capitulo 3

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Alfonso Herrera se acercó furtivamente a unos pasos del Hotel Atlantis, que se veía más desierto de lo usual, y ya era mucho decir. La excavación del sitio en construcción del Dr. Salazar se había demorado más de lo que él había esperado, el vuelo hacia la isla había sido intranquilo y, la verdad sea dicha, de todos modos no tenía muchas ganas de estar aquí.

Había venido porque su mejor amigo le había pedido que lo acompañara durante una semana de placer. John tendía a preocuparse por él como un hermano mayor, cuando de hecho John era dos años más joven que sus propios cuarenta y dos.

Tal vez su mejor amigo tenía razón, decidió Alfonso con el ceño fruncido. Tal vez el mejor modo de conseguir sacarse a aquella pequeña y maldita bruja mojigata de su mente era trabajar en ello.

Preferentemente con algunos empujes profundos y violentos dentro de alguna mujer caliente. Quizá debido a lo peligroso de sus pensamientos, se sentía caliente; ahora mismo estaba necesitado de una mujercita sumisa. Todas esas cosas que la espinosa doctora no era.

Frunció el ceño cuando empujó distraídamente y abrió las puertas de la choza cubierta de una pesada paja, que le habían costado a John un dineral y fueron hechas para parecerse a esa pared impenetrable que separaba a los naturales de la Isla del Cráneo de su dios King Kong

Adentro estaba el paraíso.

Voluptuosas mujeres desnudas andaban por los alrededores, no en vano el Morning Resort era un oasis en la selva, pero también habían musculosos hombres jóvenes que situaban mesas cubiertas con paja e importaban árboles de la selva por todas partes, preparándose para impactar a los ricos invitados que comenzarían a llegar en unas horas.

Alfonso gruñó. Que irónico que hombres que pelaban sus culos para ser tan ricos como pudieran y no tener que vivir como primitivos, ahora pagaran decenas de miles de dólares para pasar unos días viviendo como tales.

Solo que con estilo, por supuesto. Y con muchas mujeres desnudas, complacientes, pensó con una media sonrisa.

Él se preguntó lo que la pequeña bruja mojigata pensaría si estuviera aquí.

Ella menearía su nariz ante el Resort y ante él, pensó con el ceño fruncido. Las de su tipo siempre lo hacían.

Su sonrisa se debilitó. En primer lugar, hasta el momento no había logrado entender lo que le había atraído hacia la sabihonda rubia. Ella hablaba con grandes oraciones, usaba palabras pomposas, y pensaba que los hombres como él, que no tenían una educación formal, estaban por debajo de ella. Peor aún, su ropa era simple y apagada, su pelo siempre estaba recogido en un rodete tan apretado que a veces se encontraba preguntándose si sus ojos de gato no escondían un bicho en su cabeza, y nueve de cada diez días ella llevaba puestas las gafas negras más feas y gruesas que había tenido el disgusto de ver alguna vez.

Maldición, quería follarla.

Él la deseaba tanto que incluso esos lentes lo hacían ponerse furiosamente duro.

—¡Alfonso!

La cabeza de Alfonso se movió. Sonrió despacio mientras miraba a John Calder subir la escalera cubierta con paja, dos escalones cada vez, para luego acercarse hasta él.

—¿Cómo estas, compañero?

John sonrió totalmente, mostrando sus perfectos dientes blancos. Él meneó sus cejas.

—Acabo de terminar de acomodar a las nuevas mujeres.

—Ah. —Alfonso meneó la cabeza cuando él le aplastó afectuosamente la espalda—. Entonces eso explica esa sonrisa dentuda.

Suya (Ponny)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora