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La atmósfera se respiraba límpida y suave. Era una de esas noches de verano en las que se podían ver cientos de miles de titilantes estrellas en la inmensidad. La ausencia de luna y de cualquier otra fuente de luz potenciaba el encanto, como si el mundo fuera la nada misma y el cielo se derramara, brillante cual escarcha, sobre la tierra desprotegida y abierta.

Saitama era un tipo tranquilo... Había descubierto que últimamente no le importaba nada, pero que lo relajaba disfrutar de cosas sencillas, como esta magnífica noche estrellada.

Estar en el medio del desierto lo tenía sin cuidado. Francamente podría —reacio a la compañía como era— regresar a casa de un salto si quisiera, pero le pareció bien seguirle la corriente a los demás y de paso recrearse en la hermosa vista nocturna... Así era él. A veces le gustaba estar con gente y a veces no. De todas maneras, dormía como tronco en cualquier lado, no tenía problema si a ellos se les ocurría acampar en una cueva. Su futón en el suelo, un spa o una roca daban lo mismo. Como sea estaba cómodo. Como siempre, todo le daba absolutamente igual.

Pero—... ¿¡Y este es tu gran plan!? —no todos estaban de acuerdo con la idea—... ¿¡De todos los lugares a donde podíamos ir se te ocurrió venir a la mitad de la maldita nada, anciano!? ¿¡Por qué rayos estamos en el medio del desierto!?

Tatsumaki no dejaba de quejarse desde que habían llegado, pero ella sólo estaba exteriorizando el ánimo general del grupo; en realidad, el único que parecía estar a gusto allí era Saitama...

—Si alguno desea marcharse es libre de hacerlo —contestó Silver Fang con firmeza. El anciano era un hombre fuerte y determinado. El único que lograba que la telépata cerrara la boca de vez en cuando. Tatsumaki frunció el ceño, pero ya no dijo nada más. Le guardaba al hombre cierta cantidad de respeto y recibía sus reprimendas —no de buena gana— quién sabría por qué—. La única razón por la que somos héroes es para proteger a las personas. Si la gente ya no nos desea allí entonces no tenemos un propósito, y no tenemos más remedio que hacernos a un lado y dejarlos resolver sus problemas solos ¿No estoy en lo correcto? —El silencio se hizo denso. El hombre cruzó los brazos tras de sí esperando respuesta a su argumento. Su delgada figura se veía muy pequeña en comparación con muchos de los otros héroes que lo rondaban; sus canas grisáceas, no obstante, intimidaban como una clara evidencia de los años que llevaba en servicio.

Tatsumaki apartó la mirada con disgusto. Su cabello se sacudió a la par alborotando sus rizos verdes. Ni siquiera contestaría. Sabía que no debía regresar a casa. Al menos no por ahora.

—Sí, pero ¿por qué en el desierto? ¿No podemos ir a otra parte? Su dojo en las montañas, ¿algún hotel? —contestó Fubuki preocupada. La hermana menor de la esper verde se cruzó de brazos. No era tan remilgada como aparentaban sus vestimentas costosas, pero tampoco le encontraba sentido a la decisión del héroe de clase S. Tatsumaki escuchó las palabras de su hermanita sin decir lo que todos sabían: Si iban a algún lugar con gente las cosas podrían empeorar—. Es que no tiene sentido que...

—Como dijo el viejo, si quieres puedes irte. Nadie les pidió que nos sigan —contestó mordaz el muchacho de cabello crispado que ya estaba armando una fogata—. Seguro las niñas ricas no están acostumbradas a...

—Garou... —Lo regañó el hombre. El chico se calló al instante. Todavía le costaba ser sumiso a las directrices de su maestro, pero se mordió la lengua y siguió acomodando las ramas secas. Le fastidiaban los héroes, pero por alguna razón siempre acababa enredado con ellos de una u otra forma.

—Ventisca tiene un punto, Silver Fang —se quejó entonces Metal Bat antes de que el maestro o su discípulo pudieran seguirse explicando, o en su defecto discutiendo entre ellos. Garou rodó los ojos y se puso a encender el fuego, ignorándolos a todos, vigilando suspicaz a Saitama quien flotaba en su propio mundo allá sobre una enorme piedra. Silver Fang, por su parte, clavó en el otro joven su mirada azul y penetrante—. ¿Por qué aquí? Si no quieren que intervengamos simplemente no lo haremos... —Metal Bat estaba preocupado, al igual que Fubuki; al igual que todos los demás, de hecho. Pero él, más que nada estaba pensando en el bienestar de su hermanita. La niña que cargaba en brazos se había quedado dormida llorando. Habían perdido a su gato. Lo que menos quería ahora era estresarla más haciéndola pasar penurias. Y Silver Fang entendía, porque el viejo era bastante cool y siempre lo entendía todo. Por eso justamente no le contestó nada.

One shots de OPMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora