Capitulo 2

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Anahi cerró los ojos y tomó aire profundamente en un fútil esfuerzo por calmar sus crispados nervios, volviendo luego a fijar la mirada en la pequeña ventanilla del avión de seis plazas.

Se preguntó qué pensaría John Calder cuando la viera, pues no había tenido tiempo de cambiar su apagada ropa de trabajo por otra entre la salida de la universidad y la partida del chárter hacia la isla. De todas formas, John le había advertido que no necesitaría ropa en el Hotel Atlantis, ya que permanecería totalmente desnuda durante los cinco días.

Se mordisqueó el labio inferior, con sus ojos azules dilatados.

¿En qué diablos había estado pensado al aceptar convertirse en una sumisa esclava sexual durante cinco días?

Suspiró, masajeándose distraídamente las sienes, mientras el exuberante y sorprendentemente tropical aspecto de la isla Atlantis surgía lentamente ante la vista. El caso era que realmente quería probar esto, se recordó a sí misma. Al menos una vez.

Además, Anahi se consideraba muy buena jueza de carácter. John Calder podría ser un hombre de negocios avispado que había imaginado una forma envidiable de hacer dinero para sí mismo y para las mujeres que trabajaban en la isla, pero ella tenía una buena sensación acerca de él como persona, y creía de todo corazón que las seguridades que él le había dado no eran sino la verdad

Él y su hermana Sheri cuidarían de ella. Nunca habían permitido hombres en la isla que no hubieran atravesado, y aprobado, intensas investigaciones personales y comprobaciones de fondo.

Por supuesto, Sheri le había asegurado que la mayoría de los clientes de la isla lo eran en forma habitual, y que John y ella los conocían desde hacía cinco años o más. Y todos ellos eran hombres de perfil alto, que se comportarían impecablemente con las mujeres que trabajaban en el Hotel Atlantis antes que hacer algo estúpido y arriesgarse a que una situación potencialmente dañina fuera aireada en público como ropa sucia para que todo el mundo la viera.

En otras palabras, Anahi no tenía nada de qué preocuparse. Los clientes quizá fueran calentones y canallescos, pero nadie se atrevería a lastimarla.

Suspiró.

A medida que la isla se iba viendo cada vez más cerca su ritmo cardíaco se incrementó dramáticamente. Esto era tanto excitante como aterrador, admitió mentalmente.

Dando un breve vistazo alrededor de la diminuta cabina del avión a las otras cuatro pasajeras, se preguntó distraídamente si estarían tan nerviosas como ella. Lo dudaba. Todas ellas tenían el aspecto calmado de las profesionales. Y todas tenían una apariencia perfecta, con sus caras magníficamente maquilladas, los cuerpos firmes y el atractivo físico de las pelirrojas.

Suspiró. Eran tan bellas, demasiado bellas. Ella probablemente tuviera que pagarle a uno de los clientes para poder tener un poco de acción, pensó frunciendo el ceño.

Oh, bien. Era esto o cinco días con los gatos.

Anahi se enderezó en su asiento y decidió concentrarse en la noche que estaba próxima a llegar en vez de en cosas destinadas a destrozarle los nervios. Esta noche no pasaría de ser una suerte de orientación, se recordó a sí misma. Así que realmente no era necesario ponerse tan nerviosa. Los clientes no empezarían a llegar hasta mañana por la tarde.

Entonces, y solo entonces, ella se convertiría en un nudo de puros, crispados y, por otra parte, vulnerables nervios.
* * * * *
Apoyándose contra su caro escritorio de roble, con un vaso de bourbon en mano, John Calder sonreía ante el nerviosismo de Anahi.
—Si no puedes estar desnuda ante mí sin ruborizarte, querida, ¿cómo vas a lidiar con ello mañana, cuando un grupo de hombres ricos y sensuales estén compitiendo por tu atención, ansiosos de follarte? —elevó el pequeño vaso, disponiéndose a beber de él mientras la estudiaba—. No quiero ser grosero, pero no quiero ningún malentendido tampoco. Entiendes para qué estás aquí, ¿no es cierto?

Suya (Ponny)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora