Capítulo 20

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Habían pasado dos años desde la tragedia en la casa de Dante, donde Laura y Celia perdieron la vida. Desde entonces, Hugo y Alexander abandonaron la fuerza policial, decididos a buscar justicia a su manera. Su búsqueda los llevó a infiltrarse en una mafia rival de los Matou, convencidos de que era la clave para desmantelar la red de corrupción liderada por Claudia.

Una mañana, en la azotea de los Fraiser, Hugo reflexionaba sobre el rumbo que había tomado su vida mientras disfrutaba de su café. Su paz fue interrumpida por Javier, su antiguo compañero, que había llegado con dudas en la mirada.

—¿Hugo, estás seguro de que esto es lo correcto? —preguntó Javier, acercándose con cautela.

Hugo lo miró fijamente, midiendo sus palabras. —No es cuestión de si es correcto, Javi. Es lo que debemos hacer, aunque nos cueste caro.

Javier soltó una risa nerviosa, ajustando sus gafas de sol y alisando su barba desaliñada. —Dudo que me reconozcan con este look. Además, he aprendido a mantenerme invisible.

Hugo frunció el ceño, no del todo convencido. —Pero tú conoces a esos tipos. Compartiste celda con ellos, ¿crees que no recordarán?

Javier se encogió de hombros, esbozando una sonrisa cínica. —En prisión, todos guardan secretos, Hugo. Eso me da una ventaja. Confía en mí.

Hugo suspiró, resignado. —Nunca cambiarás, Javi.

Mientras tanto, en un sótano oscuro, Virus y Alexander examinaban la información recopilada sobre los movimientos de Claudia y sus secuaces. A pesar de sus esfuerzos, seguían sin encontrar pistas sobre el paradero de John y Dalia, desaparecidos desde aquella fatídica noche.

—¿Alguna novedad? —preguntó Javier, uniéndose a ellos.

Virus lanzó un suspiro de frustración. —Solo fragmentos de lo que pasó ese día. Nada concreto.

Alexander, perdido en un viejo diario que había rescatado de la casa de Dante, murmuró con desespero. —Debe haber algo, alguna pista que podamos usar contra ella.

En la mansión de los Matou, Claudia revisaba unos informes, absorta en su mundo de poder, cuando un hombre corpulento entró en la sala acompañado por un joven. Era John, el hijo de una de las mujeres asesinadas en la casa de Dante.

—Señora, como ordenó, le traigo a John —anunció el hombre, su voz resonando como un trueno en la habitación.

Claudia levantó la vista, una sonrisa gélida cruzando su rostro. —Perfecto. Ahora, déjanos solos —ordenó con un gesto imperioso.

El hombre asintió y se retiró, dejando a John frente a ella, tenso y visiblemente asustado. Claudia se deleitaba en el miedo que veía en los ojos del joven y, con paso lento, se acercó a él.

—¿Qué te preocupa, pequeño? —preguntó Claudia con una dulzura fingida, aunque su mirada irradiaba peligro.

John, incapaz de sostener su mirada, murmuró débilmente: —N-nada…

Claudia sonrió, divertidamente cruel. Levantó el rostro de John con un dedo bajo su barbilla, forzándolo a mirarla a los ojos. —Siéntate. Tenemos mucho de qué hablar.

John se sentó, observando con recelo mientras Claudia servía dos copas de whisky. Cuando ella le ofreció una, él la rechazó, su voz temblando de emoción.

—Quiero ver a Dalia —exigió John de repente, rompiendo el silencio pesado.

La mención de Dalia provocó una chispa en los ojos de Claudia, que sonrió con malicia. —¿Cómo prefieres verla? ¿Despedazada? ¿O tal vez ya muerta? —dijo, disfrutando de la reacción que sus palabras provocaron.

La ira inflamó a John, quien se levantó de golpe, apoyando las manos en la mesa en un intento por intimidarla. —No dejaré que le hagas daño.

Claudia soltó una carcajada burlona. —¿Matarme? No tienes el valor, igual que tu patético padre, Javier —replicó, su tono impregnado de desprecio.

Las palabras de Claudia hicieron que John se congelara, la revelación paralizandole. Antes de que pudiera reaccionar, Claudia se acercó a él y lo besó abruptamente, rodeando su cuello con sus brazos.

—Tu querida Dalia estará a salvo... si me eres fiel, cachorro —susurró con voz venenosa, separándose lentamente.

Aturdido y humillado, John fue escoltado fuera de la sala por el hombre corpulento. Claudia observó su partida, saboreando la sensación de control absoluto sobre el joven, segura de que su plan para mantenerlo bajo su dominio se estaba cumpliendo a la perfección.

Viviendo de la Excepción Más Alla de la VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora