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—¿Qué esperas, Hiccup? 

Teniendo tan solo nueve, ella podía decir ya que llevaba años de experiencia en aquel deporte. 

Dando un salto alcanzó la rama y terminó de elevarse por completo con ambos brazos; Alice mira hacia abajo, apoyando manos y pies en el mismo lugar como un gato, poco temerosa a la altura. 

Sonríe con osadía, orgullosa y divertida de la expresión de admiración de Hiccup. 

—Wow... —suelta él. 

Hiccup asiente determinado, mirando desafiante al tronco. Se remanga la tela delgada y pasa el dedo bajo la nariz con determinación. 

Esta vez, esta vez iba a poder. 

Alice ríe desde la cima un par de veces, da ánimos desde las ramas después de eso, y recita consejos antes bajar hasta la rama más baja que hay. 

Ha recorrido todo ese tramo varias veces, pero Hiccup aún no logra subir. Hiccup se queja en voz baja, arrugando las cejas. 

Ella se deja caer de espaldas y cuelga de los pies. 

—¡Vamos! 

Tendiéndole ambas manos, sonríe con todos los cabellos bailando con la brisa, de un costado al otro. Hiccup se sonrosa al querer estornudar y no poder; da un salto hacia atrás, el cabello de Alice le ha dado cosquillas en la nariz. 

—Okey... —murmura, en su blanda y tierna voz, con la expresión más seria del mundo. 

Hiccup recuerda poco y mucho, algo y nada, de aquella niña siempre más alta, más atrevida, más vivaz

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Hiccup recuerda poco y mucho, algo y nada, de aquella niña siempre más alta, más atrevida, más vivaz. 

La imprecisión de los bordes de su rostro lo atormentaban a veces, cuando la claridad del revoloteo de su cabello —apagado, casi triste, todo lo contrario a su mismo ser— lo arrullaba en un sentimiento cálido e infantil. 

E infantil de infancia, de pureza y candidez, cuando en buenos no existe mal alguno que cruce sus pensamientos, y se es posible ser feliz con no más que una piedra o una hoja, con el viento silencioso o un escándalo como compañía. 

Todo recuerdo, aunque tenue, que tuviera de esa persona, borrosa, en lo profundo del estanque de sus pensamientos, gritaba cánticos dulces mientras escribía prosas y delineaba surcos que simbolizaban una sola cosa.  

"Vivo". 

Que estaba con vida, que se movía, que estaba allí, viviendo una vida y reviviendo sin darse cuenta las de muchos otros. 

Y no podía imaginarse el diluvio que podría provocar si no solo la viera en breves ocasiones, corriendo muy a lo lejos, sin darle oportunidad de parar en su rostro. 

Al menos, así era para él, que asemejaba a las chispas de la espada contra fuego al colisionar con los burbujeos emocionantes en su interior. 

La espada, verdad, la espada. 

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⏰ Última actualización: Sep 09, 2023 ⏰

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