedad por su mano: un hilo estirándose hasta romperse, una y otra vez, porque no estar unida a nada era la única forma de ser libre.

Ella sollozó. Después de una vida sin ningún apego, tan cerca de lograrlo, tan cerca de poder morir sin haber sido prisionera, había sido capturada en un millón de formas distintas, y, como tantas veces antes, se vio obligada a decidir si nuevamente lo sacrificaría todo. ¿Cuál era el precio que pagaría por su libertad?

El precio era más que evidente.

Colocó el cañón contra su cabeza, sintió el roce del instrumento contra su largo cabello castaño, su dedo tentativamente en el gatillo. Él avanzó lentamente, a sabiendas de que no tenía el seguro puesto y que la más mínima presión liberaría una bala justo hacia su cabeza, para atravesar con brutalidad cada parte de su cerebro que se atravesara en su camino.

—Aryana...

—Ese ni siquiera es mi nombre —espetó ella, apartando el arma de su cabeza un instante solo para devolverla al percatarse—. Solo es el nombre que tú decidiste darme, el nombre que consideraste digno de una reina.

—El nombre que consideré digno de ti, porque no hay casi nada digno de ti —respondió él, con dureza.

—Pues concédeme esto, al menos mientras esta cosa apunté a mi cabeza, di mi nombre real.

—Sofía —cedió él, a regañadientes, y ella sollozó. Un nombre tan simple, que él no había podido concebir que ella lo tuviera, cuando, a sus ojos, merecía la mismísima divinidad.

—Al menos me he librado ahora de una de las tantas jaulas en las que me metiste.

—Yo no...

—Tú no me amas —dijo ella, con ligereza y una escalofriante diversión en su voz.

—Claro que te amo —respondió él.

—¡Deja de fingir! Deja de fingir... —suplicó Sofía.

—Por favor, baja el arma y hablemos.

—¿Hablar? En el momento en el que el arma deje de ser un peligro para mí, me encerrarás en una habitación acolchada, donde ni siquiera la muerte pueda alcanzarme, porque nadie puede tenerme excepto tú, ¿verdad?

—Y lo sabías —gruñó él, exasperado—. En el momento en el que tomaste ese maldito anillo sabías que después de aceptarlo no permitiría que nadie volviera a mirarte siquiera, porque nadie toca lo que es mío.

—Bien. Si estás tan jodidamente seguro de que me amas, entonces mírame a los ojos y dímelo.

—Si esto es un truco de algún tipo, entonces debes saber que no importa cuánto te ame, la única forma de que me dejes es estando muerta, e incluso eso me negaré a permitirlo. Eres mía, eres completa y malditamente mía. Te di un hogar, un nombre y hasta un trono...

—Me quitaste un hogar para darme uno nuevo, me arrebataste mi nombre para que pudieras darme uno a tu gusto, y me quitaste el corazón para hacerme tu jodida reina.

—Pero te di un imperio, al final. Te amé, y todavía te amo. Y no soy yo quien tiene el arma en la mano y amenaza al otro.

—Ni siquiera te estoy apuntando, no te estoy amenazando —espetó, sin amedrentarse.

—No, te apuntas a ti misma, y, para mí, eso es muchísimo peor.

—Mírame a los ojos, una vez más. Mírame a los ojos, y júrame, por los mismos códigos que mantienen tu maldita mafia en pie, que me amas.

—¿Qué más vas a pedirme? ¿Quieres que me arrodille?

—¡Te pido que me hagas creer que me amas antes de que yo apriete el gatillo! —rugió ella, alterada.

Él levantó ambas manos en señal de rendición, y, aunque ella no lo pidió, él se colocó a sus pies, sus miradas conectándose, formando un lazo único entre los nebulosos ojos de Sofía y los tormentosos de él. Ella tembló un poco más, y tuvo que apartar lentamente el dedo del gatillo, temiendo disparar por accidente.

—Sofía D'Angelo, ti amo.

Entonces, ella supo que no podía aplazarlo más, era el momento, así que alzó la mano con la que la sostenía, apuntó y disparó, el seco sonido del cuerpo cayendo desgarró algo en su interior, eran quizá su corazón y alma sangrantes los que pensaron por ella cuando decidió llamar aquel objeto por lo que en realidad era: un arma.

Ella se desplomó en el suelo y se arrastró hacia él, las lágrimas corriendo libremente por sus mejillas.

Oh, tan jodido era estar enamorado.

Sofía sollozó mientras colocaba su cabeza sobre su regazo, ignorando la herida sangrante en el pecho de él, justo en el lugar de su corazón, y observó sus ojos mientras acariciaba su cabello, castigándose sin parpadear o apartar la mirada hasta que todo rastro de brillo se desvaneció en su mirada y su vista permaneció perdida en algún punto desconocido de la habitación.

—Adiós, amore. Te prometo que haré crecer tu imperio, subito dopo averlo raso al suolo.

Una corona de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora