Capitulo 1. Así comienza

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Mi gato, Dalí, interrumpe en mi habitación cuando intento escribir en mi diario

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Mi gato, Dalí, interrumpe en mi habitación cuando intento escribir en mi diario. Con un salto ágil y elegante, se aposentó entre mis piernas, ocupando su lugar de derecho sobre las páginas del cuaderno. Ajeno a la solemnidad de mi habitación, parecía obstinado en obtener mis caricias y en sentir el suave contacto de mis dedos en su cuello. No obstante, me resultaba imposible resistirme a sus encantos. Dalí, un siamés de singular hermosura, desplegaba su carácter desafiante y soberbio con cada gesto.

Curiosamente, Dalí manifestaba una inclinación pronunciada por mi recámara, en contraposición a la de mi hermano Samuel, quien le prohibía enérgicamente subirse a la cama o tomar un reposo en aquel espacio sagrado. Cuando Samuel lo sorprendía en pleno acto transgresor, lanzaba un vendaval de reproches y amonestaciones, pero Dalí respondía con una mirada enigmática, desafiante y orgullosa. Por mi parte, me veía incapaz de mostrar tanta severidad.

Optaba por esperar pacientemente a que despertara de su letargo, y entonces, con voz suave y persuasiva, lo conducía hacia su propio rincón, estratégicamente ubicado junto a las escaleras que conducían a la planta baja. Sin embargo, parecía incapaz de comprender o, quizás, prefería no hacerlo. Al regresar del colegio, al despojarme del uniforme escolar, allí lo hallaba, en medio de un profundo sueño, enroscado sobre sí mismo como una esfera diminuta. En ocasiones, la tentación de yacer a su lado y sumergirme en un sueño compartido resultaba irresistible. Y así, juntos nos perdíamos en los abismos de la ensoñación, hasta que la voz ineludible de mi abuela irrumpía en nuestra dimensión onírica, reclamándome para el almuerzo o para alguna tarea pendiente.

Sin embargo, en este preciso instante, mientras me esfuerzo por plasmar palabras de trascendencia en el papel, Dalí se estira perezosamente sobre mis piernas y entona un ronroneo embriagador, como si pretendiera ejercer un chantaje emocional. Con delicadeza, lo aparto a un costado, aunque sus ojos me juzgan con intensidad, insinuando que mi diario no merece más atención que la caricia a su pelaje sedoso.

Pero deseo escribir, de hecho, necesito hacerlo. Lo hago todos los días desde hace mucho tiempo. Antes plasmaba mis palabras en cualquier soporte disponible: hojas sueltas, servilletas; la mayoría de ellas terminaba en la caneca de la basura. Sin embargo, decidí imponer un poco de orden y adquirí un modesto cuaderno en el cual comencé a anotar mis pensamientos y emociones. A veces, añado recortes que capturan mi atención. Tacho, sobrescribo, y a veces avanzo de atrás hacia adelante, sin seguir un orden específico, tal como no existe orden alguno en el tumulto de mi alma.
No se trata de un diario al estilo de aquellos que suelen llevar los niños, donde registran las amistades que les agradan o detallan sus actividades diarias. Más bien, este cuaderno es un compendio de escritos, pensamientos, frases ligeras que emergen de mi mente, en ocasiones incluso pequeños poemas. Pero lo que domina aquel jardín de suculentas formas escritas, son los párrafos absolutamente sinceros que expresan mi sentir personal.

Más allá de mi fervor por la escritura, comencé a plasmar mis sentimientos en él desde hace varios meses, cuando descubrí en internet una técnica terapéutica llamada "Psicoescritura". Esta técnica consiste en escribir libremente acerca de nuestras emociones, pensamientos y percepciones del mundo, sin bloqueos ni condiciones, sin tabúes. Según la teoría, es una herramienta de autodescubrimiento y exposición que mejora nuestra forma de vivir. Por supuesto, se recomienda realizarla bajo la guía de un experto, pero dado que no me sentí preparado para desnudar mi alma frente a alguien más, preferí intentarlo por mi cuenta, actuando de manera independiente, al igual que mi gato.

Sobre el cielo y bajo el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora